Eran mediados de junio cuando después de haber estado más de una semana sin coincidir, Rhys se descubrió a sí mismo rezando brevemente porque ella apareciese en el loch. Hacía mucho que no rezaba ni le pedía nada a Dannu, fuera de las muestras de respeto que le ofrecía en los días señalados. Evitaba hacerlo por miedo a que la diosa se ofendiese; nunca había sido su mejor hijo, el más devoto o el que más honraba su figura. Pedirle nada en momentos de desesperación podría tomarlo como una gran ofensa. ¿Quién sabe cómo podría reaccionar? Los dioses eran entidades tan caprichosas…
La ligera presión que se había instalado en su pecho esa mañana se deshizo cuando sintió a la sealgair y a su yegua llegar. Los cascos del animal apenas hacían ruido contra el suelo seco y compacto, pero pocas cosas pasaban desapercibidas para el oído de un feérico. Sin embargo, lo que primero había llegado hasta Rhys era el olor de la cazadora. La nébeda era lo que más destacaba, extendiéndose por la nariz de Rhys, arrullando su sangre y sus instintos. La manzana, que era lo que sospechaba que diferencia a Eithne del resto, también llegó hasta él, pero a modo de recuerdo. La joven siempre se comía una de esas frutas entre una pelea y la siguiente, compartiendo siempre con Ròsan.
La sonrisa traviesa que había comenzado a asomar en su boca se congeló cuando distinguió con claridad los rasgos de la cazadora. La mirada de Eithne transmitía cansancio y preocupación, su postura montada sobre Ròsan no era erguida y altiva. Cuando su mirada de color verde oscuro salpicada de motas de color acero se cruzó con la de Rhys, el brillo desafiante al tiempo que divertido no asomó en sus ojos.
Rhys no desenvainó la espada a modo de bienvenida como salía hacer. Ese día no quería pelear. No quería resolver los problemas que ella tuviese con violencia, así que en lugar de proceder al ritual de siempre, lo que hizo fue preguntar:
─ ¿Ocurre algo?
Eithne, que acaba de desmontar pesadamente de la yegua, negó con la cabeza, su vista clavada en el agua del loch. Tampoco había desenvainado la espada ni ninguna de las múltiples armas que llevaba. La luz del sol arrancaba destellos dorados a su melena castaña trenzada; algunos mechones estaban mal sujetos y enmarcaban su rostro pálido y salpicado de pecas.
Rhys esperó con paciencia hasta que ella habló.
─Mi tía ha decidido adelantar el flùr le fuil de mi hermana. Quiere que sea este verano.
─Entiendo que estés nerviosa por ella pero, por lo que me contaste, es un gran momento para una sealgair ─dijo con cautela, evaluando todo lo que pasaba por su cara─. Un motivo de orgullo y celebración.
Una nueva cazadora completa y preparada para salir del poblado y cazar con el resto de sus hermanas. Para las demás compañeras aquello merecía un festejo, pero no para Eithne, comprendió Rhys.
─Es una niña. El flùr le fuil suele tener lugar después de cumplir los dieciséis años si ya se ha tenido el primer sangrado. Gwynie cumplirá catorce el mes que viene ─aclaró Eithne con un hilo de voz.
─No creo que tu tía mandase a tu hermana a matar a su primer feérico sola si no creyese que era capaz de hacerlo. Es su sobrina…
─Nuala quiere que mate a un fae ─cortó Eithne.
Un silencio pesado se instaló entre los dos. Rhys no pudo evitar pensar en la temeridad que suponía dejar que una niña que nunca había tenido una experiencia real entrando en combate con un inmortal se enfrentase sola a un feérico mayor. Aunque, pensándolo bien, no era muy diferente a lo que él había vivido, seis años atrás, peleando contra el Agua y el Cristal sin haber alcanzado la inmortalidad completa y sin más experiencia que la que había vivido en los campos de entrenamiento dannan.
─Entonces será mejor que no me acerqué por aquí el próximo mes ─dijo Rhys, intentando sonar irónico.
Pero Eithne no respondió a la broma con un bufido o tratando de contener una sonrisa, como siempre ocurría. En lugar de eso, se tapó la cara con las manos, sus hombros temblando. Comenzó a sollozar quedamente. A Rhys se le encogió el corazón al verla de esa forma. En los meses que la conocía, Eithne había mostrado muchas emociones delante de él, entre ellas, el pesar y la tristeza. Pero por muy doloroso que le resultase el recuerdo de las cosas que le contaba, nunca la había visto llorar. Hasta ese momento.
Se acercó a ella, dubitativo, y colocó una mano sobre su costado. Eithne se estremeció ante su contacto y levantó la vista para mirarlo a través de las pestañas mojadas. Se quedó muy quieta durante un instante interminable. Rhys podía notar sus músculos tensos y duros a través de la ropa que los separaba, preparados para actuar. Para dar un salto y alejarse de él todo lo que podía, pensó. Pero Eithne no se apartó.
Rhys dio un paso cauteloso hacia ella, colocando la otra mano en su costado contrario.
─Eithne…
La joven apretó los puños en sus costados y cerró los párpados con más fuerza, provocando un desbordamiento de lágrimas calientes. Cuando la primera de ellas, resbaló por su barbilla y tocó el suelo, Eithne salvó la distancia que los separaba y se precipitó en los brazos del fae con un sollozo.
Rhys la recibió contra su cuerpo sin decir nada, estrechándola con cuidado, rodeando su cintura con los brazos y apoyando la barbilla en su coronilla. A pesar de que Eithne era bastante más baja que él, Rhys nunca la había visto como una mujer pequeña. Sin embargo, en esos momentos de primer contacto amable entre ellos, con ella temblando y sacudiendo sus cuerpos, la sintió tan frágil…