CAPITULO 19
El día de la fiesta llego Amelia se levantó lo más tarde que pudo, disfruto el desayuno, platico con cada uno de sus hermanos, le dedico un rato a pasarlo con su madre, paseo por los rincones de su recamara antes de comenzar a vestirse y peinarse para acudir a confesarse. Mientras los sirvientes daban vueltas metiendo y sacando cosas para adornar el jardín. Amelia salió de la casa rumbo a la iglesia antes que su hermana se ofreciera a acompañarla para confesarse también, solo les dijo que los esperaría en la iglesia.
Cuando piso el atrio de la iglesia ya la estaba esperando Ernesto acompañado de sus padres y otros familiares. Deliberadamente Amelia escogió un vestido blanco que tenía algunos adornos color azul cielo, alegando que era lo más adecuado para la misa, los padres de Ernesto le llevaron un pequeño ramo de flores así como un bello velo con bordados color plata, que la madre de Ernesto ayudo a colocar en su cabeza. Para Ernesto era la mujer más hermosa que había en la tierra y pronto sería su esposa. La verde mirada de Amelia reflejaba la alegría que sentía, Ernesto adoraba verse en esos ojos verdes.
El padre efectuó una pequeña eucaristía.
-Sr. Ernesto González Ramos ¿Acepta a la joven Amelia De la Vega como esposa para amarla en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza hasta que la muerte los separe? –pregunto el párroco.
-Si acepto –fue la respuesta de Ernesto.
-Señorita Amelia De la Vega Guerra ¿Acepta al Joven Ernesto González Ramos como su esposo para amarlo en la salud y enfermedad, en la riqueza y pobreza hasta que la muerte los separe? –volvió a preguntar el cura.
-Sí acepto. –respondió ella sin dudarlo.
-Sr. Ernesto coloque el anillo a la señorita Amelia –pidió el cura. Ernesto tomo la mano de ella y coloco un bello aunque sencillo anillo en su dedo.
-Señorita Amelia ahora usted coloque el anillo en el dedo de su esposo –ella se tensó, no tenía un anillo, no había pensado en nada mas, bajo su mirada, la madre de Ernesto se acercó a ella, le tendió una cajita con una bella alianza de oro, que Amelia tomo y coloco en el dedo de Ernesto.
-Los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe, que lo que dios ha unido no lo separe el hombre. –Anuncio el cura- Dios ha bendecido esta unión.
Amelia se sentía dichosa, ahora era la esposa de Ernesto, no había vuelta a atrás, ahora nadie los separaría, tocó el anillo en su dedo con una sonrisa. En un momento se lo quitaría no debían verlo, no aún.
La misa para dar agracias a dios por el cumpleaños de Amelia comenzó a tiempo, la familia estaba presente, la nueva familia de la festejada se había retirado antes que llegaran los primeros invitados. Para tranquilidad de Amelia Flavio no era muy devoto y no asistió la iglesia. Terminada la misa regresaron a la casa para cambiarse y comenzar a recibir a los invitados.
En cuanto llegaron a casa Amelia subió a su recamara pretextando que debía prepararse para la fiesta, cuando en realidad quería unos minutos a solas para recordar la ceremonia de su boda mientras tomaba el anillo entre sus manos apretándolo contra su pecho, por esta noche lo escondería, mañana en la noche por fin lo mostraría al mundo. Y entonces podría gritar que eran esposos. Se hacía tarde debía arreglarse no solo festejaría su cumpleaños, también celebraría su boda. Se estaba esmerando en su arreglo, su esposo debería verla bonita. Mientras ella se veía en el espejo, un toque a la puerta la distrajo.
-Amelia –llamo su madre abriendo la puerta- ¿ya estás lista? Te traje un obsequio ten póntelo. –Su madre le ofreció una caja negra, Amelia tomo la caja, la abrió y se llevó una mano al pecho al ver aquella joya, seguramente una reliquia familiar, recordaba que cuando festejaron el cumpleaños de su hermana también le regalaron una alhaja familiar. Enmudeció por un instante.
-¿Es para mí? –pregunto aun sin poder creerlo.
-Claro, esta gargantilla le perteneció a la tía Aurora. Ahora es tuya -Su madre la saco de la caja y le ayudo a colocarla en su cuello, la gargantilla era de oro y tenía un dije en forma de flor: Los pétalos eran bellos rubíes y en el centro un diamante.
-Gracias mamá, me encanta -dijo mientras se miraba en el espejo sonriendo, estaba feliz.
-Te pareces tanto a la tía Aurora. Esta gargantilla se la dio su prometido, cuenta la historia que él joven la llevo con una hechicera para proteger el amor que se tenían.
-¿Y vivieron felices?
-Por desgracia el murió de una enfermedad.