—¿Entonces... hablaste con él? —la expresión en el rostro de Emma es indescriptible. Parece estar paralizada luego de que le conté lo sucedido en la conexión. Sin previo aviso, ella cierra sus ojos. El cubo de realidad comienza a temblar y en cuestión de segundos se materializa, entre nosotros dos, una pizarra de pie. La misma trae una pequeña caja adherida, contenedora de rotuladores de colores junto a un borrador. La pelirroja vuelve a abrir los ojos y toma un rotulador negro.
—¿Cuáles fueron las palabras que dijo? ¿Valentía, amor y "un sa"? —me pregunta, haciendo las comillas en el aire con su mano libre. Asiento, en parte para confirmar lo dicho pero también porque acabo de comprender algo de lo que quiere hacer.
Ella anota las palabras en la pizarra y subraya, con color rojo, la palabra clave que se encuentra incompleta.
—Podría intentar comunicarme con él de nuevo —sugiero, pero me arrepiento en el momento que ella, cual telenovela de bajos recursos, me fulmina con la mirada.
—No, Jev. Vamos a usar ese recurso si debemos descubrir algo de vital importancia.
—¿Y esto no es de vital importancia?
—Aunque no quieras creerlo, esto lo vamos a poder resolver los dos —Mientras escribe palabras que puedan encajar y tener sentido, da por terminada la discusión.
Esa noche no consigo dormirme. Mi mente no para de repetir, de principio a fin, todos aquellos acontecimientos extraños que ocurrieron desde la primera conexión (cuando me dijo el nombre de Malena), hasta la conversación con él, el otro Jev, hace unas horas atrás. Al tratar de mantener los ojos cerrados, solamente veo proyectado la reacción de Emma ante lo ocurrido y una vaga imagen de unas alas de mariposa color azul. Algo dentro de mí presiente que Jev ya lo ha visto, pero evito con todas mis fuerzas darle un indicio para volver a tener otra conexión. Por hoy no deseo más recuerdos, ni conexiones, ni alas ni tampoco faireers. Basta de tanta fantasía por un tiempo, al menos.
El reloj de mi teléfono indica las nueve de la mañana. Desisto entonces en poder conciliar el sueño y me levanto a desayunar. Salgo descalzo de mi habitación, me dirijo a la cocina con desgano. No me esfuerzo en revisar todas las cosas que hay para comer, solamente tomo lo más fácil de masticar en el estado que me encuentro y recorro el pasillo para poder llegar a la mesa del comedor. Así, comienzo a desayunar en paz. No pasa más de media hora antes de encontrar a mamá sentada a mi lado.
—Buenos días, cariño —sonríe a pesar de estar aún con sueño, supongo que debió quedarse hasta tarde trabajando con el ordenador—. ¿Te apetece ir conmigo hoy a la capital? Debo pasar por la casa de una compañera de trabajo a recoger unas carpetas, pero te prometo que luego iremos a donde desees, ¿sí?
—Claro que sí, mamá. Es una buena idea para despejar mi mente de los estudios —respondo, aunque en realidad no es ese exactamente el motivo por el que quiera despejarme.
Una hora después, estoy entrando al auto por el lado del copiloto y me acomodo en el mismo, luego, por seguridad, me abrocho el cinturón. Mamá aún no sale de casa, ya que, al parecer, acaba de recordar algo que debía llevarle a su compañera. Miro mi rostro, que denota cansancio, en el espejo retrovisor del auto. Luego peino un poco mi cabello castaño claro (que, por alguna extraña razón, la mayoría creen que es rubio) con mis manos, esperando así que mi aspecto no sea tan deplorable a la vista de los demás.
Como si estuviese todo programado, al acabar de acomodar mi cabellera, mamá llega para abrir la puerta del conductor y sentarse allí. Me da un vistazo rápido, comprobando si estoy listo para que nos marchemos. Finalmente arranca el auto.
El camino hacia la capital es de aproximadamente una hora y cuarto, aunque esto siempre depende del tráfico que te topes al transitar por la ruta Interbalnearia.
El cielo no está del todo celeste, al parecer las nubes ocultan parte de ella y también al sol, por lo que provoca que no esté todo tan brillante como suele ocurrir en verano; en definitiva, es un agradable día de otoño.
Mamá enciende la radio y sintoniza una de las frecuencias que suele escuchar a estas horas todos los días.
—Agh... ¿Por qué está sonando esa canción tan moderna? —se queja al escuchar una canción de reggaeton con mil efectos de sonidos en la voz—, ¿no acaso este programa está destinado para aquellas personas que buscan canciones de buena calidad? Esto, más que música, parece un conjunto de sonidos de apareamiento animal.
Ambos reímos, estando de acuerdo con el extraño gusto musical de las nuevas generaciones. Es entonces cuando ella me pide que busque algo, en lo posible, perfecto para los dos. Acerco mi mano al botón para cambiar las frecuencias de la radio:
—¿Y qué puede decir usted sobre lo que ocurrió con AlasIU? —se escucha que pregunta una periodista. No me interesa mucho el tema, por lo que decido cambiar:
¿Qué puedo hacer, con las dos alas rotas?, suena la canción de una banda conocida. Notando la coincidencia, decido creer que solamente estoy paranoico. Con ese pensamiento, le doy otra oportunidad al aparato:
—¿Mi libro favorito? —dice una niña, al parecer siendo reportada—, mi libro favorito es Alas En Los Pies, de Fed... —Confirmando mi teoría de que el universo hoy conspira contra mí, busco el cable USB y lo conecto a mi teléfono. Escojo una canción que no tenga la palabra "alas" ni algún tipo de relación con ella en la letra y la dejo reproducirse, inundando el auto con una melodía de piano que se confunde, poco a poco, con otros instrumentos para poder diferenciar mejor los momentos rápidos (donde el cantante "rapea") y otros más lentos (el estribillo de la canción, principalmente).