Por Siempre Tú

Capítulo 8

 Cada palabra tiene su efecto y cada silencio también. Eso era algo que tanto Daniela, como Óscar, estaban comprendiendo en ese momento. Luego de que él confirmara ser el padre de Verónica, ambos optaron por el mutismo, incapaces de continuar con la conversación. Estoica, Daniela demostraba fortaleza y dominio sobre sí, pese a la vorágine de emociones que tenía por dentro, estaba en su lugar de trabajo y por nada del mundo, dejaría aflorar las emociones que la embargaban.

De las cosas que pudieron pasar por su mente, jamás imaginó que el motivo de su ausencia fuese ese. Lo que su novio le acababa de confesar parecía sacado de una telenovela, tenía una hija, era padre y se lo había ocultado, por eso se había marchado de manera repentina. ¿Cuándo se había enterado de que tenía una hija? Sabía que él desconocía su paternidad, era imposible que la hubiese ocultado por tanto tiempo, la niña tenía un año menos que su hijo Daniel. Además, no conocía a Óscar por mentiroso, él siempre iba de frente, aunque en esta oportunidad no lo fue. De lo contrario hubiese atendido sus llamadas o al menos enviado un mensaje explicando el motivo de su ausencia. Porque atribuía su ausencia, a la niña que había atendido minutos atrás.

Lo que más anhelaba en ese momento era escuchar lo que tenía que decir, pero estaba en su sitio de trabajo, en medio de una guardia y no debía permitir que un agente externo interfiriera en ello. No vio otra opción factible, que seguir su línea profesional, a fin de cuentas, era el padre de su paciente, le daría el parte médico y saldría de allí inmediatamente. No quería que su reputación y profesionalismo se viera manchado por un incidente personal. Si había esperado tanto tiempo para saber de él, nada le costaría posponer aquella conversación y más cuando necesitaba procesar aquella verdad.  

—Señor Velarde —musitó con un tono de voz fría y una expresión impertérrita en su rostro—, afortunadamente su hija se encuentra fuera de peligro y ya puede pasar a verla.

Óscar asintió aliviado de saber que su hija se encontraba fuera de peligro. Sin embargo, no podía estar del todo feliz, no viendo como su caperucita, actuaba de manera fría y distante con él. La entendía, más no permitiría que se moviera de allí hasta que lo escuchara.

—Sabía que estando en tus manos nada le podría pasar, eres la mejor pediatra del mundo —dijo con una dulce sonrisa, intentando bajar un poco la tensión que había entre ambos.

Daniela ignoró el halago y continuó:

—Lo que presentó fue una reacción alérgica —continuó—  y la  misma fue contrarrestada con  una inyección de epinefrina.

—Dani, por favor déjame explicarte…

Lo conocía perfectamente y sabía que no se daría por vencido fácilmente, pero estaba enojada y aquel no era ni el lugar ni el momento para tener esa conversación. ¿Por qué no la busco antes? ¿Por qué no la llamó? Su amiga Carmen le dijo que la estaba buscando desde tempranas horas y bien sabía que cuando no estaba en el hospital, estaba en casa con su hijo ¿Por qué no la buscó allí?  ¿Por qué esperar a que se enterara de esa manera? Estaba tan dolida que se sentía a punto de estallar. Se tragó una vez más sus emociones y de la manera más profesional que pudo, continuó dando su parte médico, ignorando lo que su lobo feroz le acababa de pedir.

—De igual manera se le realizaron varios estudios para descartar daños colaterales.

De un impulso, Óscar tomó sus manos y en tono de súplica susurró:

—Caperucita, hasta hace unas semanas, yo no sabía nada de la existencia de Verónica. Y quise estar cien por ciento seguro de la paternidad antes de hablar contigo —la respiración de la castaña se aceleró y sintió como sus manos comenzaron a sudar. Preocupado por su reacción y al estar en medio un pasillo bastante concurrido, pidió—. Vayamos a la cafetería y…

—Doctora Avellaneda, acaba de llegar una nueva emergencia —le informó la enfermera que la ayudó a asistir a Verónica.

Daniela aprovechó el momento para zafarse del agarre de Óscar. Debía salir de allí cuanto antes o no podría seguir sosteniéndose.

—Se encuentra en el cubículo tres.

Sin darle oportunidad de dar una respuesta, dio media vuelta y se marchó. Escucharlo decir esas cosas provocó un dolor en su pecho. De pronto se sintió burlada, se suponía que eran una pareja y estaban para apoyarse el uno al otro. Pero él había preferido ignorarla, dejándola fuera de lo que le estaba pasando. Las lágrimas amenazaban con salir, al tiempo que millones de preguntas comenzaban a formarse en su cabeza.

 

***

Luego de que Daniela lo dejará varado en medio del pasillo de admisión, fue al cubículo donde se encontraba su pequeña. Al entrar vio que se encontraba plácidamente dormida y que su madre estaba, a su lado, acariciándole el cabello.  

—Nunca estuve tan asustado. Cuando vi que perdió el conocimiento creí enloquecer. No sé cómo pude conducir hasta aquí —soltó. Nunca en su vida había sentido tanto temor e impotencia por no poder hacer algo. Su niña se vio mal y él se quedó en shock sin saber qué hacer. De no ser por Gabriela, a la niña le pudo haber pasado algo peor.

—Lo… lo siento —susurró Gabriela— debí advertirte que Vero era alérgica al maní y revisar tu cocina para prevenir que hubiese algo que le pudiera hacer daño. Yo…




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