Por Siempre Tú

Capítulo 11

Daniela llevaba varios días intentando reprimir sus instintos. Desde que vio a Óscar aquella noche en el hospital, tuvo la tentación de tirarse sobre él y suplicarle que le dieran rienda suelta a todos sus instintos, pero, sus deseos se vieron eclipsados al enterarse de la existencia de Verónica. No obstante, con el pasar de los días, el deseo regresó, y con mayor intensidad, tras el pequeño encuentro del baño de la pizzería.

Lanzó un gemido de placer cuando Óscar interrumpió momentáneamente el beso, susurrando contra su boca:

—Caperucita, no aguanto más, te necesito.

Daniela no sabía qué responder, no sabía si gruñirle por haber interrumpido el beso o agradecerle que le dejara tomar un poco de aire. Sus besos siempre la dejaban sin aliento y con la mente casi en blanco, impidiéndole pensar con lucidez. Había ido hasta allí con la intención de hablar, pero fue estar frente a frente y perder el control, ahora, solo quería sentir el dominio de su boca.

—Querías  hablar y a eso he venido —soltó entre jadeos.

—Eso debiste pensarlo antes de presentarte en la puerta de mi casa con un simple camisón —gruñó él mientras hundía los dedos en su cabello e inclinaba su cabeza para devorar su boca, una vez más.

Óscar le demostraba con su lengua que quería poseerla, logrando que el deseo sexual se apoderara de su cuerpo. Ella estaba tan excitada que le era imposible razonar. Estaban en el porche de la casa y cualquier vecino los podría ver, por ello, intentó separarse, pero él deslizó los dedos por sus muslos y fue directo hasta su centro de placer.

—Justo como lo imaginé —dijo con una voz cargada de deseo.

 Desde que la vio llegar a su casa vestida con el camisón que usaba para dormir, supuso que debajo de este no había ninguna otra prenda. Su caperucita acostumbraba dormir sin ropa íntima. Por lo que, el camisón, era lo único que se interponía en su camino.

Cuando Daniela sintió el roce de sus dedos entre los pliegues de su carne, lanzó un gemido desde lo más profundo de su garganta. Ahora sí que perdería el control, por ello, intentó nuevamente alejarse de él, había ido a hablar no a follar. Pero para ese entonces, los dedos de su lobo feroz causaban estragos en su interior, provocando que su cuerpo exigiera terminar con aquella agonía. Sin poder evitarlo, se dejó llevar por aquello que tanto anhelaba y cedió encantada al placer.

—Más, necesito más— exigió ella, mientras le halaba el cabello con desesperación.

Esas palabras fueron el detonante para el castaño. Sin importarle donde se encontraban, la agarró con fuerza del trasero y la alzó. Ella lo abrazó del cuello con fuerza y le rodeó la cintura con las piernas. Posteriormente, la apoyó contra la puerta de la entrada, que se había cerrado en el momento en que se abalanzó sobre ella, y con desesperación, liberó su miembro erecto del pantalón de chándal. Por suerte, él tampoco acostumbraba llevar ropa interior cuando iba a dormir. Finalmente, sin soltarla, guió su pene hacia su centro.

Cuando sus cuerpos se fundieron en uno, Daniela no pudo contener la emoción y soltó con un hilo de voz:

¡Mi lobo feroz!

—Sí, mi caperucita, soy tu lobo feroz y estoy listo para devorarte…

La tomó con fuerza, y comenzó su asolador ataque, con embestidas rápidas y fuertes. Mientras, al oído, le susurraba palabras de amor. Quería dejarle claro cuánto la amaba, cuánto la deseaba, quería disipar, de esa manera, todas sus dudas.

—Más, quiero más… —suplicó.

Por momentos, sus labios se encontraban, sus lenguas se enredaban, disfrutando de la pasión del momento, demostrándose cuando se anhelaban y cuánto se habían echado de menos.

Mirándose a los ojos, respiraban con dificultad, mientras disfrutaban de la maravillosa sensación del vaivén de sus cuerpos. A Daniela, le excitaba, la manera en que él la miraba mientras la poseía. La miraba con tanto deseo y determinación, que le era imposible, no entregarse al sinfín de sensaciones que la hacían tocar el cielo.

Envueltos en su burbuja de pasión, estuvieron disfrutando como locos durante varios minutos, hasta que, el clímax se fue apoderando de ellos, y terminaron entregados al éxtasis del orgasmo.

Óscar la rodeó con ambos brazos, mientras recuperaban el aliento. Se negaba a salir de ella. Temía que, en cuanto retomara su cordura, lo volviera a rechazar. Una vez que sus respiraciones se normalizaron, se vio obligado a bajarla y dejarla sobre sus pies. Pero, antes de que ella pudiera decir algo que eclipsara el momento, con una mano la tomó por la cintura y con la otra la tomó de la barbilla, obligándola a mirarlo y musitó:

—Te amo, y nunca, escúchame bien, nunca podría amar a alguien como te amo a ti. Siempre has sido tú, siempre serás tú.

Totalmente embriagada por sus palabras, y el brillo especial que tenía en sus ojos, Daniela susurró:

—Yo también te amo —suspiró y Óscar vio como los ojos se le llenaron de lágrimas—. Pero temo que el amor no sea suficiente.

—No digas eso —le limpió una lagrima que corría por su mejilla—. Nuestro amor puede con todo.

—No lo creo, y tú tampoco lo crees —le soltó—. Por eso me dejaste de lado cuando te enteraste que tenías una hija, porque pensaste que “nuestro amor” no sería capaz de soportar algo así. 




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