Por Sus Alas [sin editar]

3 - Siguiendo La Nota.

Diecisiete de marzo.

     Son la una de la mañana y aún no he podido ver a mi abuelo. Todos están en la sala charlando mientras yo me encuentro sentado en el borde de las escaleras, no muy lejos de los demás pero lo suficiente para poder distraerme con el teléfono. Escucho que alguien cerca arrastra sus pantuflas mientras camina y me levanto con rapidez al ver que es el abuelo. Me dirige su arrugada sonrisa con un par de dientes menos. Y cuando estoy por comenzar a conversar con él, Eliana y mamá aparecen.
     —¡Señor Dickens! —reprocha la morocha—, vuelva a la cama que usted casi no puede caminar.

     —Istid cisi ni piidi ciminir —se burla él y yo trato de no reír—. ¡Si caminé entre piedras con dos bolsas de papas en brazos, puedo caminar donde se me antoje!

     Mamá con su comprensiva voz trata de convencerlo, pero el abuelo es un hombre testarudo, alguien que siempre debe tener la última palabra. Al no ser parte de la escena, observo con diversión lo que está ocurriendo al igual que varias de las personas que llegaron desde la sala debido a que, supongo yo, querían saber por qué tantos insultos de parte del anciano.
     —¡Controle ese vocabulario, Señor Dickens! ¿¡Se da cuenta que su nieto se encuentra cerca de usted!?
     —¡¡¡Mis polainas!!! ¡Jev ya no es un niñato de preescolar, tengo derecho a decir lo que a mí se me plazca! —Algunos reímos ante tal comentario. Las ocurrencias de mi abuelo suelen ser así, ¿cómo no querer venir a su casa durante el verano o las vacaciones?
     Y entonces siento una punzada en el estómago. Él está enfermo, ¿se recuperará? ¿Y si no lo hace? ¿Y si...? No, Jev. No debes pensar en negativo ahora. Pero es la situación realista, ¿no? Porque él ya tiene sus años, entonces él va a...
     —Jev, cariño, ¿ocurre algo? —mamá me mira preocupada. Tanteo en mi rostro las lágrimas que limpio rápidamente. ¿Estaba llorando? 
     Entonces me percato que en el lugar solamente estamos los dos. El abuelo había vuelto a su habitación y las otras personas se encontraban de nuevo conversando en la sala.
     —Estoy bien, mamá, no te preocupes. Me siento un poco cansado, es todo... iré a dormir ahora —contesto y comienzo a subir las escaleras, pero ella me detiene.
     —Si ocurre algo cariño, no dudes en decírmelo, ¿está bien?
     Asiento mientras continúo mi camino. 

     Ya en la habitación, una en la que suelo alojarme cuando me quedo por varios días, decido acostarme en la cama y mirar el techo hasta quedarme dormido. Pero no tardo mucho en sentarme y recordar el trozo de papel que aún no había abierto. Así entonces lo saco del bolsillo de mi pantalón. Me acerco a la lámpara de la mesa, abro el papel y leo con cierta dificultad:

     Los montes son buenos lugares para encontrar la calma.
E.M.

     —¿E.M? Parecen ser iniciales, pero... ¿De quién o qué?

     Dejo la nota junto a la lámpara, para luego apagarla y acostarme nuevamente. Pienso los nombres completos de mis compañeros buscando alguna coincidencia. Poco a poco el sueño me quiere atrapar...y lo logra.
 

     —Jev... Jev, corazón, debes levantarte —Mamá me zarandea suavemente. Lucho contra mis propios ojos que no quieren ceder a ser abiertos nuevamente, mientras mi cuerpo se mueve para quedar en una posición más cómoda; necesito dormir un poco más.
     —Vamos, cariño —insiste mamá—. El almuerzo ya está listo y tú aún no te has levantado.
     La palabra "Almuerzo" me hace reaccionar.
     —¡Es tarde! —digo sobresaltado y, al tratar de girar para poder desenredarme entre las sábanas, caigo al suelo. Eso te pasa por apurado, me reprocho. Por fortuna la ropa de cama amortiguó la caída, así que no agrego ningún moretón a mi pobre cuerpo lastimado.
     Mamá sale de la habitación dándome espacio para poder escoger algunas prendas de vestir e ir al baño a tomarme una merecedora ducha. Voy descalzo (mamá no lo debe saber) hacia el cuarto de baño que se encuentra al final del pasillo.

     Bajo las escaleras de dos en dos a toda velocidad y freno a unos centímetros de la gran planta con maceta azul decorada, suspiro aliviado de no haberlo golpeado y continúo mi camino, desacelerando el paso, hacia la sala de estar donde se encuentran todos.

     —Ahí está el bello durmiente —comenta una de mis tías, Jazmín, al verme entrar en la sala. Me acerco a ella para saludarla con un beso y luego continúo la ronda a pesar de no reconocer varios rostros. Mamá sale de la cocina con un plato de carne y papas.
     —Ten, cariño, cuidado que está caliente —dice al entregarme lo que trae en las manos. Voy a la mesa donde están los demás y me acomodo en el único asiento libre, a la derecha tengo a una anciana (que trato de recordar su nombre, pero me es imposible), mientras que a la izquierda está Eliana, la enfermera.
     Comienzo a comer escuchando atentamente lo que cuenta Jazmín:
     —Sí, este hombre siempre ha sido terco —supongo que se refiere al abuelo—, él siempre insiste en lo que le incumbe, claro, porque tampoco es tonto ni metiche. El problema que suele tener es la rápida confianza hacia los demás, sin tener una idea exacta sobre quiénes o cómo son, frente al mundo y frente a ellos mismos.
     Corto un trozo de carne y lo llevo a mi boca. Mastico lentamente mientras medito las palabras de Jazmín porque, como es obvio, tengo ciertas similitudes con mi abuelo...y una de ellas es confiar demasiado rápido, aunque no suelo hablarles a las personas porque no me gusta hacerlo. Prefiero escuchar cuando lo necesitan...o no tienen a nadie más a quién recurrir.



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En el texto hay: misterio y accion, multiverso, amistad y humor

Editado: 02.04.2020

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