Veinticinco de marzo.
Despierto conmocionado, ansioso en realidad. Tomo mi teléfono y reviso las redes sociales para tranquilizarme. Luego me levanto descalzo a desayunar.
—¡Buenos días, cariño! —me saluda mamá con ternura—, estaba a punto de llamarte, al parecer hoy tendremos visitas.
Todo el plan del día se me arruina en un instante.
—¿Visitas? —pregunto, escondiendo la verdadera intención de mi curiosidad.
—Sí, viene la tía Jazmín. Tal vez traiga a Martín para se diviertan juntos —Mi rostro se desfigura a una de enojo, la cual ella nota enseguida—. Ay, cariño, no te preocupes... Estoy segura que él ya maduró, recuerda que tiene casi 18 años.
Desayuno sin ganas, mientras en mi mente se proyectan los recuerdos de Martín; él es un chico tres años mayor y las pocas veces que me ha visitado o yo lo he visitado a él, no han sido días que pudiese encontrarle algo positivo. No es alguien racional, a todas las actividades recreativas las vuelve violentas o extremas, algo que, como es sabido, no puede soportar mi débil cuerpo. Muchos de los moretones y fracturas que he tenido a lo largo de mi vida se deben a las "divertidas actividades" que estaba obligado a hacer con él.
Además, su presencia no sería de ayuda para poder ir al entrenamiento con Emma.
Voy a mi habitación y le envío un mensaje a la pelirroja, reportando lo que ocurriría un par de horas más tarde. Ella contesta de inmediato:
Ay, ay, ay... Eso es un gran problema. ¿No hay forma de que no venga? Jev, el otro Jev, no tenía contacto con sus primos porque la familia de su mamá y ella no se llevaban bien, o algo así...no lo recuerdo con exactitud. No tengo información sobre tu primo, así que ¿alguna idea?
Y no, no tenía ideas. Me siento en la cama a pensar por un rato. De repente se me ocurre algo, un poco arriesgado para mi cuerpo, pero podría funcionar. Decido contestarle dándole detalles del plan. Unos minutos más tarde ella responde afirmativamente.
—¡Jazmín, Martín! —saluda con alegría mamá. Se acerca a ellos mientras yo me recuesto en el marco de la puerta, con los brazos cruzados.
Quedo perplejo cuando observo al chico que acompaña a Jazmín.
—¿Martín? —digo con un hilo de voz.
Él se acerca hacia mí. Su cabello está perfectamente peinado con ayuda de gel, tiene una barba que le da el toque de informalidad y su vestimenta, ¿qué puedo decir de su vestimenta? No lleva las ropas exageradamente grandes que solía recordarle, sino más bien tiene un atuendo casual pero prolijo, ni siquiera tienen un rasguño sus vaqueros.
—Hey, hola, ¿cómo ha estado mi primo favorito? —Su voz es grave, pero no amenazadora. Me da un codazo con complicidad.
Él...él es todo un hombre.
—Pasen, por favor —pide mamá. Ellos obedecen.
Mientras dan un pequeño tour por la sala-comedor, decido correr hacia mi habitación. Estando allí, utilizo el acceso directo para llamar a Emma.
—Necesitaremos otro plan —digo apenas ella contesta—, él ya no es el chico rebelde que recordaba... Es todo un hombre maduro.
—¿Y qué plan se te ocurre, genio? ¿Decirle "che, ¿me cubrís mientras voy a aprender a usar espadas con una lunática pelirroja que le salen alas?"?
—Claro que no, no puedo decirle algo así. ¿Pero cómo rayos mantienes distraído a un hombre de casi 18 años, inocente y civilizado desde cualquier punto de vista?
De pronto a Emma se le forma una sombría expresión en el rostro. Trago saliva, asustado de lo que cruza en su mente ahora mismo, una idea no muy buena de seguro.
Estoy en el patio sentado, como indio, junto a él. Las dos mujeres se encuentran en la habitación de mamá conversando, totalmente confiadas de que nada malo va a pasar.
—Yo quería decirte... —comienzo inseguro. Martín tuerce los labios, mostrando una mueca de preocupación.
—¿Sí, primo? ¿Ocurre algo?
—Esto es por tu bien —Apenas termino de pronunciar la última palabra, resuena el golpe de una pala de metal. El pobre chico cae hacia la izquierda.
—No te preocupes, no es lo peor —dice Emma mientras deja el arma detrás del limonero—, por un momento había pensado en darle algún tipo de laxante...pero eso es demasiado diabólico, incluso para mí.
A pesar de lo que acabábamos de hacer, ambos reímos.
—¿Y dónde será el entrenamiento? —pregunto con ansiedad. De seguro no podía ser en el patio de casa, a la vista de cualquier intruso.
Observa detenidamente nuestro alrededor para luego tomar mi mano. Me siento incómodo, muy incómodo.
—Mintaka, teletransportación al monte de pinos —le habla a su muñequera azul con óvalos celestes.
—Teletransportación iniciada.
Y de pronto los colores a nuestros lados se disuelven, siendo todo solamente azul. Mi cuerpo se retuerce, luego parece como si se desarmara en mil pedazos para luego volver a quedar en su forma original. Puntadas atacan mis sienes y cierro los ojos con fuerza. A pesar de estar sufriendo, aún siento sujetada mi mano con la de Emma. En un instante todo tipo de dolor se acaba.