Volvemos a estar en el monte de pinos. De pronto me llama la atención que los rayos del sol sigan allí, iluminando, a pesar de ser más de la medianoche.
—Entre los faireers le llamamos "Cubo de realidad" —comenta Emma mientras camina hacia mi encuentro—, ya que estamos dentro de un cubo que, con tecnología bastante avanzada, puede crear ambientes dependiendo de la necesidad del poseedor. En mi caso, para que nos pudiéramos conocer sin que te asustaras, decidí crear un monte de pinos similar al que te encontrabas aquella vez.
Antes de que formulara más y más preguntas respecto al extraño artefacto, la pelirroja me entrega un palo de escoba y luego se coloca detrás de mí.
—Subiremos un escalón en este día de entrenamiento: vas a aprender a maximizar tus sentidos e intentaremos sensibilizar esos instintos que suelen tener los humanos. Ambas cosas te serán útiles en cualquier batalla —Entonces siento como si apagaran todas las luces del universo, aunque solamente es la pañoleta roja que impide mi visión. Respiro hondo y me posiciono como Emma me enseñó horas atrás. Trato de utilizar el resto de mis sentidos para localizarla e intentar detectar sus movimientos.
Pero el primer golpe, por detrás de las rodillas, no tarda en llegar.
—Tranquilo, respirá profundo y quedate en silencio. Ahora probemos otra vez, ¿ok? —Se detiene en alguna parte a mi alrededor, probablemente.
Solamente siento mi respiración. Comienzo a escuchar pasos que se acercan a mí, pero no estoy seguro desde qué parte. Me giro hacia el sur y trato de defenderme a ciegas (jamás dicho tan literal). Descubro que estoy en un gran error cuando otra vez el palo de escoba me golpea, aunque esta vez en la cadera y mucho menos fuerte que la primera vez.
—Concentrate, intentá ser uno con tus sentidos e instintos. Dejá que tu cuerpo fluya sin pensar tanto, ¡esa es la verdadera cuestión, Jev! ¡No dejás de pensar!
Y entonces, luego de un ruidoso suspiro de su parte, volvemos a intentar. Una, dos, tres...creo que probamos más de cincuenta veces antes de que comience a cumplir, levemente, el objetivo principal del entrenamiento.
—¿¡Acaso no podés callar tu parte lógica por un rato!? ¡Actuá como un guerrero, Jev! —escupe la furia dentro de sí. Realmente está enojada con que no podamos avanzar y yo solamente me mantengo en silencio; no quisiera recibir un gran golpe en la cabeza con el estado en el que se encuentra.
Estuvimos media hora más tratando de que logre maximizar mis sentidos en vano, ya que no he adelantado mucho más que esquivar el primer golpe. Ella me quita la pañoleta y se sienta con las piernas cruzadas, así cual indio, sobre el césped. Decido hacer lo mismo a su lado.
—Hubo un tiempo, hace no más de un año —Cierra los ojos y toma una bocanada de aire, luego continúa—: donde tuve que hacer una especie de meditación para controlar nuevamente ese efecto secundario que tenemos los faireers puros.
—¿Las alas conectadas a las emociones?
La pelirroja sonríe.
—Al parecer escuchás con atención la información que te doy. En fin... eran tiempos oscuros para mí: amistades arruinadas, sentimientos complicados y todo ese tipo de cosas. La batalla volvía a mi mente una y otra vez, algunas noches no pude dormir ya que, al cerrar los ojos, las caras de horror aparecían ante mí; no conseguía estar en paz con mi yo del pasado. Esto afectó severamente el control que ya le tenía a mis alas, por lo que era casi como comenzar de cero. La única solución —dice con un dejo de tristeza—, fue abandonar por un tiempo la vida real y estar sola, haciendo esta especie de meditación, en una habitación de la base donde entrenamos los faireers.
—¿Y conseguiste esa paz contigo misma? —pregunto, temiendo la respuesta que podría recibir.
—En su mayoría, sí —suspira—. Lo único que no me perdono es haber dejado escapar a Katarina.
En ese instante algunas lágrimas recorren su rostro, pasando por encima de la cicatriz que, recién noto, tiene en su mejilla derecha.
—Ey... ¿Te sientes bien? —le pregunté a la pelirroja. Sus ojos me observaron con cierta atención y luego sonrió levemente, lo cual me llevó a sentir nuevamente esa sensación de que una parte de mí dejase de pensar claramente.
—Tranqui, estoy bien... ¿Pero qué pasó?
—No te preocupes, te lo contaré todo más tarde... —explico con una sonrisa.
De pronto Frederick, nuestro fortachón favorito, se nos acercó muy preocupado. Nos abrazaba con fuerza mientras susurraba disculpas a los dos.
—Emma, tu cicatriz... —dijo él luego de soltarnos—, parece que creció por la auto-curación.
La chica tanteó con las yemas de sus dedos para luego suspirar de una extraña forma, como si ya hubiese estado esta situación dentro de sus posibilidades.