Treinta de junio.
Despierto de pronto, sintiendo mi respiración agitada y el cuerpo sudado. Esto ha estado pasando en los últimos dos meses con frecuencia, por lo que estoy acostumbrado a ver las grandes manchas oscuras formándose bajo mis ojos color chocolate. Cada vez que intento recordar mis pesadillas, las únicas imágenes nítidas que aparecen son las de un hermoso cabello pelirrojo y un par de alas azules de mariposa, junto a una gran sensación de vacío, como cuando uno pierde a alguien importante en su vida y sabe que jamás volverá a nosotros, sin importar cuánto intentemos recuperarlo. A veces me pregunto si es simbólico de que extraño a alguien, pero no estoy seguro a pesar de pensar en ello muy a menudo, ni jamás lo he mencionado frente a mamá para no sensibilizarla también, pues las cosas cambiaron luego de la partida del abuelo.
Tomo mi medicina, ya que otra vez comienza a dolerme con intensidad la cabeza. No quisiera sonar paranoico, aún así no puedo pasar por alto la casualidad de que las pesadillas hayan comenzado a la vez que estos dolores; nadie sabe sobre mi teoría de que algo más está ocurriendo.
Demoro unos minutos en decidir si revisar mi teléfono antes o después de hacer la rutina de ejercicio, la cual me ha ayudado en estos meses a no tener un cuerpo tan debilucho (aunque es cierto que aún me falta mucho más). Prefiero primero responder los mensajes absurdos de Lorenzo, distrayéndome un poco de mis locuras. Asimismo noto las notificaciones donde Malena me mencionó en algunas fotos y las abro para poder comentarlas. Es que hace no mucho salimos a pasar el rato, algo que extrañamente mamá aceptó, y nos tomamos unas cuantas selfies los dos con la playa de fondo. Incluso ella posó en varios lugares donde le pedí, aunque de vez en cuando me echaba la lengua si me volvía muy exigente; fue un día increíble donde, creo yo, ambos disfrutamos y tuvimos la oportunidad de conocernos más a fondo. Al recordar todo gracias a las fotos que ella subió, algunas con pequeñas ediciones, le sonrío a mi teléfono como un tonto. Un tonto feliz. Luego de darle favorito y poner en una colección las imágenes, dejo las redes sociales a un lado para concentrarme en los ejercicios que debo hacer.
•••
Ya son más de las tres y media de la tarde cuando nos encontramos en el auto, mamá y yo, a punto de ir en dirección a la casa del abuelo. Me miro en el espejo del copiloto, viendo cómo el acné comienza a acumularse en mi frente.
—No te preocupes por ello —me mira mientras enciende el motor—, pronto se te irán y aparecerán otros en el resto del cuerpo. Estás creciendo, mira, ya tienes una cana —Toma un mechón de mi cabello castaño claro y yo, como ingenuo, reviso la zona para cerciorarme de ello. Acto seguido suelta una sonora carcajada.
—¡Hey! Sin embargo no tengo tantas canas como tú —replico divertido. Ella lleva una de sus manos al pecho y actúa ofendida cual telenovela de bajos recursos, sin dejar de observar el camino de pedregullo que estamos transitando.
—¿Perdón? Soy una joven mujer sin canas —sigue con la actuación—, y jamás me he teñido, querido. Todo esto es na-tu-ral.
Finalmente nuestras risas inunden el vehículo. Todo parece ir de maravilla hasta que escucho el sonido del teléfono de mamá, que debe estacionar a un lado de la carretera para poder atender. Me comenta entonces que es Eliana. A partir de ello veo sus labios moverse, pero el dolor de cabeza que aparece con fuerza no me deja escuchar absolutamente nada. Cierro los ojos mientras trato de buscar la forma de disminuir el dolor, pues mis medicinas están en mi mochila y esta a su vez en el baúl del auto. Trato de abrir los ojos en busca del botiquín de primeros auxilios, sin embargo en los asientos traseros solamente se encuentran apiladas varias cajas con diversos objetos dentro, por lo que, haga lo que haga, cualquier movimiento en falso haría un caos inmenso que daría la oportunidad de que algo se rompiese.
