Por Sus Alas [sin editar]

15 - El Dolor De La Advertencia.

     Subo al autobús como todos los días. Luego de pagar el boleto (porque soy un genio y dejé la boletera en casa), me dirijo hacia los asientos del fondo donde suelo sentarme. Me sujeto con fuerza a uno de los fierros para no caerme de camino allí, no por el movimiento del vehículo sino por la sorpresa que me llevo al reconocer a una chica rubia, de no más de 12 años, con el uniforme escolar y a su lado un chico rubio y de ojos azules. Vanina y Henry sentados juntos. Vanina me mira por un instante para luego ignorarme y dirigir su atención al chico rubio.
     Sigo mi rumbo sin saber qué pensar al respecto, ¿ellos...ellos se conocen? ¿Será solamente en este universo o en el otro también? 
     Me acomodo en un asiento con ventanilla a esperar que mi amigo, Lorenzo, se siente a mi lado como suele hacerlo. Distraído en mis teorías, comienzo a sentir punzadas en mis sienes que con rapidez se expanden por todo mi cuerpo.

Jev, soy yo, el del otro universo.

     —¿Jev? —digo apenas con un hilo de voz. Intento mantenerme estable en el asiento, mientras Lorenzo ya está a mi lado y me mira preocupado. Veo sus labios moverse pero no logro escuchar lo que dice, un pitido molesto en los oídos me impide hacerlo.

Jev, ¡Jev, escucha! Katarina busca el cubo de realidad... ¡Jev!

     Entonces creo caer inconsciente sobre las piernas de mi mejor amigo.

 

     —Cariño, cariño... —siento la voz de mamá. Mi mente se nubla al tratar de recordar con claridad lo ocurrido anteriormente, por lo que no estoy seguro si tuve un sueño o algo similar. La superficie sobre la que estoy acostado se siente pequeña en comparación a mi cama, algo que llama rápidamente mi atención: ¿dónde rayos me encuentro?
     Mi respuesta no tarda de llegar al abrir los ojos y encontrarme con varias personas a mi alrededor (unas más conocidas que otras). Al mirar detenidamente hacia abajo descubro que estoy acostado en el sillón bordó de la sala de profesores. Me incorporo con rapidez aún confundido por la situación actual.
     —Te desmayaste en el ómnibus —explica Flavia como leyendo mis pensamientos—, y te trajeron hasta acá para esperar a que la ambulancia llegara, la cual, vale decir, todavía no asomó ni el hocico.
     —Es normal —comenta molesta una señora, la cual recuerdo haber visto en la Secretaría un par de veces—, al parecer un alumno lastimado o desmayado no es suficiente emergencia para los médicos de acá.
      De esta manera, todos los presentes comienzan a dar sus quejas sobre los servicios prestados, por lo que dejo de ser el centro de atención por unos cuantos minutos.
     Cuando llega el médico, éste me hace un rápido análisis que omitiré explicar (es que no tiene mucha relevancia, vamos) y luego empieza con el interrogatorio necesario para aclarar los hechos. Mi memoria está mucho más fresca, por lo que decido contar lo ocurrido dejando de lado esas partes que, como es obvio, podrían comprometer la misión o mi cordura, la que aparezca primero.
     —Entonces... ¿Las punzadas se dieron de repente? —pregunta, no muy convencido, el joven (de la edad de Luisa) vestido de blanco. Asiento como por décimo cuarta vez. Entonces él y mamá cruzan miradas, cosa que deduzco debe tratarse sobre el rompecabezas mental que aún no pueden resolver. Ingenuos, si supieran lo que me costó armar uno de un nivel mucho mayor de complejidad que este...
     —Debería ir a casa y descansar por hoy —dicta finalmente el muchacho y le entrega un justificado a la mujer de Secretaría, junto a una tarjeta que parece ser de presentación—. Cualquier cambio o consulta sobre el caso, por favor no duden en llamar al número de la tarjeta. Que tengan buenos días —Con una seriedad inimaginable para la edad que creo debe tener, toma sus cosas de médico y se retira del lugar.

 

     Son las cinco de la tarde. El sol cae despacio, escondiéndose entre los pinos de los montes más lejanos. Miro el paisaje por la ventana, abierta de par en par, mientras mi madre cree que estoy durmiendo. Respiro profundo el aroma fresco del lugar creando un ambiente de tranquilidad en el interior de mi cuerpo. Casi caigo por la ventana cuando la chica de cabello rojo aparece de sorpresa en el centro de mi habitación.
     —¡Jev! ¿Cómo estás? Me enteré que te desmayaste y...
     —¿Qué? ¿Cómo pudiste saberlo? —interrumpo confundido—. Nadie puede, o al menos no deberían, verte estando en los alrededores, ¡ni siquiera debes interactuar con las personas! —reprocho como si fuese su tía. ¿Por qué me preocupo tanto por ella? Estoy seguro que puede cuidarse por sí sola, es suficientemente madura para ello.
     —¡Es un pequeño secreto profesional! —muestra su mejor sonrisa de niña. Bien, puede que tenga sus momentos infantiles—. ¿Pero cómo estás? ¿Qué fue lo que te pasó?
     Entonces debo debatirme si decirle o no la verdad, no quisiera preocuparla más de lo que ya está. Bastante tenemos que lidiar con una mujer de ojos rosas con sed de venganza y que tratará de destruir dos grandes razas, para así poder tener más oportunidades de conquistar todos los universos existentes. Aún así, no puedo ocultarle algo tan importante como una advertencia de parte del otro Jev, ya que él no mentiría respecto a esto.
     Suelto un suspiro antes de comenzar a narrar, con la mayor cantidad de detalles posibles, los hechos ocurridos en el autobús.



#20407 en Fantasía
#4295 en Magia

En el texto hay: misterio y accion, multiverso, amistad y humor

Editado: 02.04.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.