Varios meses después…
La brisa marina golpeaba su cara y alborotaba su cabello mientras desde la orilla de la playa observaba a sus hijos jugar. Sus hijos, que bien se sentía decir eso. En el último año, su vida había dado un giro de ciento ochenta grados. Su mayor anhelo, su mayor sueño, se había materializado y de qué manera. Ahora no solo tenía una familia adoptiva, tenía su propia familia, una esposa y dos hijos que lo esperaban al volver a casa. Ya no estaba solo.
Durante años soñó con compartir su vida con su Caperucita, y ahora que su sueño se volvió una realidad, no podía estar más feliz. Tenían tres meses casados y la vida junto a Daniela era mejor de lo que alguna vez pudo imaginar. Su mujer era atenta, cariñosa, y se esmeraba cada día por brindarle a él y a sus hijos un hogar cálido en el que se sentían seguros y sobre todo amados.
Luego de anunciar su compromiso e indicar que esperarían un tiempo para casarse, Óscar terminó de mudar sus pertenencias a la casa de Daniela, no tenía sentido esperar a estar casados. En un inicio tuvo la intención de comprar una nueva propiedad, ya que en la que vivía se la cedió a Gabriela, pero Daniela le indicó que no tenía problema en que se mudara a su casa, era bastante espaciosa, contaba con varias habitaciones adicionales en las que podría instalar una pequeña oficina y brindarle un espacio a Verónica para las noches en las que se quedara con ellos.
Esa fue la decisión más acertada de todas, ya que los niños se adaptaron sin problema a su nuevo ritmo de vida. Daniel esperaba a que Óscar llegara de trabajar para que lo ayudara con sus labores escolares, jugar con sus consolas de videojuegos o practicar algunas de sus jugadas de fútbol en el jardín trasero.
El niño nunca había sido tan feliz, ahora tenía a un padre al que sí le importaba y que no dudaba en brindarle atención y tiempo de calidad. Como era de esperarse, luego de que se marchara del país, Juan pareció olvidar que tenía un hijo, puesto que solo habían sabido de él en un par de oportunidades y porque el niño lo llamó. Lo último que supieron, fue que su esposa lo abandonó, se cansó de su indiferencia y tras pedirle el divorcio, regresó sola a España. Eso afectó un poco a Daniel, le tenía mucho cariño a Patricia, pero una vez que la mujer habló con él y le explicó que seguirían en contacto y que podía visitarla siempre que quisiera, el crío se calmó.
Por otro lado, Verónica era feliz yendo y viniendo de una casa a otra. Aunque la mayoría de las noches, las pasaba junto a su madre y Marcela, era mucho el tiempo que pasaba en casa de Daniela. Su relación con Daniel crecía cada día más, comportándose como unos hermanos de sangre. De igual manera pasaba con su relación con Daniela, no solo la había aceptado como la esposa de su padre, sino que la respetaba y le encantaba compartir con ella, sus anhelados días de solo chicas.
—No Pancho, Ñañel lo lanzó para mí —se quejó Verónica. Estaban jugando con un frisbee y el perro de Daniel, Pancho, lo interceptó a mitad de camino impidiendo que ella lo atrapara en el aire.
—Lo siento —se disculpó Daniel—. Es que antes jugaba al frisbee con él.
—Pedo malo —dijo la niña una vez que logró quítale el frisbee a Pancho del hocico —. Ñañel está jugando conmigo no contigo.
—Hey —intervino Óscar al ver la cara de confusión del pobre can. A Pancho aún le costaba compartir la atención de Daniel con Verónica —. ¿Por qué mejor no se turnan para lanzarle el frisbee a Pancho?, así también lo incluyen en el juego.
—Es una buena idea. Hagámoslo —exclamó Daniel.
Al igual que Daniel, Verónica aceptó la propuesta de su padre y continuaron jugando.
—Pobre Pancho. Lo van a volver loco —comentó Daniela que había ido por unas bebidas refrescantes.
—Nah, creo que lo disfruta.
La castaña sonrió al ver que el perro corría de un lado a otro en busca del frisbee.
—Chicos vengan, les he traído unos refrescos.
Emocionados, los niños se acercaron a ella y tras ingerir las bebidas, continuaron jugando con Pancho. Al día siguiente regresarían a casa y querían disfrutar al máximo cada momento.
—Acabo de hablar con Gabriela —comentó Daniela— Ella y Marcela se encuentran bien, pero están ansiosas porque regresemos, extrañan mucho a la niña.
Óscar sonrió al oír aquello. Apenas tenían un par de días fuera de casa y tanto Gabriela como Marcela no paraban de llamar para saber de la pequeña. A pesar de que confiaban en él, y en los cuidados que le daba a la niña, llamaban cada cierto tiempo para saber de ella. Lamentablemente, por motivos de salud, Gabriela no pudo ir con ellos a ese viaje. Debido a su tratamiento de quimioterapias no era conveniente que se expusiera al sol durante algún tiempo, por ahora, su cáncer estaba en remisión, pero debía mantenerse bajo un estricto control médico, por ello, lo mejor era tomar cierto tipo de precauciones.
—Mujeres. En vez de disfrutar estos días a solas —dijo con picardía en su voz.
Una semana antes de la boda de Óscar y Daniela, Gabriela los reunió para conversar con ellos y darles la enhorabuena por su enlace. Estaba muy contenta al ver que por fin iban a concretar su unión. También aprovechó la ocasión para hablarle sobre su situación sentimental, estaba enamorada. Cosa que no les sorprendió, en una oportunidad le había comentado a Daniela que tenía a alguien que la había demostrado que más allá de su hija, habían mil razones por las que vivir. Ese alguien era nada más y nada menos que Marcela. Al parecer tenían años en una relación, pero por respeto a la niña y por temor al qué dirán, lo mantenían oculto. Sobre todo porque en su país natal, el salir del closet no era bien visto.
Editado: 19.08.2021