Quince de marzo.
Caminando sin apuro llego a la parada. Aún faltan cinco o diez minutos para que pase el autobús, pero disfruto tener el asiento libre para mí. Me siento y observo la calle de enfrente, donde se encuentra la plaza de juegos. Hay varios niños jugando a las escondidas y están usando el uniforme del colegio cercano, por lo que puedo deducir que no han llegado a casa aún para cambiarse la ropa. Dos señoras se levantan del viejo banco de madera, llamando al mismo tiempo a tres de los niños, los cuales creo son sus hijos. Absorto en aquella escena, no reacciono de que una persona está sentada a mi lado. Y al verla no puedo evitar darle una falsa sonrisa.
—Buenas tardes, María —digo cordialmente. Ella devuelve el saludo con cariño. Y me refiero a cariño con que...
—Un muchacho caballeroso con quince años y las mujeres de hoy en día buscan a un millonario que las mantenga, ¡hombres eran los de antes, señoras y señores! Y yo te digo, Javier...
—Jev —corrijo, aunque sé que no me escucha.
—...ahora usan las minifaldas esas para atraer a hombres fachos, a los malos les digo yo. Tienen que aprovechar a los jóvenes que son caballerosos, ¡esos se nos están perdiendo, son uno en un millón! Y ahora que se les da por andar varones con varones y nenas con nenas, ¿dónde se ha visto eso? Muestran su amor frente a los niños, ¡unos sinvergüenzas! Se acostumbran los pequeños y después se vuelven los raritos porque hacen lo mismo que los demás...
Respiro hondo tratando de no escucharla más. Reviso la hora a través del reloj en mi muñeca y noto que el autobús ya debería estar aquí. Para mi fortuna, ya hay una muchedumbre de personas a mi alrededor, principalmente compañeros de clase y algunos rostros que reconozco ya haber visto en el instituto. Ninguno se me acerca a hablar ni yo a ellos, prefiero observar sus movimientos desde mi posición que, debo admitir, es excelente para realizar esta acción. Mientras examino mi alrededor, una de las personas logra llamar mi atención: una chica de cabello rizado color café.
Habla animadamente con otras tres chicas, por los gestos podría decirse que está re-interpretando reacciones y lamento no poder escuchar qué está diciendo. Culpo a las voces superpuestas de los demás presentes. De pronto nuestras miradas se cruzan, vagamente siento como si la recordara de algún lado y no solamente del receso entre clases.
Malena. Malena es su nombre.
—¿Malena? —la llamo dudoso por encima de otras conversaciones. Ella levanta las cejas sorprendida, mientras que algunos curiosos desvían su mirada hacia mí para luego seguir en su mundo.
Veo que la chica se abre paso entre las personas para llegar hacia donde me encuentro. Como si tuviese un resorte, me levanto del asiento.
—¡Jev! ¿Qué tal? Supongo que bien ¿o no? Quisiera preguntarte, ¿cómo sabes mi nombre? Porque bueno, yo he sabido del tuyo por mis amigas, pero tú... ¿Tú cómo lo sabes? ¿Lo escuchaste? ¿Por qué me mirabas recién? Digo, yo te miré porque tú me miraste, no porque me gustes o algo así... —habla a toda velocidad y sus manos parecen sudar; está nerviosa, pero ¿por qué? Sonrío para demostrarle confianza, tal vez así se calme.
—Ay...y-yo... Tu sonrisa... Es... Ehhhh... —Y, sin siquiera terminar una oración, sale corriendo al resguardo de sus amigas. ¿Se sentirá bien?
De pronto escucho el escandaloso freno del autobús. Voy hacia la gran fila formada para subir al mismo y reviso la hora en el teléfono, me decepciono al descubrir que hoy llegaré tarde a clases.
La profesora de Literatura nos perdonó la vida porque había tenido experiencias similares con el transporte público, así que no tuve falta ni llegada tarde.
—Para los que recién llegaron, ¿alguien de ustedes leyó el cuento "Los Buques Suicidantes" que pedí la semana pasada? —pregunta con cierta severidad en su rostro. Solamente tres de los ocho recién llegados, levantamos la mano.
La profesora Flavia es una mujer alta, flaca (en los brazos se le marcan mucho los huesos), de cabello corto oscuro, con tez color bronce y ojos verdes que resaltan en su rostro. Su sonrisa un poco amarillenta no la suele demostrar en clases, por lo que deberías sentirte halagado si eso ocurre. Aunque dentro del aula es una persona autoritaria, fuera de él es muy amable y alguien muy abierta para poder hablar sobre LO QUE SEA.
La clase sigue con normalidad, analizando y opinando sobre uno de los cuentos más conocidos del autor Horario Quiroga. Al terminar el análisis, la profesora pide copiar lo que hay escrito en la pizarra. No tardo mucho en disponerme a ello, cuando alguien toca mi espalda. Me giro y veo a uno de mis compañeros con un trozo de papel en la mano.
¿Henry? ¿Pero él no estaba...?