Por siempre (un cuento oscuro, #0.3)

19

Rhys se precipitó dentro de la brecha que unía los dos mundos y corrió todo lo que su cuerpo inmortal le permitía. Llanrhidian quedaba al norte de la Casa de la Sombra y la Niebla, la más grande de todas las de Elter. Para llegar a ella, primero tenía que atravesar la mitad de la Tierra de Nadie, plagada de feéricos salvajes que se veían atraídos por las emociones intensas como las que desbordaban su cuerpo en ese momento.

Puede que esos sentimientos fuesen tan abrumadores y descarnados que resultasen intimidantes para las hadas de aquellas tierras, porque ninguna se acercó a él.

A Rhys se sentía arder por dentro. Su cuerpo quemaba con cada paso que daba, alejándolo más y más de Eithne. Ardía con tanta fuerza que casi podía oler el humo saliendo de su interior. Nunca se hubiera imaginado que un feérico pudiera desprender una esencia que le recordaba a la de una hoguera de serbal de cazador.

Solo prestó la atención necesaria al camino para no perderse y atajar por los lugares adecuados para llegar antes a su destino. Los campos de entrenamiento de los danann, una amplia extensión de tierra donde los guerreros se entrenaban en diferentes círculos de acuerdo con sus habilidades y su nivel. Sabía que su padre estaría allí ese día, supervisando a los más jóvenes guerreros que pronto se enfrentarían a la Turas Mara y pasarían a ser inmortales por completo, pero no se esperaba quien estaría con él. Lea y Kendrick, uno a cada lado del general dannan.

Sus pies tropezaron al frenar, pero consiguió mantener el equilibrio. El sonido del acero desenvainándose llenó el lugar. Un pulso de poder oscuro proveniente de Kendrick lo golpeó, haciendo que se volviera a tambalear. Había irrumpido en el lugar con tanta rapidez que los presentes apenas habían notado que se acercaba.

Su padre había sacado la espada y lo miraba con el ceño fruncido y los ojos muy abiertos, mezcla de la estupefacción y fría determinación de guerrero. Bajó el arma cuando reconoció a su hijo.

─ ¡Joder, Morgan! He estado a punto de ensartarte, ¿qué narices…?

El sonido de su segundo nombre le golpeó de lleno en el pecho. De la nada, recordó que no le había dicho nunca a Eithne su segundo nombre. Con lo que sabía que ella adoraba el mar y todo lo relativo a él… pero no había tiempo para eso.

─Tenéis que ayudarme.

Su voz sonó estrangulada, trémula, apenas comprensible.

─Por Dannu, ¿qué te ha ocurrido?─preguntó su hermana mirando de arriba abajo su cuerpo cubierto de cortes, deteniéndose en la gran mancha de sangre que se había formando en su hombro derecho y que empezaba a dejar de crecer.

Pero su hermana no se refería solo a las heridas visibles que llenaban el lugar con un penetrante olor a sangre, sino también a aquellas que su piel no reflejaba, pero que sus emociones destapaban.

─Ella, Eithne ─dijo atropelladamente moviéndose hacia su padre─. La van a matar. Por favor, tenéis que ayudarme.

─ ¿Por qué hueles a sealgair? ─preguntó Kendrick con su característico tono de voz, firme y pausado. Siempre, en cualquier situación. A Rhys había llegado a resultarle desquiciante, pero en ese momento poco importaba.

Se estremeció cuando su mirada se posó en la del Hijo Predilecto. Sus ojos oscuros, negros como un abismo infinito, se clavaban en él con intensidad. Tomó aire, llenando sus doloridos pulmones, esperando a sentir un pinchazo dentro de su cabeza.

Pero ese dolor lacerante no llegó y todo el mundo seguía mirándolo, expectante. Tragó saliva e inspiró una vez más antes de comenzar a hablar.

Rhys lo contó todo. Todo lo imprescindible, al menos. Les relató brevemente que meses atrás había conocido a una sealgair de la que se había enamorado y que ella ahora estaba en peligro, que sus compañeras iban a matarla por haber descubierto la relación que mantenían. Su plan era llevar con él a un par de guerreros dannan con los que seguía teniendo buena relación a pesar de lo que había hecho años atrás.

Las palabras murieron en su boca cuando sus ojos se fijaron de verdad en los rostros espantados de su familia. En los hilillos de emoción que emanaban de sus cuerpos y llegaban hasta Rhys. Sentimientos no muy diferentes a los que acababa de dejar atrás, en el campamento de las sealgair.

─Por favor, van a matarla ─dijo más despacio─. Sé lo que estáis pensando. Sé que debo de pareceros el ser más asqueroso que Madre ha creado, pero yo… yo la amo ─manifestó sin bajar la voz, sin buscar que aquella sentencia llegase al menor número de presentes posibles─. Ayudadme a sacarla de allí y desapareceré. Lo prometo, nunca más tendréis que volver a verme, ni saber de mí ─se giró hacia Kendrick. Su rostro se había quedado petrificado en con una expresión amarga, como si hubiera olfateado algo especialmente asqueroso. De todos los presentes, era el que menos dejaba translucir─. Destiérrame de la Casa si es lo que quieres, pero, por favor…

─Cállate. Joder, Rhys, cállate. No te atrevas a decir ninguna de esas… ─gruñó su padre todavía con la espada en la mano.

─ ¡Pero es cierto! ─gritó Rhys, la desesperación corriendo por su cuerpo, supurando.

─Nadie va a ayudarte.

Rhys se giró ahora hacia Kendrick, quien había pronunciado esas últimas palabras. Despacio, muy despacio. Con voz clara y firme, grave. Un tono que no admitía réplica. Se lo dijo a Rhys, a su padre y a su hermana. El tono de Hijo Predilecto que Rhys le había oído utilizar contra aquellos que lo contrariaban y que iban en contra de lo que él ordenaba y deseaba rezumaba por cada letra que pronunciaba.



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En el texto hay: magia, faes, romance +18

Editado: 25.02.2022

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