La mano de Rhys bajó dentro de la manta, dejándola apoyada en las costillas de Eithne. Tenía miedo de que se apartase de él después de lo que habían hecho.
Él no estaba seguro de lo que sentía luego de haber estado con una sealgair de esa manera. Después de haberse acostado con ella. Después de haberla deseado y de haber disfrutado de su contacto, haberlo buscado y sentir que no tenía suficiente. El olor de ambos seguía en el aire y los sonidos que ella había proferido mientras la penetraba le seguían haciendo eco en los oídos.
Rhys la acarició, trazando diseños intrincados sobre su piel caliente, pero Eithne no lo miraba. Estaba hecha un ovillo a su lado, con la mano extendida hacia su cuello, pero sin llegar a tocarlo. El silencio que se había instalado entre ellos después de reconocer en voz alta que habían disfrutado comenzaba a resultar pesado. Quería que hablase, que le dijese algo, lo que fuera.
Pero no se esperaba lo que Eithne confesó de pronto.
─Mi primera muerte iba a ser la de un fae.
Rhys se quedó muy quieto; no porque la confesión le hubiese resultado chocante, sino porque esperaba que ella siguiese hablando. Pero no lo hizo.
─Me dijiste que tu primer feérico había sido un kelpie ─comentó con voz pausada.
─Y lo fue. Pero no estaba planeado.
Ella estiró un poco más la mano y tocó la cadena que llevaba Rhys al cuello. Cerró los dedos en torno a la uña negra de selkie, con cuidado de evitar la piel del fae. Rhys esperó.
─Como hija del clan del Espino Negro y sobrina de la Nighean Stiùiridh de nuestra aldea ─continuó susurrando─, se esperaba de mí que tuviese un gran rito de iniciación, que la primera vez que me manchase las manos con la sangre de un inmortal fuese un gran momento. ¿Qué hay más grande para nosotras que un fae? ─preguntó dándole vueltas a la uña feérica entre sus dedos.
Rhys pudo imaginarse como terminaba aquella historia sin que ella se lo contase.
─Y cuando llegó el día, cuando me vi sola delante de aquella mujer… aquella hembra fae… Ella… no estaba haciendo nada malo ─exhaló temblorosa─. No sé si antes en algún momento hizo daño a humanos, no lo sé y nunca lo sabré. Solo estaba recogiendo madera de serbal de cazadores y resina en el bosque ─su ritmo hablando aumentó y su cuerpo comenzó a temblar bajo la mano de Rhys─. Las demás pelearon contra ella y la hirieron antes de dejármela a mí para que la rematase, pero… me miró de una manera que… ─ tragó saliva, tratando de contener el llanto─ y me suplicó.
Eithne hizo una pausa, perdida en el recuerdo de los ojos color miel de aquella fae, lacrimosos por el dolor y el miedo, clavados en ella mientras se sujetaba el brazo roto y machacado por la pelea.
─Me suplicó, y los fae nunca suplican. Nunca suplicáis ─puntualizó con voz cruda─. Dijo que tenía una hermana pequeña en Elter, que estaba aquí para conseguir la madera de las cazadoras, venderla en el mundo de abajo y poder cuidar de ella.
Eithne se mordió el labio un momento antes de continuar, rezando, si es que después de lo que había hecho en aquella cueva con Rhys todavía podía pedirle algo a Morrigan, para que el llanto no escapase de su garganta.
─No sé si era cierto, puede ser que estuviese mintiendo, nunca lo sabré ─repitió esas últimas palabras con un deje desesperación─. Me quedé paralizada, viendo como sangraba y cómo me miraba con aquellos ojos… No parecía que fuese mucho mayor que yo, y cuando me dijo aquello pensé en Gwynie, en mi hermana, en que yo… ─ cerró los dedos con fuerza sobre el colmillo, hasta sentir que comenzaba a perforarle la piel─ yo me moriría si algún día se quedase sola… si no hubiese nadie que pudiera cuidarla. Empezaron a temblarme tanto las manos que se me cayó la espada al suelo.
La habían abrumado tantos sentimientos que apenas había podido respirar. Los bordes del mundo se habían tornado borrosos, reduciéndolo todo al joven rostro que tenía ante sí. Luego, vinieron los gritos de sus compañeras cuando se dieron cuenta de que había fallado.
─Ella no intentó atacarme. Podría haberlo hecho, podría haber intentado desestabilizarme con el poco poder que le quedase, pero… solo se levantó e intentó correr.
Había intentado correr. No hizo falta que Eithne especificase más. La inmortal apenas había conseguido ponerse en pie cuando una flecha la atravesó por el costado y la volvió a tirar uno cuantos pasos más allá de Eithne.
─Fui incapaz de hacerlo. Y eso me ha perseguido siempre. Nunca he podido olvidarlo; tampoco me lo han permitido.
Rhys comprendió. Nadie de su poblado le había permitido olvidar aquel error, aquella vergonzosa muestra de debilidad hacia un ser que sufría y que probablemente no hubiese supuesto una amenaza real para los humanos.
─Seguramente no te mentía ─habló ahora Rhys acariciando su melena con cautela─. Las guerras dejan muchos huérfanos, y tal y como quedan destruidas las cortes y los territorios después, algunos se aventuran en este lugar para buscarse la vida. En todas las Casas se les paga muy bien a quienes consiguen madera de serbal de cazadores para intentar hacer armas, o por lo menos algún artilugio de tortura. Cuando tú te enfrentaste a tu florecer de sangre, era especialmente apreciada en el Agua y el Cristal.
El ejército de la única Casa que se encontraba al norte de la Sombra y la Niebla había empleado flechas hechas con serbal de cazadores durante la batalla en la que Rhys había participado. Aquella que le había hecho darse cuenta de que no quería llevar una vida de guerrero.