Por Siempre Tú

Capítulo 4

Óscar no apartaba la vista de la pequeña, que al parecer, no se había percatado de su presencia manteniendo su mirada directamente a donde se encontraba su madre. De pronto, sintió unas inmensas ganas de acercarse y saludarla, pero el cúmulo de emociones y sentimientos que tenía en su pecho no le permitían articular palabra o ejercer algún tipo de movimiento. Era una sensación indescriptible e inexpresable. Era justo como le había comentado su amigo Álvaro, quien casi se desmayó de emoción cuando vio por primera vez a sus hijos.

Una vez que estuvo frente a su madre, la cría musitó:

—Mami, ¿hoy puedo ir a la escuela vestida de pincesa?

El corazón de Óscar se contrajo al oír aquella vocecita. Y le fue imposible no esbozar una sonrisa. Era perfecta.

—No amor, hoy no irás a la escuela. Iremos al médico a hacernos unos análisis.

—¿Po qué? ¿Te duele la cabeza?

Esa era la excusa que siempre le daba su madre cuando estaba indispuesta.

—Sí y quiero evitar que te duela también a ti.

—Pero no quiero que me pinchen.

Tras oír aquello y comprender que a ella también le harían análisis, la pequeña se cruzó de brazos y comenzó a hacer pucheros, odiaba ir al médico y más que le tomaran muestras de sangre. Siempre que iban por exámenes de rutina, Gabriela debía persuadirla de mil maneras para que se comportara y accediera a hacerse los exámenes.

—No te van a pinchar —ver a la niña haciendo esos adorables gestos, provocaron que Óscar se animara a intervenir en la conversación—, solo usaran un bastoncito de algodón y lo pasarán por dentro de tu boca.

La niña centró su atención en lo que le decía el castaño. Al parecer sus palabras causaron efecto y la calmaron, porque prontamente dejó de hacer pucheros.

—¿Cómo cuando teno gipe y me ven la gaganta? —preguntó.

—Sí, es muy parecido a eso. Y te prometo que no te va a doler ni un poquito.

Convencida de lo que le había dicho aquel hombre, la niña giró la mirada a su madre y exclamó:

—Entonces si voy mami.

Satisfecha al ver que Verónica había accedido rápidamente y sin problema alguno a hacerse los análisis, Gabriela se puso de pie y tras dar un beso en la cabecita de la pequeña, se dirigió a la cocina. Solo esperaba que su hija se mantuviera tranquila. A veces solía ser un poco traviesa e impertinente, nunca se callaba nada. 

—Bien, vamos a prepararte algo de desayunar para que comas antes de salir. Mientras tanto te quedas aquí con este buen amigo, él te hará compañía mientras mami te cocina, porque tía Marcela está por irse a trabajar.

Decidió no decirle por el momento quien era en realidad el hombre que estaba sentado en el sofá, no quería que Óscar pensara mal. Ella estaba segura de que él era el padre de su hija, pero estaba consciente de que quizás estaba lleno de dudas y prefería esperar los resultados de la prueba de paternidad para asumir su rol como correspondía. Sin embargo, existía la posibilidad de que la niña lo reconociera, ya que, sobre su mesita de noche se encontraba la vieja foto que les tomaron el día que se conocieron, y en infinidad de ocasiones le había comentado a la pequeña que ese era su padre.

—Está bien mami —luego de que su madre salió de su vista, se giró a donde se encontraba el visitante —¿Quién edes?

Óscar decidió seguir la historia de Gabriela.  Era muy pronto para decirle a la pequeña que era su padre.

—Ya lo dijo tu madre, soy un buen amigo.

—Te padeces a mi papá.

Desde que Verónica cumplió los dos años, su madre comenzó a hablarle de la existencia de su padre. Para que la niña no creciera con ningún trauma, le inventó una historia, le dijo que su padre era un agente secreto y estaba en una misión importante y por eso no podía venir a verle, pero la amaba y la extrañaba cada día. Una vez que la pequeña comenzó a comprender aquellas palabras y empezó a preguntar constantemente por su papá, ella le dio la foto que conservaba, para que viera cómo era físicamente y lo sintiera cerca. En el fondo, siempre tuvo esperanzas de reencontrarse con él y revelarle que tenían una hija, y para cuando eso pasara, no quería que la niña le tuviese algún tipo de rencor.

—¿A tu papá? —preguntó sorprendido. ¿Por qué la niña decía eso? ¿Cómo era posible que lo reconociera?

—Sí —asintió con su cabecita— ¿Quiedes ved?

—Sí.

La niña lo tomó de la mano y lo llevó a su habitación. Sobre la mesita de noche había una foto enmarcada, la foto que minutos atrás Gabriela le había comentado que aún conservaba. Entonces, comprendió porque la cría lo reconoció.

«Chica lista», pensó.

Sin embargo, no sabía si era buena idea confirmarle que era su padre. Aún no se habían hecho la prueba de paternidad. Iba a responder con una evasiva, cuando Marcela irrumpió en la habitación.

—Pequeña saltamontes, ¿ya te lavaste los dientes?

Marcela iba de salida a su trabajo y decidió pasar por el cuarto de la pequeña para despedirse de ella. La quería como a una hija.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.