Tomo la pequeña taza que Luna me tiende y doy un sorbo a la bebida.
El líquido hace contacto con mi paladar y arrugo mi rostro. Es amargo y un tanto desagradable, pero todo sea por aliviar el malestar que he estado sintiendo desde hace unos días, en la fiesta de bienvenida de William.
Al parecer, mis extraordinarios días sin nauseas no han sido más que una detestable treta del destino para hacerme sentir nuevamente como un humano promedio, y luego convertirme una vez más en el manojo de vómitos y malestar que he sido casi desde el inicio del embarazo. Aunque esta vez más fuerte.
Luna suelta una risilla al ver mi rostro y se sienta a mi lado.
—No creo que con tus malestares debas vivir sola —dice, haciendo que mis ojos se ensanchen por la sorpresa ¿cómo…?—. No me mires así, trabajas fuera de mi oficina, las paredes no son muy gruesas que digamos…
Oh, rayos, que más habrá escuchado. Me pregunto, pensando precisamente en las veces que estos días hablé sobre Will con Julián, luego de que este me preguntara desde cuando era tan unida con el hijo de la jefa.
Y es que sí, hemos estado compartiendo bastante.
—¿Cómo que pensabas mudarte? —pregunta Génesis y las gemelas dirigen sus ojos hacia mí.
Yo suspiro y termino explicándoles mis razones, a lo que ellas responden mirándose entre sí para luego reír, Luna incluida.
—Tienes el mal hábito de pensar que estorbas cuando es todo lo contrario —dice Gisela, que hasta ahora había estado muy callada.
Después de aquella noche, su personalidad jovial y brillante ha decaído bastante, haciendo que mis deseos por descuartizar al idiota de Alexander, se aviven cada día más. Lástima que no puedo causarle ningún daño, sin lastimarme a mí misma o a mi pequeño bebé.
—Ya eres parte de esta familia —afirma Luna y mis ojos empiezan a picar por las lágrimas.
Malditas hormonas, malditos sentimientos agudizados.
—¡Amiga, date cuenta! —exclama Ana, haciendo que deje caer mis lágrimas, esta vez producto de la risa que me ha provocado el comentario.
Es demasiado ocurrente.
Yo asiento y decido creerlo. Decido sentirlo y acoger aquello que me brindan. Una familia.
—Dejando los temas sensibleros aparte, ¿Asistirán a la feria? —pregunta Luna, abrazándome por un momento— abrirá la semana próxima.
—Claro, nunca nos la perdemos —responde Ana—. Además estarán exhibiendo un mural pintado por mí, así que… —se encoje de hombros.
—Eso es genial, Ana —elogia Luna, mientras ponemos la mesa.
No he podido ayudarlas a cocinar los alimentos debido a mi estado actual, pero al menos puedo ayudar con esto.
—Ve preparándote, alucinarás —dice Gisela, sonriéndome—. Y luego podemos asistir al campeonato ecuestre, que también está a la vuelta de la esquina. ¡Nos divertiremos mucho!
Yo sonrío, animada por el plan. Nunca he estado en una feria, mucho menos en un campeonato ecuestre, aunque al menos de este último tengo más información, después de todo he estado trabajando incansablemente estos meses con Luna por este evento.
—Y podremos ir con Will, después de tanto tiempo —agrega Génesis, soñadoramente.
En un principio no lo noté, pero luego se hizo bastante obvio que ella está enamoradísima de William. La mayor parte del tiempo se ha encontrado alabando las acciones que este hace, buscándole conversación y otras veces haciendo uso de cualquier excusa para obtener su atención y compañía.
Pero nadie más parece darse cuenta, o simplemente no le prestan atención.
Como si pudiera evocarlo solo con mis pensamientos, él entra en la estancia, luciendo como toda una bomba de sensualidad. Lleva puesta una franelilla oscura que deja sus musculosos brazos y partes de su pecho descubierto, con pantalones ajustados que acentúan su apretado trasero y maldita sea…
Estoy obsesionada. Freno el hilo de pensamientos.
—Buenos días —nos saluda a todas, mientras envuelve a su madre entre sus enormes brazos.
—Buenos días —respondo, al igual que las chicas.
Yo desvío mi atención a mis manos, procurando no seguir babeando por el amigo buenorro que ha entrado en la habitación, sin embargo, no puedo evitar que mis ojos den una ojeada por el rabillo y ¡Jesús! el corazón se me acelera al ver que se dirige hacia mí. Y se vuelve aun peor cuando se deja caer a mi lado.
Cálmate. Cálmate. Cálmate.
No es como si fuera la primera vez que se sienta a mi lado o que está tan cerca de mí, pues en varias ocasiones nos hemos encontrado en la biblioteca y disfrutado en silencio de un buen libro o simplemente nos hemos encontrado en el porche trasero, discutiendo de cualquier tema en particular.
—Ah, hoy no comeremos huevos quemados, entonces —dice y abro enormemente mis ojos en dirección a las chicas.
Son unas bocazas ¿Cómo se atreven a contar mis despistes?
Aunque por la carcajada que suelta Ana, sé que ha sido ella y no Gisela o Génesis, que me observa con el rostro completamente rojo. Y no precisamente de vergüenza.
Editado: 16.08.2020