Han pasado aproximadamente dos horas desde que salí de la oficina y no precisamente porque quise, sino porque Luna entró en la habitación, en busca de algún documento, y quedó momentáneamente petrificada al ver como Will masajeaba mis pies, que convenientemente se encontraban en su regazo.
Fue el momento más vergonzoso de mi vida. Mi rostro estuvo tan rojo que casi compite y derrota a Marte por el título de ''el planeta rojo''. No encontraba donde esconderme de la vergüenza tan grande que sentí, y empeoró cuando Luna levanto sus cejas especulativamente.
Fue horrible.
Exceptuando los minutos en que William estuvo trabajando en mi pie afectado, claro.
Ahora, sentada en el sofá del aparta-estudio, no dejo de atormentarme pensando en todo lo que ha ocurrido desde su llegada y ciertamente deseo dejar esos pensamientos atrás y enfocarme en algo más, para así sacar de mi cabeza las ideas extrañas e incumplibles, pero la verdad no puedo. Cada vez que cierro mis parpados ahí están esos hermosos ojos azules, persiguiéndome.
Deben de ser las hormonas... sigo repitiéndome, pero muy dentro sé que no es así.
El sonido de alguien tocando mi puerta hace que me levante.
Me coloco las pantuflas y luego me dijo a la puerta, donde, al observar a través de la mirilla, encuentro al trío de amigas que he conseguido en este pueblo, afuera, esperando.
Solo salgo de un suceso para meterme en otro... pienso, convencida de que han venido en busca de información sobre cómo es que he conocido a su querido Will.
—¿Vas a abrir o no? —pregunta Gisela, cruzándose de brazos, mirando directamente a la mirilla y devolviéndome a la realidad.
Aquello me hace sonreír, por mi despiste. En ocasiones tiendo a perderme en mis pensamientos.
Abro la puerta a quienes en los próximos minutos se convertirán en mis interrogadoras y ellas pasan, cargando una bolsa de papel en la que no había reparado y un porta vasos con 4 bebidas en él.
El olor llega a mí y casi me desmayo de la alegría.
¡Comida! Grito en mi interior.
—Ya nos darás las gracias después, ahora siéntate y, mientras comes, cuéntanos todo —dice Ana, dejándose caer sobre el sofá, para luego empezar a sacar los paquetes de comida de la bolsa y colocarlos en la pequeña mesa.
—Las amo, las amo, las amo —digo, envolviéndolas en un abrazo de agradecimiento, después de cerrar la puerta, y sentándome con ellas.
—No parece —responde Gisela, desde su lugar en el piso, tomando un pequeño bollo de papa—, después de todo has estado evitándonos por completo.
—Sí... has estado muy misteriosa este día —aporta Génesis con ojos entrecerrados y dando un sorbo a su bebida.
—Estoy completamente de acuerdo con mi hermana, de hecho, has de tener al menos mil mensajes sin leer en tu teléfono en este momento.
Ohh, mi teléfono.
Lo he dejado desde la noche anterior en mi mesa de noche y ni siquiera luego de llegar de la oficina he pensado en él. Algo que desde que hui me ha pasado, debido a que no tengo redes sociales y que las únicas personas con las que hablo mayormente están cerca. A excepción de Will, que hasta hace menos de veinticuatro horas estaba muy lejos de este lugar.
Así que, por lo general, lo dejo olvidado.
—No sean exageradas —contesto—, y para su información, no las he estado evitando, solo he dejado mi teléfono aquí todo el día —continúo, levantándome de mi lugar y tomándolo de la mesita de noche.
Pero en realidad si lo hice, queriendo alargar por todos los medios el inicio de sus inquisiciones.
Pero aquí estamos, el momento ha llegado.
Me siento nuevamente en mi lugar y desbloqueo el teléfono, para enseñarles a ellas lo que creí no serían tantos mensajes, pero en realidad sí que se desgastaron enviando textos. En nuestro grupo hay, al menos, setenta mensajes de ellas, sin embargo, lo que llama mi atención y hace martillear mi corazón, es el cuadrito del chat de William.
¿Tan malo fue el masaje? Reza su último mensaje, enviado hace unos diez minutos y trato de alejarlo de la vista de las chicas.
Oh diablos, no esperaba eso. Esto se va a poner intenso.
Anastasia, quien está más cerca, abre sus ojos como platos, confirmándome que definitivamente llegó a leer el mensaje y quizás también a ver la cantidad de ellos sin leer que alberga el chat.
Con una risotada, alcanza mi teléfono, tomándolo de mi mano y se va lejos con él. Me pongo histérica, aún más, cuando sus ojos empiezan a ensancharse de manera casi antinatural, a medida que sube por la conversación. A esto se unen Gisela y Génesis, sumamente curiosas de lo que ha visto Ana, mientras de pie en mi lugar les grito que ya basta.
No soy tonta, no puedo meterme a arrebatarles mi teléfono, por el bien de mi hijo, por tanto, al ver que mis demandas no son cumplidas, me hago la enferma.
Doy un enorme jadeo y lentamente dejo caer mis rodillas al piso, tomando mi vientre en mis manos y apretando mis ojos, fingiendo un terrible dolor.
Editado: 16.08.2020