Por Siempre Tú

Capítulo 22

Daniela se ajustó su traje de caperucita roja, acomodó la capucha de manera que no fuera fácil verle el rostro y se encaminó a la barra, donde su Lobo Feroz, parecía mantener una  conversación con una extraña. Verlo acompañado de otra mujer, hizo que le hirviera la sangre. Quería ir y cantarle sus cuatro cosas por darle conversación a esa zorra igualada, pero respiró profundo y se obligó a calmarse. A leguas se notaba que él no estaba interesado en aquella mujer, tenía la mirada fija en el vaso de whisky que tenía en la mano. Lo que debía hacer, era pasar por un lado, y captar su atención.

Cuando tuvo la idea de emular la fiesta de Halloween donde habían surgido las chispas del amor, jamás pensó que lo haría de una manera tan literal.  El traje que llevaba, era prácticamente igual al que usó años atrás; corsé negro, con falda a medio muslo, medias negras a la altura de la rodilla y zapatos de tacón rojo, a juego con la capa que ocultaba parte de su rostro y disimulaba lo corto y provocador que era el vestido. En teoría, era la misma caperucita de años atrás, solo que ahora era una mujer segura de sí, dispuesta a todo con tal de que el lobo feroz, se fuera a casa con ella, y no solo por esa noche, sino para el resto de su vida.

Tomó una bocanada de aire, pasó por el lado de Óscar y muy sutilmente lo rozó con la capa. El juego había iniciado. Ahora, solo esperaba que la hubiese notado, y tal cual como lo hizo años atrás, fuera tras ella.

Óscar, al sentir aquel suave roce, alzó la vista. Cuando lo hizo, se encontró con una figura femenina envuelta en una capa roja, que se acercaba a la pista de baile. Se puso de pie, y sin poder evitarlo, fue tras ella.

¿Era esa su Caperucita? ¿O se trataba de una simple coincidencia? De ser la primera opción, Daniela le escucharía, no veía correcto que se pavoneara por el lugar vestida de manera tan provocativa. Con cada paso que daba, desprendía morbo y sensualidad, provocando que los hombres las vieran con lujuria. 

La siguió por todo el lugar, atento de que ningún hombre se le acercara, y cuando tuvo la oportunidad se aproximó a ella, tomándola del brazo, obligándola a girarse,  tenía que salir de dudas.

Al sentir su tacto, Daniela supo que se trataba de él, de su Lobo Feroz. Sin embargo, al igual que hizo años atrás, intentó zafarse de su agarre, pero no lo logró. Él ya la estaba conduciendo a un lugar apartado.

Álvaro y Anisa que permanecían del otro lado del salón, al ver que Óscar sacaba a Daniela de la pista, decidieron que era momento de retirarse. Ya nada tenían que hacer, ahora dependía de ellos arreglar su situación.

Una vez a solas, en uno de los pasillos que daba a las bodegas de vino, Óscar la dejó frente a él y removió la capa que le cubría parte del rostro. Desde que puso su mano sobre su brazo, y sintió la calidez de su piel, supo que era ella.

Por alguna extraña razón, Daniela había decidido pavonearse por todo el bar, vestida como la caperucita roja. Y aunque era algo que mayormente disfrutaba, este no era el caso, porque no lo estaba haciendo solo para él, sino que se había expuesto en un lugar lleno de lobos, dispuestos a comérsela.

—¿Me quieres explicar qué demonios te pasa? ¿Cómo te atreves a salir vestida de esa manera? —le reclamó­— Se suponía que esto era algo de nosotros, solo yo puedo verte vestida de esa manera.

Daniela se zafó de su agarre y lo encaró. Entendía su molestia, pero no le gustaba para nada el tono de voz con el que le estaba hablando.

—Si salí vestida de esta manera, fue porque no me dejaste otra opción.

—¡Ja! —soltó con ironía— No me vengas con que esto es mi culpa.

—Pues sí lo es. Te estaba esperando en tu puta oficina, pero te negaste a subir. Imagino que la conversación con esa zorra era mucho más importante que ir a cumplir con tu trabajo.

Óscar puso los ojos como platos. Ahora entendía porque tanta insistencia por parte de Álvaro y Anisa para que subiera a su oficina.

—¿Por qué no me dijiste que me estabas esperando allí, en vez de mandar a Álvaro y a Anisa para persuadirme a que fuera a la oficina?

—Se suponía que era una sorpresa. Después de lo que me dijiste, yo me puse a pensar y…

Daniela hizo una pausa, así no era como debían pasar las cosas. Tenía un plan, debía llevarlo a la oficina, allí es donde se suponía que debían hablar, no en medio de un pasillo a media luz.  

—¿Y qué? —inquirió tomándola entre sus brazos, acercándola a su cuerpo— Dime que pensaste.

Tenerlo tan cerca le nublaba la razón. Era tenerlo cerca y que su cuerpo comenzara a temblar con necesidad de tenerlo, de poseerlo.

—Creo que es mejor que vayamos a tu oficina —susurró.

Óscar negó con la cabeza y la pegó aún más a su cuerpo. Quedando sus bocas a milímetros de distancia.

—Lo que me tengas que decir, lo dirás aquí. Así que, te escucho.  

Daniela permaneció en silencio, organizando sus ideas antes de emitir una palabra. Debía decir lo justo, lo correcto. Esta era su última oportunidad y tenía que hacerle ver a su Lobo Feroz lo mucho que lo amaba y que no estaba dispuesta a vivir una vida sin él a su lado.

—Lo quiero todo —dijo mirándolo a los ojos— Te quiero a ti. Te quiero todos los días al despertar en la mañana y a todas las cosas que provengan de ti: la casa, el perro, los niños, las salidas al parque, los domingos familiares, las tardes de películas y las noches de pasión. Porque no necesito grandes cosas, sólo necesito que tú estés a mi lado para ser feliz. Por eso, quisiera pedirte… —puso un poco de distancia entre ambos, se puso de rodillas y sacó una cajita de terciopelo que llevaba en el bolsillo interno de la capa y con los ojos cargados de lágrimas musitó— Quisiera pedirte que seas mi compañero por el resto de mis días. Quiero que seas mi esposo, mi amante y mi amigo —Óscar estaba tan sorprendido que no podía responder. Dani, su Caperucita estaba de rodillas ante él, pidiéndole que pasara el  resto de su vida a su lado— ¿Qué me dices lobito, te casarías conmigo?




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