Seis de abril.
Suena el timbre para permitir la salida al recreo, la cual me hace recordar que estoy sentado en la clase de Literatura. Debí haberme distraído divagando entre mis pensamientos porque ni siquiera sé qué estamos analizando, miro de soslayo la pizarra que no me aporta ni un poco de información al respecto.
Me levanto de mi asiento y me dirijo hacia la puerta para salir de allí, pero soy detenido por el llamado de la profesora. Me acerco temeroso hacia el escritorio.
—Perdón, no te pude frenar en los pasillos a lo largo de la semana. Quería saber si estabas mejor, después del desmayo quedé un poco preocupada.
Sin darme cuenta suelto un sonoro suspiro de alivio, el cual, como es obvio, Flavia capta enseguida. Rayos.
—No quisiera entrometerme pero, ¿pasa algo más? Te he notado distraído últimamente, como metido en tus pensamientos, y casi no has participado en los análisis. Hace poco pasó lo del desmayo y ahora...bueno, sabés a lo que me refiero.
Misión o cordura, pienso mientras sus ojos verdes se clavan en los míos de color chocolate, ¿qué es mejor priorizar? Entonces, sin retrasarlo más, tomo la decisión menos arriesgada para los demás.
—Lo siento profesora, lo que ocurre es que, sí, estoy distraído, pero se debe a una cuestión que me ha estado atormentando desde hace algún tiempo. Pues quisiera tener la oportunidad de charlar con Malena sin que ella huyera de mí. Me gustaría...ser su amigo —la mentira sale más natural de lo que esperaba, por lo que debo creer que las enseñanzas de Emma son efectivas.
El rostro de Flavia se desfigura a una de compasión.
—En ese caso, Jev, ¿por qué no te animás hoy a hablarle? Después de esta hora tengo clase con el otro tercero, así que voy a estar ahí cerca por si necesitás ayuda. ¿Te parece?
Asiento con una sonrisa, demasiado sincera para ser todo una pequeña mentira. Afortunadamente el timbre del recreo suena dando por terminada la conversación.
En la siguiente hora me encuentro mucho más atento a la clase y me entero que comenzamos a analizar otro cuento de Horario Quiroga, "El Hijo". Participo como no lo hacía antes, dando mi opinión o respondiendo preguntas sobre los personajes, me siento igual que cuando todavía no sabía lo de Emma y las conexiones. En ningún momento, durante los cuarenta y cinco minutos de Literatura, me cuestioné sobre la posible similitud con el padre en la historia (pues él sufre de alucinaciones) ni tampoco la gran facilidad que tengo para relacionar lo dado en esta asignatura con todos los acontecimientos extraños de este último mes. Si me viera en un espejo, probablemente no me reconocería.
Cuando suena nuevamente el timbre, guardo con gran velocidad mis útiles en la mochila. La ansiedad recorre mis venas más que la propia sangre, pero me tranquilizo mientras camino con Flavia en silencio hacia el salón del otro tercero; ella me transmite confianza en un momento como este.
—¡Buenas tardes! —saluda la profesora entrando al aula tranquilamente.
—¡Hola, profesora! —responden al unísono un grupo de chicas, entre las cuales reconozco a Malena y a dos de sus amigas (que, como es obvio, no tengo idea de sus nombres).
Pronto la atención se dirige hacia mí. Ésta aumenta al mismo ritmo en el que me acerco al asiento de la chica de cabello rizado.
—Hola, Malena —le dedico una sonrisa. Ella corresponde al saludo, aunque sus ojos parecen desorbitados de la emoción. Al menos no huyó, digo para alentarme.
—Chicas, ¿podrían venir un momento? Tenemos que hablar sobre el proyecto —llama Flavia y las chicas, refunfuñando en voz baja, obedecen. Esto nos da un poco más de privacidad a los dos...o algo así.
—Entonces... ¿Cómo te encuentras?
— Estoy muy bien, gracias, ¿y vos? Vi que te desmayaste en el ómnibus la otra vez y no me animé a preguntarte.
Maldigo al otro Jev en un volumen lo suficientemente bajo para que no se escuche.
—Pues me encuentro mucho mejor, no hay de qué preocuparse —vuelvo a sonreír (¿qué rayos me pasa?). Ella la devuelve con mucha más amplitud que la mía.
Los nervios parecen desaparecer a medida que nuestra charla se vuelve más interesante. El timbre suena de nuevo, señal de que debo ir a mi aula.
—Nos encontramos en la salida para seguir esta plática, si lo deseas —Ella acepta gustosa y luego me entrega un papel con su número de teléfono. Guardo en mi bolsillo la nota mientras me acerco a despedirme de la profesora, que, de paso, le agradezco la ayuda que me pudo otorgar. Afortunadamente nadie logra escucharlo.
Salgo del Instituto junto a Malena hablando sobre nuestros gustos musicales, los cuales chocan o coinciden de forma bastante sorprendente. Pero todo tipo de sentimiento positivo se disipa cuando descubro a mamá con la espalda recargada sobre la puerta del automóvil gris. Creo sentir un escalofrío y no necesariamente por la baja temperatura del ambiente.
Le doy una rápida despedida a mi amiga, prometiendo enviarle un mensaje para seguir en contacto. Y así, con la mente llena de posibles teorías acerca del rostro serio de mamá, me acerco a la puerta del copiloto. Subimos al coche y nos abrochamos los cinturones en un silencio lleno de tensión, tensión que puede palparse sin mucho esfuerzo.
—Al parecer la casa del abuelo no nos pertenece —dice finalmente luego de encender el motor—, en lo legal sí, pero dentro de nuestra familia —suelta un largo suspiro y continúa—: dentro de nuestra familia no es así ya que, según tu tía Esmeralda, ella fue quien estuvo más tiempo con papá, ¡pero no es así! Ella solamente aparece cuando hay dinero u objetos materiales de por medio, ¡ella ni siquiera fue al funeral de papá! —Estaciona con brusquedad a un lado de la calle de pedregullo. Algunas lágrimas caen por sus mejillas y parecen brillar frente a la poca iluminación que genera el tablero de mandos, pero decide limpiárselas con la manga del saco fino que trae puesto. Es entonces que apoyo mi mano en su hombro y trato de sonreír.
—Hay personas que, como ella, no ven la magia emanar de los pequeños detalles a su alrededor; esa es la verdadera forma para valorar las cosas, el resto son solo números vacíos.
—Es cierto, sí... Te estás volviendo mucho más sabio que yo, ¿eh, cariño? —revuelve mi cabello entre risas. El brillo en sus ojos reaparece y desabrocha su cinturón para luego envolverme en un cálido abrazo. Quedamos así por unos segundos que parecen horas, horas donde nos encontramos dentro de nuestra burbuja sentimental, abstraídos de la cruel realidad que se esconde entre las sombras, esperando poder asechar a cualquiera que contenga un rastro de esperanza o felicidad.
Vuelve a colocarse el cinturón de seguridad y continuamos el rumbo hacia la casa del abuelo. Enciendo la radio para poder escuchar música, aunque poco tiempo después dejo de prestarle atención a la canción de Tyler Joseph que encuentro sonando en una estación local.