Por siempre (un cuento oscuro, #0.3)

5

Cuando cazadora y yegua cruzaron al trote las puertas de serbal de cazador que guardaban el asentamiento, el sol hacía ya rato que se había puesto. El cielo tenía el azul profundo y oscuro de los ojos de Rhys y las estrellas lo salpicaban como motas de nieve. Era una noche inusualmente despejada para tratarse de finales de invierno.

Eithne portaba con ella el pelaje aterciopelado de un selkie, fresco y todavía algo sangrante, enrollado en su regazo.

─Lo encontré dentro en una trampa junto a un loch. Supongo que fue cosa de algún humano tratando de atrapar a su amada cuando la vio desaparecer en el agua ─dijo con sorna cuando lo depositó a los pies de Nuala como si se tratase de una ofrenda, haciendo alusión a casos similares de los que las sealgair tenían constancia─. Un cerdo inmortal menos.

No dio más explicaciones y su tía pareció quedarse conforme con sus palabras. Quemaron esa misma noche la piel que Rhys le había dado, en una hoguera en el centro del pueblo, acompañando el momento con cantos a Morrigan en agradecimiento por haber permitido esa caza. Nuala le pasó un cuenco que contenía una bebida empleada en momentos como aquel, de la cual la afortunada cazadora que se había manchado las manos debía beber primero. A Eithne el líquido le supo amargo.

Apenas durmió esa noche, ni las dos siguientes. Las palabras de Rhys bailaban dentro de su cabeza, uno y otra vez, todo el día y toda la noche. Le había dado cinco días para elegir. La mañana del tercero, salió de nuevo enfundada en su traje de caza.

Las manos le temblaban y las sentía entumecidas mientras agarraba las riendas, y no por el frío de la mañana. Mientras trotaba a lomos de Ròsan no dejaba de repetirse que había sido una estúpida. Le había mostrado sus emociones y sus pensamientos de manera descarada, inconsciente. Como si fuera una humana ingenua que se encontraba por primera vez con uno de esos seres. Pero… había visto algo en sus ojos. Aquellos ojos de un azul imposible. Algo que no se podía fingir si nunca se había experimentado.

Si finalmente la había engañado y se dirigía directa a una trampa, poco le importaba. La idea de morir a manos de un feérico la asustaba, sí, pero era como debía de ser. Sería una muerte honrosa. La que una buena sealgair se merecía.

¿Era ella una buena sealgair? Sacudió aquellas ideas de su mente con un cabeceo. La necesitaba despejada.

La familiar vista del loch surgió ante ella. El lago tenía un deje de magia permanente, y no solo en un sentido figurado. Las vistas de aquel lugar, bordeados de colinas siempre verdes, salpicadas de blanco en los meses más fríos, eran verdaderamente mágicas, pensaba Eithne. Y luego estaba el regusto que acompañaba el aire fresco y salado del loch. El sabor de tierra mojada y metal.

En ese lugar tan al norte en la que apenas vivían humanos, algunos inmortales medianamente pacíficos y que no causaban demasiados problemas, como los selkies, lo usaban de hogar en los meses de verano. Cuando Eithne llegó, el sabor del poder era más potente de lo habitual. Y estaba entremezclado con un aroma que recordaba al de las flores machacadas.

Sus ojos encontraron a Rhys sentado en una roca al lado de la orilla, con la espada desenvainada sobre las rodillas. Pudo ver desde donde se encontraba cómo una sonrisa traviesa le estiraba los labios antes de levantarse con un movimiento ligero y poderoso al mismo tiempo. Eithne desmontó de la yegua e hizo que se fuera.

Se mantuvieron a una distancia prudencial, midiéndose con las espadas desenvainadas. Eithne seguía preguntándose qué era exactamente lo que estaba haciendo allí.

─Sabía que acabarías viniendo ─dijo él rompiendo el silencio.

─Tomo nota de que los fae también tenéis habilidades de clarividencia ─espetó la sealgair.

Él rió con suavidad. El sonido se extendió por el cuerpo de Eithne, arrullando su sangre. Cerró los dedos con más fuerza sobre la empuñadura. El dibujo de zarzas se clavó en la palma de su mano.

─ ¿Por dónde quieres empezar, espinita?

─Porque dejes de llamarme espinita ─soltó con un gruñido─. Es Eithne, o sealgair, o cazadora. Pero no espinita. Ni tampoco niña ─añadió levantando la punta de su espada, señalándolo con una advertencia en sus ojos.

Rhys sonrió un poquito más.

─No voy a prometerte nada. Vas a tener que ganártelo.

Ella frunció el ceño. Rhys comenzó a acortar la distancia que los separaba repentinamente, cogiéndola por sorpresa. Se detuvo cuando Eithne separó los pies, plantándolos firmemente en el suelo y levantando por completo la espada.

─Sin muerte, sin heridas graves ─advirtió él con un tono más serio en esta ocasión─. La sangre… está permitida, si quieres ─añadió con los ojos oscuros por la excitación─, pero si uno de los dos quiere parar, se para. Sin preguntas, sin vacilar.

Sonaba simple, razonable. Sonaba como cualquier sesión de entrenamiento que Eithne había tenido con sus compañeras.

¿De verdad iba a hacer aquello? ¿Iba a pelear con el fae como si este fuera… un compañero? ¿Un igual?

Eithne dejó de respirar durante un instante. Había ido hasta allí por algo y se dio cuenta, en aquel momento, de que no había sido con la intención de morir ni de matar. Se había levantado temprano y había cabalgado hasta aquel lugar frío porque sentía… curiosidad. Una curiosidad que podía acabar matándola, pero curiosidad al fin y al cabo.



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En el texto hay: magia, faes, romance +18

Editado: 25.02.2022

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