El otoño acababa de dejar su primera nevada. Había sido ligera y antes de que el sol estuviese en todo lo alto, ya había terminado de derretirse. El suelo estaba enlodado y resbaladizo, con charcos de barro aquí y allá. Algunas plantas que no habían perdido sus hojas en otoño presentaban quemaduras por el frío de aquellos días. Rhys esperaba a Eithne sentado en la orilla del loch, dibujando arabescos con la punta de la boca en el suelo encharcada.
Llevaban quince días sin verse. Echando cuentas, Rhys se imaginaba que no se habría acercado hasta allí por su sangrado (las sealgair no abandonaban sus poblados cuando estaban en esos días, pues el olor de la sangre era un atrayente demasiado fuerte para cualquier ser que pudiese detectarlo). Llevaba en el mundo mortal tres días seguidos ya, y estaba empezando a pasarle factura; si ese día no venía, tendría que volverse a Elter y no sabría cuando podrían volver a coincidir. Las festividades de Samhain se acercaban, y no quería perdérselas. Además, el cumpleaños de su madre se acercaba y él quería estar con ella y su familia durante un par de días, así como darle el regalo que había preparado a medias con su hermana. Beinn Nibheis estaba a medio día de camino y cargado con las pieles que había reunido, le llevaría un poco más.
Un relincho lo sacó de sus ensoñaciones. Ròsan trotaba alegremente hacia él, con Eithne montaba encima.
─Empezaba a preocuparme que te hubiera pasado algo ─le confesó después de saludar a la yegua con una caricia y de besar a la sealgair largamente.
─Hemos tenido visita de los fiosaiche ─dijo con una mueca─. No he podido escabullirme. Nuala quería que… que me emparejase con alguno de ellos. No me he acostado con ninguno ─se apresuró a aclarar.
─No tienes que darme explicaciones ─dijo él pausadamente, con una ceja enarcada.
Nunca habían hablado sobre los términos de su… de lo que sea que hubiera entre ellos. Nunca se prometieron el uno a la otra ser la única persona con la que se acostasen. Rhys había tenido la oportunidad de hacerlo en Elter en varias ocasiones desde que había empezado a yacer con Eithne, pero las había dejado pasar. No porque sintiera que le debiera algo a Eithne, sino porque simplemente no lo deseaba. Su cuerpo había reaccionado al contacto de manera natural, pero nada más. Anhelaba sus encuentros con la cazadora y desearía poder tenerlos más a menudo, pero no quería suplir esas necesidades íntimas con cualquiera. Solo con ella.
─Yo tampoco me he acostado con nadie más que contigo. No he deseado hacerlo.
Eithne se estrechó contra él con más fuerza, sin mirarlo. Rhys jugueteó con su trenza, respirando su olor. Su cuerpo tibio se sentía tenso contra el suyo, pero al mismo tiempo la postura hundida de sus hombros delataba su cansancio. Rhys no pudo evitar preguntar:
─ ¿Ocurre algo?
En los meses que habían compartido juntos, Rhys estaba bastante seguro de que podía leerla como si de un mapa se tratase. Conocía sus reacciones cuando algo no iba bien, y las primeras señales que había aprendido a reconocer era cuando quería decir algo, pero no estaba segura de cómo hacerlo. El pequeño empujón que necesitaba para hablar era saber que él la escucharía, que estaba interesado en lo que fuera que la reconcomía.
Eithne respiró hondo contra él, llenándose los pulmones con aquel olor que tanto adoraba. Finalmente, murmuró:
─Yo… tuve un retraso. Sangré casi una semana más tarde de lo que me habría tocado.
Rhys se quedó callado. No movió ni un solo músculo, ni quiera para tensarse. Eithne se mordió el labio antes de decir en voz alta:
─Pensé que podría estar embarazada.
Rhys tardó unos instantes interminables en volver a sí mismo, perdido en todos los pensamientos frenéticos e imágenes casi surrealistas que pasan por su cabeza.
─Eso no es posible.
Su voz sonó más fría y analítica de lo que pretendía. Igual que un sanador ante un corte superficial sin importancia. Eithne lo soltó y resopló.
─ ¿Cómo lo sabes? Que nunca se haya sabido de un fae y una sealgair que tuviesen descendencia no quiere decir que no pueda ocurrir.
─Tienes sangre sidhe en tus venas. No pueden tener hijos con los fae.
Rhys pudo notar el enfado bullir dentro de las venas de Eithne por el cambio que se produjo en el olor que desprendía, más fuerte y acre. El olor de la adrenalina. Podía imaginarse que sus dedos hormiguearían de la misma manera que comenzaban a hacer los suyos al percibir su cambio de actitud. Pidiéndole que cogiera la daga que llevaba en el cinturón. Pidiéndole que pelease.
─Pero los humanos y los fae, sí, y yo tengo más sangre humana que sidhe.
Rhys se sorprendió con lo enojado que desprendía el tono de voz de la cazadora. Estaba contrariada. Como si… como si odiase aquella verdad expresada en voz alta. Como si la rechazase y se negase a creerla. Como si desease que fuese diferente.
Rhys abrió y cerró la boca un par de veces antes de preguntar por fin:
─ ¿Cómo te sentiste cuando te diste cuenta de que habías sangrado?
Eithne apartó la mirada. Sus ojos se clavaron en las aguas tranquilas y enturbiadas del loch. La nieve sucia había llegado hasta el lago salino, manchando las zonas más cercanas a la orilla de un color pardo sucio. Era casi medio día y el cielo estaba encapotado, teñía el agua del loch de color gris oscuro. Los ojos de Eithne, casi siempre de un color verde intenso con manchas grisáceas, habían adquirido un color muy parecido al de esas aguas.