Por siempre (un cuento oscuro, #0.3)

7

Los encuentros entre la sealgair y el fae no se producían todos los días, aunque no porque ellos no quisieran. No se lo dijeron en voz alta ni tampoco se permitieron pensarlo siquiera. Eithne tenía días de patrulla obligatorios y otros en los que debía montar guardia con sus compañeras para proteger el poblado, de día o de noche. Rhys pasaba tiempo en Elter en sus propios asuntos.

No había promesas de verse al día siguiente; simplemente, cada uno se acercaba al loch de encuentro cuando podía. Si el otro estaba, peleaban. Siempre había lucha. Solían pelear con las espadas y solo se detenían a regañadientes cuando uno pedía un descanso o el sol comenzaba a desaparecer entre las colinas y a teñir el agua con los colores del fuego. Probaron a enfrentarse una vez con las manos desnudas, pero no volvieron a repetir la experiencia. Había algo extraño en el hecho de tocarse de esa manera, piel contra piel. Hacía que se acercasen de una forma que los hacía ser más conscientes el uno del otro, de lo que su adversario era. Su olor, su poder, su sangre. El acero ponía una distancia más cómoda y segura entre ellos.

Cada vez más a menudo, hablaban.

El primero en abrirse había sido Rhys. Eithne le producía una curiosidad que le picaba debajo de la piel y lo irritaba. Quería conocerla, saber más de ella. Él fue quien dio el primer paso porque sabía que si no lo hacía, ella nunca hablaría. Además, él tenía menos que perder. Nadie de su familia o incluso de Elter tenía porqué enterarse de lo que hacía en el mundo de arriba, que se dedicaba a juguetear con una sealgair cuando no estaba cazando. Quería que confiase en él. Por alguna razón, quería que compartiese más con él de lo que le había dejado ver la primera vez que se habían enfrentado en aquel loch.

Rhys le contó que pertenecía a los dannan cuando le mostró una técnica de lucha especial de su pueblo con la espada. No esperaba que Eithne conociese a los dannan, ni mucho menos la mirada de perplejidad que le dedicó cuando las palabras salieron casuales de su boca. El pueblo de la diosa Dannu, el que muchos consideraban una raza diferente dentro de los fae, hacia la que sus propios congéneres de especie mostraban recelo y en ocasiones desprecio, apenas salía nunca del territorio de la Casa a la que pertenecían, y mucho menos fuera del mundo inmortal. Se mostraban contestos con habitar la tierra que les pertenecía dentro de la jurisdicción de la Sombra y la Niebla, al servicio del Hijo Predilecto que ocupase en ese momento el trono de la Casa. Un pueblo tranquilo, cerrado y casi hermético a los que no llevaban la sangre de Dannu en sus venas y, al mismo tiempo, la comunidad más grande y eficiente a la hora de llevar a cabo el arte de matar y de luchar en la guerra.

─Amo a mi pueblo ─dijo Rhys sentado a orillas del loch, con la espada reposando junto a sus pies─, adoro estar en casa, pasar tiempo en sus tierras. Pero no quiero esa vida, la que se supone que un dannan debería llevar solo por el hecho de serlo. Mis padres lo respetaron, aunque eso haya hecho que mi padre tenga que buscarse a otro sustituto para que ocupe su puesto cuando él ya no esté.

Eithne lo miraba con cautela, mordiéndose el interior de la mejilla. Ella también se había sentado, pero todavía tenía la espada en la mano y su posición era menos relajada que la del fae.

Rhys se pasó la lengua por los labios antes de continuar.

─Mi padre es Gwilym Fforddludw, general de la legión danann. El puesto ha pertenecido a nuestra familia durante muchos siglos; nadie recuerda un tiempo en el que no fuera un Fforddludw quien estuviese al mando de la legión y también de la comunidad ─la miró con su característica sonrisa socarrona en los labios, con una sombra de aflicción detrás de ella─. No eres la única rara dentro de una familia, espinita.

Eithne no arrugó la boca al escucharlo referirse a ella de esa manera. Aquel apelativo parecía haber dejado de molestarla.

─Sí, pero tu padre lo aceptó, ¿no? No te castigó por ello.

─No, no lo hizo. Mi hermana Lea y yo no hemos salido como él se esperaba ─dijo con una carcajada sincera─, pero siempre nos ha permitido seguir el camino que deseásemos. Sin embargo, eso no quiere decir que no tuviésemos que soportar alguna mirada decepcionada del los que en teoría eran nuestros  amigos; esa familia con la que no compartimos sangre.

─ ¿Qué fue lo que hizo tu hermana?

─Casarse con el Hijo Predilecto de la Sombra y la Niebla.

La sonrisa de Rhys se amplió un poco más. Que los Maira fuesen sus señores y gobernantes no quería decir que los dannan fuesen a aceptar que una de los suyos se uniese a él en matrimonio y mezclase su sangre y su linaje con el de quien consideraban su opresor. Aunque ella fuese la hija de su general, el único que se encontraba por encima de ellos además del propio Hijo Predilecto.

A pesar de que Rhys era un niño cuando su hermana les había anunciado a sus padres sus intenciones de casarse con Kendrick, todavía recordaba perfectamente el revuelo que había causado, no solo dentro de su pequeña familia, que la habían respetado y apoyado, sino en toda su comunidad. Recordaba a la perfección cómo había dejado claro que lo que estaba haciendo era informándoles de lo que iba  hacer, no pidiéndoles permiso.

A Lea no se le daban bien ese tipo de formalismos, sobre todo cuando sabía lo que quería.

─Unos hijos rebeldes, los de tu padre ─dijo Eithne.



#6770 en Fantasía
#15272 en Novela romántica

En el texto hay: magia, faes, romance +18

Editado: 25.02.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.