Sin previo aviso el lugar donde estoy se pone en movimiento. Al principio creo que es mi imaginación, mas la teoría es descartada cuando, a través de la ventana de atrás, noto como las casas se van haciendo más pequeñas.
—¿Te encuentras bien, cariño? —pregunta mamá de pronto con el ceño fruncido. Me limito a asentir y volver a acomodarme en mi silla, para luego quedarme en un extraño modo pensativo, pues entre tanto sufrimiento tuve la sensación de recordar algo, un dato importante que me daría acceso a muchas respuestas de las preguntas que tanto han atormentado mi mente, aunque trate de ignorar esos pensamientos.
Luego de desempacar varias cajas y ordenar este nuevo espacio, el cual comenzaríamos a alquilar para los turistas en verano, mamá vuelve a recibir una llamada. Y esta vez logro escuchar parte de lo que habla:
—¡Oh, Claudio! ¿Qué tal? Me alegro por ti, me encuentro bien, pasando tiempo con Jev —me guiña un ojo—, sí, no ha tenido más desmayos hasta el momento —Pero sí pesadillas y extraños dolores de cabeza, respondo en mi mente sabiendo que no me escuchará—. No, tranquilo, no molestas en absoluto, jamás lo harías... —noto el rostro de felicidad de mamá, junto a la mano libre que juega en su nuca; se encuentra nerviosa hablando con ese tal Claudio y mi presencia no parece ayudar en la incómoda situación. Por lo que decido darle privacidad saliendo hacia el patio de la casa, donde, como siempre, está el desusado Fiat Uno de mi abuelo.
Me siento con cuidado en el capó del vehículo, observando en dirección hacia el monte de enfrente. Recuerdo haber escuchado una vez que los montes son buenos lugares para encontrar la calma, y, en un momento como este, podría seguir el consejo. Así que sin pensarlo dos veces bajo del automóvil, cruzo la vacía calle de pedregullo y me dirijo hacia allí tratando de no pisar nada extraño. Comienzo a recorrer la zona sin alejarme mucho de la casa, pues no quisiera preocupar a mamá ahora que está tan feliz. Y es que luego de la muerte del abuelo, ella ha estado mucho más apagada y puede que de un tiempo a esta parte no me haya querido contar de ese hombre, aún así me genera curiosidad saber quién rayos es él. Además, ¿sabe sobre mi desmayo solo porque ella se lo mencionó?
Lo malo de divagar mientras caminas por un lugar que no conoces es que habrá más posibilidades de perderse, y si a eso le sumamos el hecho de que el sitio es un monte tenebroso, además de que ya está comenzando a oscurecer, el resultado sería un desastre. Y para mi poca fortuna estoy en el centro de ese desastre. Rayos.
Me siento en el suelo de pinocha tratando de pensar cómo volver más rápido, pero de pronto mi mente se desvía a un rincón más profundo, uno que ni siquiera yo recordaba tener. El dolor de cabeza aparece de nuevo e instintivamente cierro los ojos, cuando en ese preciso instante todas las respuestas cruzan momentos, lugares, pensamientos, sentimientos...personas. Son segundos que parecen horas, cabos sueltos de mis últimos meses por fin se atan para formar la verdadera historia de mi vida, descubriendo que yo no soy normal, no soy cualquier chico de casi quince años que ha tenido una vida llena de subidas y bajadas.
—Emma... —digo con un hilo de voz, mientras noto que un mar de lágrimas caen por mis mejillas. Caigo en cuenta que si estoy recordando todo no es por casualidad, sino porque algo malo está sucediendo.
No creo ser el indicado, pero debo ayudar a Tierra 2 y las personas que están en peligro, sin saber cómo rayos llegar o estar informando sobre el suceso. Pero no importa, estoy dispuesto a llegar hasta mi límite para encontrar respuestas; esta vez me toca a mí ser el héroe en un universo paralelo.