─Entonces, ¿llegan esta tarde?
─Eso es lo que dijo Nuala. ¿No estás emocionada?
─Por Morrigan, claro que sí. Hace tanto tiempo que no estoy con un hombre…
─Pero, no querrás ser madre ya, ¿no?
─ ¿Qué? No, claro que no, pero darle una alegría diferente al cuerpo no está nada mal.
Eithne escuchaba la conversación que estaban manteniendo dos sealgair tres cuadras más allá de donde ella estaba cepillando a Ròsan, mientras esta comía alegremente una manzana.
Una partida de fiosaiche, hombres que como las sealgair eran descendientes de sidhe y humanos, iba a visitarlas y a quedarse con ellas unos días. Algunos venían a ver a sus hijas después de mucho tiempo, casi un año, si Eithne no recordaba mal. Otros, venían a entregar a las niñas, todavía bebés, que habían tenido con humanas en los pueblos en los que vivían. Otros tantos, viajaban hasta allí a probar suerte en dejar descendencia entre las sealgair, si alguna los aceptada en su cama. También se llevarían a los niños que habían nacido desde la última vez que habían estado en el campamento.
Los fiosaiche no tenían permitido vivir con sus congéneres femeninas. Eran un estorbo. No servían como luchadores y cuando notaban la presencia de un inmortal demasiado cerca, muchos tenían ataques de ansiedad o de locura. No eran capaces de controlar los escasos poderes que su sangre feérica les había concedido, no como las sealgair. Pero sí servían para aumentar el número de estas a las filas de la lucha contra los seres del mundo de abajo, y para eso casi siempre eran bienvenidos.
Eithne siempre procuraba estar de guardia cuando venían. No tenía nada en contra de ellos, simplemente no le generaban ningún tipo de interés. Ni siquiera ahora que Rhys le había mostrado lo que un hombre podía ofrecerle.
─Eh, Eithne, he oído que Ewan viene con ellos ─le dijo una de ellas asomándose por encima de la pared de la cuadra.
La interpelada hizo una mueca con la boca. Ewan era un poco mayor que ella y se conocían desde niños. El joven siempre había sentido una fascinación por Eithne que ella no entendía, y esta no había desaparecido incluso después de enterarse de su fallo durante su flùr le fuil. La última vez que había estado en su poblado la había hecho sentir particularmente incómoda. Por aquel entonces, Eithne compartía lecho ocasionalmente con Ayla, otra cazadora de su misma edad, y no pensaba que se sentiría atraída nunca por otra persona que no fuese de sexo femenino. Había intentado darle una oportunidad al fiosaiche en esa ocasión, pero no había sentido la suficiente confianza como para tener su primera vez con un hombre como él. Demasiado rudo, demasiado directo. La había hecho sentirse como un premio que ganar, un objeto. A Ewan no le había sentado especialmente bien su descarado rechazo, y se lo había hecho quedar bien claro.
─ Ningún hombre va a querer ponerte la mano encima, Eithne, y mucho menos para tener hijos contigo después de lo que has hecho. Deberías sentirte afortunada de que yo esté dispuesto a hacerlo ─le había dicho con una mirada cargada de desprecio y malicia.
─ ¿Vas a dejar que el pobre se vaya otra vez sin haber probado tu feminidad? ─preguntó una de sus compañeras con sorna, devolviéndola a la realidad.
Eithne resopló igual que lo hacia su yegua cuando la contrariaban
─Sí, esa es mi intención.
─Que cruel eres ─replicó una de las guerreras con una sonrisa maliciosa─. El pobrecillo está desesperado por dejar descendencia entre las cazadoras. Es el único de los fiosaiche del Halcón Azul que aun no ha tenido hijos a su edad.
─Podría tenerlos con una humana ─bufó Eithne acariciando el hocico de Ròsan, que secundó sus palabras con un relincho bajo.
─Oh, sabes cómo son los fiosaiche nobles ─rio la guerrera─. Ninguno de los que pertenecen a uno de los tres clanes principales querría tener hijos con una humana cualquiera.
¿Pero sí con una sealgair como yo? se preguntó Eithne. O Ewan tenía algo personal con ella, o debía de estar muy desesperado.
Ewan no era poco agraciado, pero Eithne sospechaba que lo que a muchas les hacía dudar a la hora de compartir cama con él era lo que no se veía a simple vista. Lo que salía de su boca cada vez que la abría y la mirada de sus ojos azul grisáceo. A Eithne siempre le había recordado al animal que daba el nombre a su clan, inquisitiva y penetrante.
─Creo que para él es un reto lo de ser el primer hombre que se acuesta contigo ─dijo la misma cazadora que había hablado por última vez, poniendo los ojos en blanco con un gesto exagerado y cómico.
Eithne dejó escapar una carcajada sincera que apenas pudo contener.
Si Ewan descubría quién había sido el primer hombre que la tocaba en la había tocado en la intimidad, Eithne estaba más que segura de que se quitaría aquella obsesión por yacer con ella. De hecho, lo más probable es que ni siquiera volviera a ponerle los ojos encima. Aquellos nobles e inquietantes ojos de ave rapaz que parecían verlo todo…
─Bueno, pues va a tener que buscarse otra feminidad que estrenar, porque esta se niega a que ese pajarraco le ponga una de sus orgullosas plumas encima ─replicó mirando a sus compañeros con una sonrisa traviesa que había copiando del feérico con el que compartía su cuerpo sin ningún tipo de obligación.