Sentado en la pequeña oficina que tenía en su casa, Óscar contaba los minutos que faltaban para encontrarse con su amada. Muchos fueron los años que esperó para poder establecer una relación con Daniela Avellaneda. Al tratarse de la hermana menor de su mejor amigo, durante mucho tiempo, no vio posible aquel amor. Sentía que de alguna manera le fallaba a su amistad y que por más que lo intentara, jamás podría estar a la altura de una mujer como ella. Pero el amor que sentía se impuso, y se animó a luchar por aquel sentimiento, por su chica rebelde, su adorada caperucita, la mujer de su vida.
Ya tenían más de un año saliendo, y no veía la hora de hacer pública su relación, odiaba mantenerla en secreto, deseaba gritarle al mundo que ella le pertenecía. También, quería aclarar el tema de una vez por todas con su amigo. Álvaro aún desconocía aquel amor y le preguntaba constantemente cuando conocería a la “mujer misteriosa”, apodo que cariñosamente le puso a la mujer que amaba en secreto. Como podía lo evadía, su prioridad era complacer a Daniela y ella le había manifestado que aún no estaba lista para hacer pública su situación sentimental.
Se echó hacia atrás en su asiento y comenzó a recordar sus primeros encuentros. La conoció cuando tenía tan solo quince años. Álvaro lo invitó a pasar las vacaciones de verano junto a su familia y en vista que su padre recién había fallecido y no tenía ningún lugar a donde ir, aceptó la invitación. Para ese entonces, Daniela no era más que una adolescente retraída y poco agraciada. En esa oportunidad, solo compartió con ella un par de veces, en las que su madre la obligó a salir de la habitación. No fue hasta dos años más tarde, cuando su amigo ofreció una fiesta de Halloween, que la volvió a ver. Desde ese momento su vida cambió para siempre.
Cada vez que recordaba lo ocurrido en aquella fiesta le era imposible no esbozar una sonrisa. Era una fiesta temática, una fiesta de disfraces. Daniela, pese a la negativa de su hermano, se coló y se unió a la celebración, se sentía grande y estaba cansada de que todos la vieran como a una chiquilla. Desde el instante en que la vio, le fue imposible concentrarse en otra cosa. Era la mujer más hermosa y misteriosa que había en aquel lugar. Iba disfrazada de caperucita roja, una caperucita que lejos de verse tierna e inocente, desprendía morbo y sensualidad. Casualmente, él iba disfrazado de Lobo, y pensó que esa era una señal del destino, debía ir por su caperucita y comérsela.
Ella llevaba una capa roja, que ocultaba parte de su rostro y disimulaba lo corto y provocador que era el vestido. Su cabello castaño iba suelto, dejando apreciar sus ondas naturales y los labios pintados de rojo fuego. Un corsé negro envolvía la parte superior de la prenda de vestir, haciendo ver sus pechos generosos y provocativos. Aunado a eso, la falda del traje le llegaba a la mitad del muslo y parte de sus esbeltas piernas estaban cubiertas por unas medias negras que le llegaban a la altura de la rodilla, y para completar aquel outfit matador, llevaba unos zapatos de tacón rojos que alteraban su postura natural, mostrándola alta e imponente.
Sin poder evitarlo, la siguió por todo el lugar. Era una mujer enigmática, con cada paso que daba derrochaba seguridad y eso lo tenía totalmente impresionado, por eso, cuando tuvo la oportunidad se acercó a ella, tenía que conocerla. Cuando lo hizo, Daniela intentó evitarlo, sabía perfectamente quién era él.
Óscar la tomó del brazo y la llevó al otro lado del salón. Cuando por fin logró tenerla solo para él, removió con delicadeza la capa que le cubría parte del rostro, ansiando besarla. Notó cómo el cuerpo de la joven temblaba, ansiosa por aquel contacto, sin duda sentía la misma atracción que él, puesto que a pesar de evitarlo en un principio, luego se dejó llevar sin ningún problema. Recordó que, mientras intentaba apartar la capa de su rostro, ella llevó su mano hasta su mejilla y la acarició.
Lamentablemente, la magia del momento se vio eclipsada cuando removió por completo la capa y dejó a la vista su rostro. Aquella enigmática joven no era lo que pensaba. No era una mujer, era una niña y no una niña cualquiera, era la hermana menor de su mejor amigo.
Descubrir que la mujer que captó su atención como nunca antes, era la hermanita de Álvaro lo noqueó por completo. ¿Cómo era posible, que esa mujer llena de sensualidad fuese la hermana menor de su amigo? Sin saber qué hacer, se limitó a retirarse, dejándola sola y sin comprender el porqué de su rechazo.
Durante los días siguientes no paró de reprocharse el haber estado a punto de besarla. Era la hermana de su amigo y era razón suficiente para alejarse. Ese era un error que no podía cometer, no le podía fallar de esa manera a Álvaro. Hizo todo lo posible por alejarse de ella, por verla con otros ojos, pero le fue imposible. Desde aquel día de octubre, Daniela Avellaneda se adentró para siempre en su ser.
El sonido de su teléfono celular lo sacó de sus cavilaciones y sonrió al ver que se trataba de su mujer misteriosa, su caperucita roja.
—Hola Caperucita —le saludó con cariño.
Mayormente cuando estaban en un momento cargado de fuego, se hacían llamar como los personajes del famoso cuento infantil, ella era la caperucita y él el lobo feroz. Pero al estar recordando lo ocurrido aquella noche, le fue imposible no llamarle de esa manera.
Daniela, haciendo caso omiso a la manera en que la llamó, contestó:
—¿Dónde diablos estás? ¿Por qué no has venido por mí?
Editado: 19.08.2021