El día ha empezado de manera magistral.
Por segunda vez, desde que empezaron los síntomas de mi embarazo, despierto plena, sin ojeras y sin las malditas nauseas que habían estado atormentándome cada mañana. Sin embargo, lo que ha acompañado este cambio es despertarme con un hambre voraz y un pequeño individuo regalándome pequeñas pataditas desde mi vientre.
—Buenos días a ti también —le hablo, mientras acaricio la zona donde
siento su presión.
Tan solo tres días atrás había empezado a sentir sus pequeños movimientos más allá de los delicados aleteos de mariposa que había empezado a sentir en el tercer mes. Ahora con diecinueve semanas, faltando solo una para cumplir los cinco meses, puedo afirmar a ciencia cierta cuando revolotea de un lado a otro en mi interior.
Y es emocionante.
Me dirijo a la pequeña cocina y me preparo una tostada, para calmar por un tiempo el hambre que me invade y, al terminarla, me dirijo al baño para asearme y bajar a preparar el desayuno junto a las chicas.
No duro mucho dentro y al salir, me meto en un ligero vestido que completo con unas leggins negras debajo, para mayor comodidad, y unas hermosas zapatillas.
Me tomo un momento para observar mi reflejo en el espejo y puedo ver el cambio en mí.
Mi pelo riso y castaño que termina por debajo de mis senos, está más brilloso que antes, hasta puedo jurar que se riza con más facilidad, mis cachetes un tanto más pronunciados, mis ojos verdes han adquirido un color acuoso que los hace ver de otro mundo y mi abdomen, por supuesto, es el cambio más notable.
A penas la semana pasada, cuando les conté a las chicas sobre mi embarazo, solo sobresalía un poco, pero ahora definitivamente se notaba bastante pues la pequeña habichuelita que vi meses atrás, aquel día que mi mundo cambió para siempre, había crecido bastante hasta estar ya del tamaño de un mango.
Aunque según el doctor, mi peso sigue equilibrado, pues las libras que tengo de más, pertenecen al bebé, no a mí.
Dejando el espejo, abro la puerta y bajo hasta la enorme casa, llegando a la cocina, saludando a las chicas, que al igual que yo acaban de llegar, y rápidamente nos ponemos manos a la obra.
Cabe decir que más que cansino, es divertido realizar aquello cada día, pues nos pasamos esa hora y media, cantando, parloteando y riendo. Lo que hace nuestra labor más fácil.
Como siempre, desayunamos luego de que los vaqueros se retiran, para después limpiar los trastes y cada una tomar su rumbo a sus demás labores.
Termino saliendo ultima, pues me detengo a llenar un bote de agua para llevar conmigo, últimamente me está provocando mucha sed, y me dirijo a la oficina, donde tengo bastante que hacer pero aun así espero terminarlo en poco tiempo, para poder disfrutar un poco de la tarde y de unas deliciosas donas de la pastelería del pueblo.
Sin embargo, tan solo entrando a la oficina me doy cuenta que estaré aquí hasta tarde.
—Oh, gracias a Dios que llegaste —me recibe Julián, dejándome pasmada por cuán rápido se mueve de un lado a otro, divagando incoherencias para luego dirigirse a mí, una vez más—. Aquí, —dice, dejando una pila de papeles en mi escritorio y un block de notas para luego relatarme detalladamente todo lo que tendré que hacer este día en su ausencia, ya que debe marcharse para cumplir con un compromiso sumamente importante, según él.
Me dedico a escucharlo atentamente y me dejo caer en mi silla, resignada, dejando salir un enorme quejido cuando él termina de hablar.
—No seas quejica —dice este, el humor destacando en su voz—. ¿Acaso creías que te tendría compasión ahora que revelaste tu estado? —continúa el descarado y lanzo una enorme carcajada.
—Tenía tantos deseos de ir a por unas donas de la panadería esta tarde, pero me has dañado los planes —digo, poniendo la cara más aniñada del mundo.
—Oh, maldita seas... —dice, enfurruñado— mañana te traeré una caja completa, no quiero verme con un orzuelo arruinando mi bello rostro —termina y casi me orino encima.
—Que amable eres, querido Julián —me burlo—. Solo por esto amo tus supersticiones —río y él me dedica amorosamente su dedo corazón.
—¡Que te jodan! —me grita, mientras sale por la puerta, pero puedo ver su sonrisa antes de que desaparezca de mi campo de visión.
Me quedo allí por unos segundos, riendo por las ocurrencias de mi compañero para luego dedicarme de lleno a las tantas tareas que tengo por hacer, ahora que él me ha dejado también las suyas.
Reclino mi asiento un poco hacia atrás, poniéndome cómoda, pensando en cómo organizaré todo el trabajo pendiente que tengo entre las manos.
Me toma solo 15 minutos encontrar la forma en que podré cumplir con todo y terminarlo a tiempo, organizando productivamente mi día. Evitando así cualquier retraso que pueda entorpecer las negociaciones que tengo previstas para Luna este día.
Me meto de lleno en ello. Revisando los correos electrónicos, contestando cada uno de ellos y, a la vez, organizando la agenda con las nuevas citas pautadas.
Algunas son para simples paseos escolares por el rancho, algo que ocurre frecuentemente, otras son más formales, como para compra o ventas de caballos y para solicitar clases privadas sobre como montarlos y todo lo que viene con ello: ensillar, domar, crear un lazo con el animal, etc.
Editado: 16.08.2020