Después de los acontecimientos del día anterior, Daniela se sentía agotada. Luego de dar por finalizada la reunión familiar, tuvo que ir al hospital y cubrir la guardia de uno de sus colegas, que se encontraba indispuesto. Para ayudarla, Óscar se ofreció a llevar a Daniel a su casa y cuidar de él. No era la primera vez que lo hacía, y a pesar de tener que cuidar de su hija, no vio problema en encargarse de ambos niños, afortunadamente, contaba con el apoyo de Marcela, quien se llevaba muy bien con los críos.
Pasó gran parte de la noche pensando en lo ocurrido y en lo afectada que quedó su madre después de su revelación. Julia jamás esperó una bomba como esa, siempre creyó en lo que Juan le decía, culpándola a ella por el fracaso de su relación. Por eso, al escuchar su versión de los hechos quedó en shock, y ni siquiera fue capaz de articular palabra o despedirse de alguno de sus familiares, cuando Benicio se vio en la obligación de sacarla de allí.
Desde entonces, no sabía nada de ella. Le preguntó a sus hermanos si sabían algo, y ambos le dijeron lo mismo, habían conversado con Benicio y este les había dicho que se negaba a comer y a levantarse de la cama. No paraba de llorar, y de repetir una y otra vez, lo arrepentida y avergonzada que estaba. Nunca la había visto así, pero confiaba en que una vez que asimilara lo ocurrido, volviera a ser la de siempre.
Luego de hablar con sus hermanos, no pudo evitar sentirse mal por cómo se dieron las cosas. No debió contarle nada de eso y menos frente al resto de su familia, pero estaba cansada de sus acusaciones y constantes reproches. Siempre se dijo que se llevaría ese secreto a la tumba, con que lo supiera su lobo feroz era suficiente, pero se vio en la necesidad de sacar eso que tenía dentro, y ahora, pese al daño que le causó a su madre, se sentía liberada. Por fin se quitó ese peso de encima y comprobó lo que siempre supo, que su familia estaría allí para ella, sin importarle lo que hubiese pasado.
Era casi la hora del almuerzo y se disponía a volver a casa, la guardia se extendió unas cuantas horas debido a la falta de personal, y estaba más que exhausta, necesitaba con urgencia un baño y un sueño reparador. Se había duchado en el hospital, pero quería tomar un baño de espumas que la relajara y la ayudara a pensar con claridad. Por suerte, no tendría que ir por su hijo al colegio, Óscar iría por él y lo llevaría hasta su casa, lo que le daba el tiempo necesario para tomar el baño y descansar un par de horas antes de recibir a su pequeño, quien seguramente, vendría con las pilas cargadas.
Llegó a su casa y un delicioso aroma a comida inundó sus fosas nasales, provocando que su estómago manifestara la falta de alimento.
—Hola, Caperucita.
Su chico la recibió con los brazos abiertos y una enorme sonrisa.
—Hola, lobo feroz —pronunció en un tono de voz apenas audible, sorprendida por verlo allí, en medio de su sala, vestido solo con un pantalón de chándal.
Óscar llevaba su torso desnudo, dejando a la vista sus abdominales marcados, que tanto le gustaban y le hacían babear. ¿Qué hacía allí? Debería de estar trabajando, le había comentado que ese día tenía una reunión importante con unos posibles clientes.
—Sé que no soy el mejor cocinero —expresó un poco nervioso, aún no habían limado por completo las asperezas luego del altercado por lo de Verónica —, pero he preparado uno de tus platos favoritos, paella valenciana —señaló la mesa puesta para dos que estaba del otro lado del salón.
La comida favorita de Daniela era la italiana, pero no podía negarse al plato típico de su ciudad, y siempre que podía, iba a uno de los restaurantes más cotizados de la zona, a degustar una exquisita paella valenciana.
—¿Cocinaste tú? —preguntó extrañada.
Ninguno de los dos era ducho en temas de cocina, a duras penas se defendían, más ella, debido a que tenía que darle de comer a Daniel y este siempre se empeñaba en pedir nuevos platillos.
—Sí, y te pido por favor, que si no te gusta al menos lo disimules, he pasado toda la mañana en eso —bromeó.
Daniela le dio una mirada inquisitiva, tratando de contener el deseo de lanzarse a sus brazos y pedirle que le hiciera el amor.
—¿No fuiste a trabajar? Si mal no recuerdo, tenías una reunión importante —dejó su bolso sobre el perchero que tenía en la entrada y se acercó a él, quedando a unos pasos.
—Nada es más importante que tú —dijo con voz ronca y una mirada cargada de pasión.
Sus palabras resonaron en su cabeza y su cuerpo comenzó a temblar al recordar todas y cada una de las veces que su lobo le había demostrado lo importante que era para él. Ya no tenía dudas, su amor era sincero, y lo mejor de todo, era de ella, solo de ella.
—Te amo tanto —susurró. Ya no podía contenerse, quería dejarle claro sus sentimientos, que no le quedara duda, que pese a lo que les había tocado vivir en el último tiempo, lo amaba con locura.
Su lobo, al escucharla decir aquello, se aproximó a donde ella estaba y la agarró de la cintura.
—No más que yo caperucita —pasó un mechón de cabello detrás de su oreja para despejar su rostro y tomar sus labios con fervor. Tenía días sin besarla de esa manera y se sentía morir. Daniela era su elixir de vida, su razón de ser, sus ganas de seguir adelante, pese a las adversidades —. Te amo y te amaré hasta el final de mis días —susurró sobre su boca.
Editado: 19.08.2021