Por Ti

CAPITULO 8

El camino por carretera es solitario.

Apenas unos pocos vehículos circulan por delante de mí, mismos que a medida que avanzo, empiezan a desvanecerse, tomando otro rumbo.

Las luces de los faroles son lo único que me permiten ver a lo largo de la enorme carretera, entre la oscuridad de la noche, donde todos duermen, menos yo.

Es tarde, demasiado tarde, y me pregunto si fui sensato al emprender el camino hasta el pequeño pueblo de RiverTown, inmediatamente recibí la noticia.

Sin embargo, tengo claro que era algo inevitable. Desde meses atrás ya quería tomar este rumbo, solo me había quedado por más tiempo en aquel lugar esperando los resultados y, en caso de que se presentarse algún problema, resolverlo allí mismo y no tener que regresar por un buen tiempo.

Para mi fortuna, los resultados salieron sin problemas y pude marcharme nada más verlos.  Sin despedidas innecesarias, culminando de una vez por todas con aquel circulo vicioso que últimamente se convirtió en una agonía.

Es extraño como la simple vista de unas letras, te pueden quitar un enorme peso de encima.

Mi tesis de grado me ha arrancado bastante tiempo y, a la vez, trajo un duro golpe a mi vida, revelándome la traición de aquellos más cercanos a mí y aun así, tuve que fingir haber pasado página, evitando el conflicto, y tolerando la presencia de aquellos traidores, hasta hoy.

Y es un alivio.

Ansiaba volver a casa y estar con mi madre, a quien no he visto en casi ocho meses, por quedarme de lleno en la universidad, sin descanso y tomando clases extra, para terminar mi pensum y ya con mi trabajo de tesis asignado, culminarlo en tiempo record.

Y lo hice, con sobresaliente, para orgullo de mi madre, cuando se entere.

Paso mi mano por mi barba poco crecida y sonrío cuando veo la entrada al pueblo.

Estoy seguro de que ella morirá de felicidad al enterarse que terminé la carrera antes de lo previsto, cuando sepa que después de cinco años estudiando veterinaria su único hijo volverá a casa de forma definitiva.

La he extrañado bastante.

Y ella a mí, pues en diversas ocasiones ha expresado lo molesta y triste que se siente por mi falta de visitas. Y es por ello que me resulta tan importante, darle la noticia en persona.

Sin embargo, no será hasta después que amanezca que la veré, debido a que al salir a toda prisa del dormitorio, no reparé en que estaría llegando de madrugada al rancho y que con seguridad ella estaría descansando.

A medida que avanzo, bajo los cristales de mi camioneta, tomándome el tiempo de observar el panorama nocturno.

Cuanto extrañé la naturaleza...

No pasa mucho antes de que salga del camino principal y tome el que da al rancho, en el que he vivido la mayor parte de mi vida.

Mi pecho se aprieta.

Minutos después, soy recibido por el familiar letrero del Rancho Ecuestre Familia Rodríguez y más adelante, cuando llegó al puertón, por Adalberto, nuestro sereno, quien ladea su cabeza de manera seria escudriñando el vehículo para ver quien piensa irrumpir en la propiedad a tales horas de la noche.

Para facilitarle el proceso, estiro mi cabeza a través de la ventanilla y me dejo iluminar por su foco. Me reconoce al instante y empieza a abrir el portón.

—Patroncito —saluda sonriente, usando aquel apelativo que desde más joven me otorgó, cuando paso por su lado.  

Con la camioneta dentro y la puerta de entrada cerrada, me desmonto de ella para saludarlo apropiadamente, con un enorme abrazo y cuando me habla sobre avisarle a mi madre, lo detengo.

—No será necesario, pero gracias —me despido, sonriéndole.

Subo nuevamente a la camioneta, término de estacionar, dejándola justo detrás de la de mi madre y, cuando vuelvo a bajar, me quedó estático por un momento, examinando la casa, observando cada nuevo detalle que mi progenitora le ha otorgado.

Realmente ha hecho un gran trabajo. Y no es para menos.

Desde la muerte de mi padre, se entregó en cuerpo y alma a este lugar.

Decido dejar mis maletas en la camioneta para sacarlas después y camino solo unos pocos metros hasta llegar a las escaleras de mi guarida.

Aquella que hice a mi madre construir para mí.

Es un pequeño aparta-estudio, que se construyó utilizando el ala izquierda de la casa cuando estaba a punto de cumplir mis dieciséis años como regalo de cumpleaños.

Al principio quedé muy desilusionado cuando el día llegó y ella reveló que mi regalo sería ir a un campamento de verano por todo un mes. Y para que mentir, estaba enojado, muy enojado. Pero imaginen la sorpresa que me llevé cuando regresé y la vi sonreír de oreja a oreja con un juego de llaves en sus manos.

Recuerdo exactamente sus palabras.

—Aquí está tu regalo, mi niño consentido —sonrió pero luego tomó aquella pose seria que adoptaba cuando me daría un sermón y suspiré—. Pero como ya sabes todo trae responsabilidades y consecuencias.




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