Cinco meses…
Justo eso ha pasado desde que encontré la carta de mi hija en el escritorio de su habitación, con aquellas crudas palabras que me han atormentado día y noche, llenándome de insomnio y pesadillas.
No puedo evitar cerrar mis ojos, recordándola, aunque eso acuchille mi corazón.
Papá
Me habría gustado que en algún momento hubieses reconocido tu error y te disculparas, que mostraras algún deje de arrepentimiento por lo que querías obligarme a hacer, porque no, no lo hice, no aborté, como habrías deseado.
Es incomprensible para mí que te hice, que he hecho en toda mi vida para merecer tanto desprecio e indiferencia de tu parte. Y aun así, como la niña tonta que siempre he sido, ni un solo día dejé de añorar tu cariño, tu compañía, tu amor.
Quisiera que me hubieses contado la razón por la que mi embarazo se convierte en un problema para ti. ¿Por tus negocios? ¿Tu reputación? No lo sabré, porque nunca especificaste.
Pero sí estoy segura del dolor que esas palabras me causaron.
Te di tiempo, dos semanas, esperando a que al menos te acercaras a mí y admitieras tu error, para finalmente confesarte que no lo hice, que la vida en mi interior sigue creciendo… pero seguiste igual que siempre, pasando de largo el hecho, y es por eso que me marcho.
Porque nunca lo aceptarás.
No sé dónde iré, pero estoy segura que será mejor que estar aquí, con temor a que nuevamente me obligues a ir a una clínica para deshacerme de mi bebé.
Este es el adiós, ahora podrás vivir tu vida como siempre has deseado, libre del estorbo y fracaso que siempre he sido para ti.
Tu hija, Madison Lyane.
Demonios.
Aun puedo sentir el terror de aquel día, al regresar de mi viaje de trabajo, encontrándome con la noticia de que ella estaba desaparecida desde el mismo día en que salí de viaje, y me maldije.
Me maldije un millón veces porque Lumbart había intentado contactarme, pero no contesté ni devolví sus llamadas por estar sumergido en la negociación que tenía entre manos.
Esa noticia, encontrar la carta, revisar su armario, su cuarto de baño, y encontrar lo mismo, evidentes signos de que se había marchado, confirmando las palabras escritas en aquella hoja, me dejó mal. Muy mal... Al punto de terminar durmiendo en su cuarto cada noche, con la esperanza de que volviera.
No lo hizo.
Me desviví investigando a cada uno de sus compañeros de escuela luego de que aquel primer día, cada uno dijera que sabían lo mismo que yo, nada. Y en un principio no lo creí, pero luego los detectives que contraté lo confirmaron. Ella no se había contactado con ninguno, más que con Nolan West. El padre de su hijo.
Y ese muchacho… ese muchacho era un completo hijo de…
Aprieto mis ojos, al recordar, todo lo que descubrí, cuando pedí intervinieran su teléfono. Porque sí, por encontrarla, crucé esa línea, interviniendo a cualquier persona que pudiera saber de ella. Sin embargo, no esperé encontrar aquello. Pero lo hice pagar, lo destruí.
Fui tan mal padre… dejé a mi hija rodeada de plagas inmorales, mismas que le hicieron tanto daño y ella ni siquiera se enteró de ello. Pienso, con tristeza.
Debí estar ahí. Debí cumplir la última voluntad de mi difunta esposa...
—Por… favor... cuida de nuestra pequeña —recuerdo logró decirme, con su último aliento mientras me sacaban histérico de aquella sala en la que terminó muriendo.
En aquellos primeros días el alcohol se volvió mi fiel compañero, a medida que la desesperación por no encontrarla se adueñó de mí. Porque cada vez que pensaba estaba cerca de tenerla nuevamente a mi lado, para resarcir mis errores, me informaban que la pista encontrada terminaba en un callejón sin salida.
Primero, su celular lo dejó destrozado a un lado de la carretera, segundo, el auto con el que salió de la residencia, no pudo ser encontrado, pues en los videos de vigilancia no se llegó a ver el conductor, tampoco la matricula, y tercero, desapareció por completo de sus redes sociales.
Ni una sola vez las ha usado, siquiera ingresado en ellas, porque realmente no desea ser encontrada y sabe perfectamente que hacerlo me llevará a ella.
Un golpe tras otro, me terminó desboronando, obligándome a hacer lo que debí haber hecho hace tiempo. Obtener ayuda para afrontar mi dolor.
Me encontré asistiendo a un consultorio privado, donde luego de luchar, me abrí, reviviendo aquel suceso que marcó mi vida. La muerte de mi mujer. Mismo que causó ese cambio radical en mí, volviéndome adicto al trabajo para no enfrentar mí duelo, para no enfrentar mi pérdida. Pero era la vista de mi pequeña hija, tan idéntica a ella, al lado de sus nanas, sin su madre, lo que me recordaba una y otra vez que sí, que realmente se había ido.
Aunque sobre ello, fueron sus palabras de niña inocente las que hicieron que me alejara, como un estúpido, cuando ella más necesitaba de mí:
Editado: 16.08.2020