Por siempre, Andersen.

Capítulo 30.

La única razón por la que Ethan está aquí moviéndose de un lado a otro con sus manos jalando su cabello, es porque cuando el policía dijo que tenía derecho a una llamada, no supe a quién llamar, más que a él.

—Ya cálmate, me pones nerviosa—digo mientras ruedo los ojos y me cruzo de brazos.

—¡Mataste a un hombre Paula!—dice abriendo los brazos frente a mí—. No entiendo como puedes estar tan tranquila.

Me encojo de hombros en un gesto despreocupado.

En realidad si estoy nerviosa, y bastante preocupada. Pero aún sigo molesta con Ethan y no me permito verme débil frente a él. Lo único bueno de toda esta situación es que al menos Rex y el otro perro están bien, a salvo en la veterinaria.

Lo malo es que yo estoy en un grave problema, los policías me observan con mala cara y mi abogada (una abogada que no tengo idea de donde consiguió Ethan) no hace más que comer con la mirada a Ethan, en vez estar apoyándome o diciendo que podrá sacarme de este lugar cuánto antes.

Al menos tengo a muchas personas a mi favor. Todos saben que fue en defensa propia, o en defensa perruna como quieran llamarlo. Pero también saben que pude solo haberlo golpeado una vez y ya, sin embargo no me detuve y lo golpee hasta matarlo.

Lo que realmente es malo.

Suspiro y vuelvo la vista al frente por enésima vez. Es extraño encontrarme en una estación policial esperando a que alguien se apiade de mi alma y me deje salir al menos bajo fianza.

Sé que puedo salir bajo fianza esta misma tarde, pero no tengo ni una pizca de efectivo conmigo, porque me sacaron todas mis pertenencias y no me lo quieren dar, y no deseo en lo más mínimo aceptar el dinero de Ethan, ni aunque se empeñe en pagar la fianza.

Lo observo de reojo y veo que sigue con el mismo semblante de desesperación que cuando llegó.

Cuando lo llamé y le conté lo sucedido no habían pasado ni 10 minutos antes de que llegara a este lugar y me estrechara entre sus brazos como si no me hubiese visto desde hace tiempo. Obviamente lo aparté y solo me limité a sentarme y observarlo. Él por su parte había estado llamando a todos los abogados que conoce en este lugar para que uno se dignara a tomar mi caso.

Y esta mujer de cabello negro y aparentemente cuarentona apareció después.

Notablemente él ni la mira, solo pasea de un lado a otro maldiciendo por lo bajo y mirándome de vez en cuando, mientras que ella parece querer desnudarse frente a él para llamar su atención. En todo este tiempo que estuvimos aquí la mujer ni siquiera me había preguntado mi nombre, solo hablamos sobre lo sucedido y luego volvió a centrar su atención en Ethan.

—¿Vino aquí para ayudarme o para acosar a Ethan?—pregunto directamente.

Este juego de estar en silencio y no hacer nada me aburre y desespera.

Ambos voltean a verme y Ethan me reprende con la mirada mientras la mujer me observa con recelo.

—La única manera de sacarte de aquí al menos por esta tarde—se acomoda mejor en la silla y se endereza— es pagando la fianza.

—Entonces seguiré aquí hasta que me den mis pertenencias, porque no dejaré que nadie—digo enfatizando la última palabra observando fijamente a Ethan— pague la fianza.

—Ya lo hice—dice sin más.

Como si un demonio se apoderara de mi cuerpo, me levanto drásticamente de la silla y camino hacia él con mucho enfado.

—¡Te dije que no lo hicieras!—digo, o prácticamente grito, y lo golpeo en el pecho.

Pero ni se inmuta.

Entrecierro los ojos y lo miro con odio mientras intento amenazarlo visualmente.

—Te odio—musito.

Me mira fijamente y se agacha un poco para ponerse a mi altura. Su rostro se acerca tanto al mío que puedo sentir su respiración con la mía.

—Sé que no me odias, no importa que lo grites, nadie te creerá.

Golpe bajo.

No digo nada, solo me doy la vuelta y salgo de la estación. Ni siquiera sé porque ha estado tan preocupado si al final ya hasta había pagado la fianza y no había razón para que siga aquí.

De todas formas ya no me importa.

Observo a mi alrededor y caigo en cuenta de que no tengo ni la menor idea de donde me encuentro y ni siquiera tengo mi auto.

Mierda.

Me quedo parada en la acera y cruzo mis brazos pero esta vez sí con preocupación. El anochecer se asoma y ni siquiera puedo llamar un taxi o algún uber, no tengo nada de dinero.

Miro hacia atrás por un momento y veo que Ethan está observándome, tal vez con una pizca de burla en su expresión.

No puedo permitir que se burle.

Observo ambos lados de la calle y pienso en que lado me llevará más rápido a mi querido hogar. O al menos deseo llegar a un lugar que reconozca.

Camino sin rumbo fijo como una mujer desamparada. Ni siquiera sé exactamente a donde me dirijo, solo sé que cuanto más camino, menos entiendo dónde estoy. Unas cuadras más y estoy a punto de girar hacia otra calle hasta que un auto se adelanta y se detiene frente a mí.

Y reconozco perfectamente ese auto.

La ventanilla baja y deja ver al excelente e insoportable Doctor Andersen, con rostro esculpido por los mismísimos Dioses y su buen porte de hombre jodidamente sexy.

Pero aún así muy imbécil.

—Sube, te llevaré.

Alzo una ceja y solo ignoro sus palabras.

Continúo mi camino y tarareo una canción cualquiera mientras observo a los lados para saber que camino tomar. Pero mi tranquilidad dura poco.

De pronto me elevo del suelo y de una manera muy extraña mi rostro queda pegado a la espalda de Ethan.

—Deberías ser menos testaruda—lo escucho decir mientras se da la vuelta y deduzco que camina hasta su auto.

En cuestión de segundos ya estoy en el asiento trasero, preguntándome por qué no corrí en cuanto me bajó al suelo.

En realidad lo sé.

No solo es el cansancio por todo lo que pasó en estas horas, sino también por la manera en la que Ethan me mira desde el retrovisor y niega con la cabeza en algunas ocasiones, como si quisiera regañarme o algo por el estilo.




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