Por Siempre Tú

Capítulo 10

 Aprisionada contra la pared, Daniela creía desfallecer. Las piernas le temblaban y su corazón latía a mil por hora. El solo sentir el roce de la piel de su chico, había activado todos sus sentidos. Esa sensación no era nada nueva para ella, ya que siempre que lo tenía cerca le pasaba lo mismo, era tocarlo y sentir una corriente atravesando su cuerpo. Sabía que a él le pasaba lo mismo, lo podía ver en su mirada y lenguaje corporal. Sus cuerpos se añoraban, se necesitaban. De no ser porque estaban en un baño público y en medio de una discusión, le habría dado rienda suelta a sus deseos.

Óscar al ver como se estremecía bajo su toque, la soltó. Se conocía y sabía de lo que sería capaz de no poner distancia entre ellos. Se limitó a alzar su barbilla, para obligarla a mirarlo y musitó:

—Solo escúchame.

—No —sentenció.

—Sí —exigió.

Daniela aprovechó que la había soltado para intentar escapar, pero él la tomó del brazo y la volvió a pegar a la pared, y haciendo caso omiso a lo que decía su conciencia, hundió los dedos en su cabello, le inclinó la cabeza hacia atrás y la besó.

Daniela cerró los ojos y se dejó llevar por el momento, olvidándose de la discusión y del lugar en que se encontraban, limitándose a disfrutar de aquellos labios que tanto adoraba. Él la atrajo hacía sí, sintiendo como sus curvas femeninas se acoplaban perfectamente a su cuerpo fornido. Estaban hechos, el uno para el otro.

—Creo que este cubículo está ocupado.

—No hay problema usaré el de al lado.

El sonido de unas voces femeninas, los obligó a detenerse y separarse, dejándolos a ambos con ganas de más.

Permanecieron en silencio hasta que sintieron a las mujeres salir. Estando nuevamente a solas, Óscar aprovechó que ella aún estaba un poco atontada por el beso y comenzó a hablar en un tono bajo, por si alguien más entraba, no los escuchara.

—Caperucita yo te amo. A ti, y solo a ti. Créeme cuando te digo que no te he mentido. Es solo que todo pasó tan rápido, yo… yo no sabía qué hacer, no sabía cómo decírtelo y no me parecía correcto hacerlo por teléfono.

Daniela apartó la mirada de su rostro, si lo veía terminaría de perder la razón, terminaría de caer a sus pies, y era algo que no podía permitirse. Óscar le debía demasiadas explicaciones y así se las diera, le daría largas a sus disculpas, quería hacerlo sufrir, al igual que lo había hecho ella.

El castaño al ver su reacción, la tomó nuevamente de la barbilla, la obligó a mirarlo y continuó:

—Cuando llegue a Venezuela no sabía con qué me encontraría. Todo apuntaba a que Verónica era realmente mi hija, pero desconocía lo que iba a pasar una vez que la reconociera —suspiró al recordar su primera impresión al ver a su pequeña—. Hable con Gabriela, hicimos los trámites necesarios para comprobar mi paternidad y te confieso que de haber sido negativos, de igual manera la hubiese reconocido como mi hija, me enamoré de ella con solo verla —rió.

—Es una niña encantadora —agregó Daniela.

—Lo es —afirmó—. No sé cómo explicarlo, pero desde que la vi, sentí algo en mi interior. Sentí que era mía. Y cuando supe lo que le pasaba a Gabriela, me prometí que haría todo lo posible por hacer a mi hija feliz. Verónica solo merece cosas buenas.

«¿Cuándo supo lo que le pasaba a Gabriela? ¿Qué le pasaba a Gabriela?»

—¿Qué le pasa a Gabriela? —se atrevió a preguntar.

—Tiene cáncer. Cáncer de mama —confesó.

Daniela parpadeó, completamente sorprendida por aquella revelación. Ahora entendía porque a pesar de ser una mujer hermosa, se veía tan cansada y demacrada, también comprendió porque Óscar solicitó una cita con el Dr. Rivas, no era para él, era para la madre de su hija.

—Lo siento —se limitó a decir.

Sintió una punzada en el pecho al pensar en lo que debía estar sintiendo Gabriela. Su niña era pequeña y batallar con la crianza de un hijo, más la enfermedad no era nada fácil, y siendo madre soltera, mucho menos. Sintió pena por ella, a pesar de todo, parecía ser una buena mujer. Recordó la breve conversación que mantuvieron en el hospital cuando la niña estuvo internada, le había dicho que Óscar no paraba de hablar de ella y que le aclaró desde un principio que nada ni nadie interferiría en su relación.

—¿Ahora entiendes por qué las he traído conmigo?

La voz del castaño la sacó de sus pensamientos y la obligó a volver a la realidad.

—Gabriela se oponía al tratamiento, no quería pasar sus últimos días gastando el poco dinero que tenía en medicinas. Quería darle a la niña tiempo de calidad y no dejarla desprotegida económicamente. Me buscó no solo para que la conociera —continuó—, sino para asegurarse de que sería capaz de hacerme cargo de la niña una vez que ella no estuviera.

—Yo… yo creo que habría hecho lo mismo —dijo con los ojos anegados de lágrimas. Como madre, entendía perfectamente a Gabriela—. Verónica merece crecer junto a su madre.

—Ambas lo merecen, y por eso, haré hasta lo imposible por ayudarla a superar nuevamente esa terrible enfermedad.

—¿Nuevamente? —inquirió.




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