Al salir de la consulta de su padre Daniela fue por sus cosas. Su turno había terminado, y se debatía entre ir directo a su casa o a la de su madre. Lo conversado con Salvador la tenía totalmente desconcertada. Nunca imaginó que Julia fuese pasado por tanto, y mucho menos, que pese a eso se siguiera comportando como la más fría y calculadora de todas. Se suponía que ese tipo de experiencias te volvían más sensible, pero esa era una palabra que su madre seguía sin conocer.
Iba camino a su auto, cuando escuchó que alguien la llamaba y al darse cuenta de quién se trataba, bufó. Óscar era la última persona que quería ver en ese momento. Estaba trasnochada y malhumorada. Al final, no había podido conversar con su padre respecto a su relación, y seguía sin saber qué hacer.
—¡Caperucita! Si no es así no te veo —Óscar se acercó a ella y la besó.
Tenían días sin verse y la echaba de menos. Entendía que por su profesión, tenía días más fuertes y comprometidos que otros, pero eso no mermaba el amor y la necesidad que tenía de ella. Ahora quería llevarla a su casa y llenarla de mimos, para compensarla por tantos días de trabajo.
—Cielo, no sabía que vendrías —respondió Daniela de manera poco efusiva.
—Es que no sabía si tendrías que quedarte nuevamente en el hospital y pase a saludarte.
—No, hoy no debo quedarme, ya voy de salida.
—Perfecto —exclamó Óscar—. Iremos a casa y recuperaremos el tiempo perdido —le dio una mirada sugerente que hizo que a Daniela se le erizara la piel.
—Lo siento cariño, pero eso va a tener que esperar.
Él alzó las cejas sorprendido. Siempre que su chica se veía sometida a extenuantes horas de trabajo, lo que más le apetecían eran sus cuidados. Algo le pasaba.
—¿Cómo que va a tener que esperar? Me dijiste que ya ibas de salida y sé que Daniel estará en casa de su padre hasta el fin de semana, ¿qué pasa?
—Nada —negó con la cabeza—, es solo que… —suspiró.
Óscar tomó su cara entre sus manos y musitó:
—Dani, ¿qué te pasa? No creas que no me he dado cuenta de que me has estado evadiendo estos últimos días, si es por lo de Vero.
—¿Por lo de Vero? —lo cortó— ¿Cómo sabes tú eso?
—Gabriela habló conmigo y…
—Si Gabriela habló contigo —lo volvió a interrumpir—, sabes que la niña me odia y que me niego a causarle un sufrimiento. Creo que lo mejor es que nos replanteemos las cosas.
No queriendo escuchar lo que ella estaba diciendo, Óscar la soltó e intentó dar por terminada la conversación. El cansancio la había agobiado de tal manera, que estaba diciendo estupideces. ¿Cómo que replantearse las cosas? ¿A qué se refería? La verdad, no sonaba nada bien, y prefería no saberlo.
—Creo que lo mejor será que hablemos en otro momento.
Comenzó a caminar en dirección a su vehículo, pero Daniela lo siguió.
—¿Vas a huir? —le reclamó— Te digo que por lo que está pasando con tu hija, lo mejor es replantear la situación, y te vas y me das la espalda.
—No Dani, no estoy huyendo —se giró para darle la cara—. Simplemente, me estoy retirando antes de que digas algo de lo que te puedas arrepentir.
—Jamás me arrepentiría de no causarle daño a un ser inocente.
—¿Y crees que no le hará daño crecer al lado de un padre infeliz? Porque si me dejas, eso es lo que va a pasar.
A Daniela se le encogió el corazón. Eso no era lo que ella pretendía. En ningún momento había contemplado dejarlo, pero si consideraba que debían tomar más despacio su relación. Necesitaba tiempo para demostrarle a la niña que el amor que sentía por su padre era sincero, y que en nada afectaría su estilo de vida. No creía conveniente someterla a tantos cambios en tan poco tiempo.
—Yo jamás he pensado dejarte, de hecho, eso sería lo último que haría. De lo contrario, serían dos los niños conviviendo con padres infelices —esbozó una media sonrisa.
Óscar parpadeó un par de veces, tratando de comprender lo que ella acababa de decir. Entonces, tomó a Daniela entre sus brazos y la besó, disipando así, los temores que albergaba en su corazón.
—Lamento haber pensado eso, es que… con tu ausencia y evasiones de estos últimos días, pensé lo peor —susurró sobre su boca.
Daniela se echó un poco hacia atrás para verlo mejor.
—Te entiendo, pero quiero que me entiendas tú a mí. Nos amamos, pero no por eso vamos a llevarnos por delante a quienes nos importan.
—Lo sé, y no nos estamos llevando a nadie por delante. Tanto la familia como los niños tomaron bien nuestra relación.
—Si, al principio. Pero ya viste que Vero cambió de opinión.
—Vero aún esta pequeña y sé que con el tiempo se adaptará a su nuevo estilo de vida —al ver que su chica fruncía el ceño, agregó—: Cielo, yo no aguanto más, te necesito todas las noches en mi cama y no pienso renunciar a eso. Es más, quiero que nos mudemos juntos cuanto antes.
¿Cómo podía pensar de esa manera? ¿Qué no veía el daño que le causaría a su hija? Verónica solo necesitaba tiempo para procesar las cosas, y si habían esperado tantos años para estar juntos, qué más daba esperar unos meses más.
Editado: 19.08.2021