—Oh, ya basta Zafiro, no seas glotón —regaño al enorme animal cuando asoma su cabeza a la cesta para tomar dos zanahorias más y este resopla en respuesta.
Pongo la cesta a un lado y acaricio su sedoso pelaje.
Es un animal hermoso, raza frisón, y le habían otorgado aquel nombre porque su pelaje se torna un tanto azulado cuando la luz del sol cae en él. Totalmente asombroso, uno de los pocos ejemplares vivos con esta particularidad.
Trabajando con Luna he aprendido mucho sobre estos majestuosos animales qué, para mi sorpresa, son bastante inteligentes. Y no debí esperar meno. Habiendo visto sus entrenamientos y como estos aprenden rápidamente cada cosa que los vaqueros les enseñan, era muy gratificante de ver, sobre todo porque estos animales, reciben un trato de reyes.
Luna así lo resalta siempre.
Mirando hacia atrás puedo decir que la vida fuera de la ciudad es mucho mejor de lo que yo esperaba. MUCHO. MEJOR. Aquí tengo amigos reales, me puedo conectar con la naturaleza, no tengo que aparentar ser alguien que no soy, hay aire fresco y millones de maravillosas vistas y paisajes.
Sinceramente vivir en este lugar ha sido extraordinario y las cosas no se dieron como había pensado en un principio, aterrada de que pudiera sucederme algo malo en un pueblo desconocido.
Estaba tan acostumbrada a la maldad del frío entorno en que crecí, que no creía que habían personas bienintencionadas en el mundo y que además no pedían nada a cambio.
Suspiro, dejando ese hilo de pensamientos atrás.
Me despido de Zafiro, dejándolo en su establo, en compañía de sus demás compañeros que son resguardados allí y me dirijo hasta un enorme árbol que no está muy lejos de la gran casa, el cual se ha convertido en uno de mis lugares favoritos para leer, pensar o simplemente despejar mi mente.
Es domingo, mi último día libre del fin de semana y definitivamente debo aprovecharlo al máximo. Aunque, a decir verdad, no he hecho mucho más que dormir en el aparta-estudio y pasearme por el campo cuando me harté de estar encerrada.
Camino despacio, tomándome mi tiempo, pensando en un asunto que me viene complicando la vida desde una semana atrás, cuando supe que llevo un pequeño varón en mi vientre.
Desde ese momento no he podido evitar romperme la cabeza, pensando en el nombre perfecto para mi vampirito.
Sí, hasta yo terminé contagiada con el nombre que le otorgó Ana.
He buscado en cada sitio web, buscando sus significados, y los únicos que han pasado mis exigencias son: Kyle, Dayron, ¿Vampirito?, Austin y Lucas.
Ningún otro me ha convencido y aún no decido cuál de los ya elegidos será el indicado.
No tenía idea de que escoger un nombre fuera tan complicado y las elecciones de Génesis y las gemelas no ayudan en nada.
Aunque sus intenciones han sido buenas al darme algunas ideas de nombres… desafortunadamente son tan malos que mis oídos estuvieron prácticamente sangrando al escucharlos, algo que ni de broma les he dicho, suelen ponerse bastante sentimentales.
Así parecieran una especie de broma, ellas realmente habían nominado los nombres como posibilidades.
Resignada y pensando en que aún tengo unos cuatro meses más para decidir, me olvido de ello, por el momento.
Al llegar al hermoso árbol me siento bajo su copa, sobre el césped, recostada de su tronco.
Casi de inmediato abro el libro que traigo conmigo y continúo leyendo en donde lo dejé la última vez, sintiendo la ligera brisa mover los rizos de mi pelo.
Mientras las letras van tomando forma en mi mente, lentamente me voy adentrando en la historia, viviéndola como si fuese yo la protagonista.
Es una de las particularidades que más me gustan de la lectura, poder crear, imaginar, y adentrarme en la piel de los personajes, sintiendo cada cosa y viviendo cada escena como si fuera propia.
Aunque, cabe decir, que también tiene su desventaja, al menos para mí, porque suelo meterme tan profundo en ellas que algún triste suceso me deja llorando como magdalena, como en este momento, al culminar la última página.
Es una historia hermosa y conmovedora.
Otra exitosa recomendación de William, de quien, por cierto, no había sabido nada, en al menos dos días.
Antes de que el hilo de esos pensamientos se agrande, escucho como Ana me llama desde el porche trasero de la gran casa.
—Oye, Lyane —volteo a verla— no puedes pasarte todo el día acompañando ahí sentada, ven con nosotras y comamos la tarta de manzana que hizo Génesis.
No tiene que decírmelo dos veces antes de que casi corra a su encuentro. Comida es comida.
Subo las pequeñas escaleras del porche trasero, me dirijo a la cocina y, al llegar, ellas ocultan su risa, mirándome con unas sospechosas sonrisas en sus rostros. Me huele a trampa.
—Mhmmm... ¿Qué traman? —pregunto, cautelosamente.
Las tres ríen y sacuden sus cabezas.
—Eres tan desconfiada que es cómico —ríe Gisela mientras corta un pedazo de tarta para mí— Aquí, hecho especialmente para nuestro vampirito.
Editado: 16.08.2020