Empujo rudamente mis caderas en el interior de Ashley ¿o era Alex? No tengo idea. Solo sé que es una preciosura y, con el jodido estrés que llevo encima, nada es mejor que meterse hasta la empuñadura en un buen coño.
Mi padre me tiene harto, después de que el maldito de Frederick Marshall se encargara de arruinar mi carrera como beisbolista, al enterarse que desfloré a su niñita y demás cosas que, ahora que lo pienso, fueron un tanto osadas, se ha empeñado en controlar mi vida y ciertamente el hombre no conoce límites a la hora de hacerlo.
Lo último que me ha pedido es que me haga cargo de su estúpida compañía de hoteles que lo único que hace es ir en picada por sus malos hábitos. Por su jodida adicción a la bebida y a los juegos de casino.
Lo lamentable es que si no me hago cargo de ella, él va a cortar todas y cada una de las pocas tarjetas que me quedan, mis cuentas bancarias serán paralizadas y me dejará aún más hundido en la jodida ruina.
Trato de alejar esos malditos pensamientos de mi cabeza, gruñendo profundamente, empujando aún más fuerte en los adentros de la chica que, ajena a mis problemas, gime debajo de mí. Sus uñas pintadas de color rojo rasgan mi piel mientras su orgasmo la consume y, poco después, al fin alcanzo esa liberación que tanto necesito.
Maldigo, mientras la electricidad recorre mi cuerpo y gimo de frustración cuando la sensación desaparece antes de lo deseado, dejándome caer nuevamente en mi realidad.
Caigo de espaldas sobre el colchón y la chica que estaba debajo de mí se acomoda encima de mi pecho, haciendo círculos en mi abdomen, sin saber que lo único que quiero en este momento es que se marche.
Mi teléfono suena, por lo que aprovecho esta distracción para alejarla de mí, levantándome de la cama, completamente desnudo, y saliendo de la habitación.
— ¿Qué cuentas, Mateo? —contesto.
Él ríe por el auricular, señal inequívoca de que tiene un gran chisme que contar, por lo que espero su risa desaparezca y me cuente que rayos es, ahora.
—Oh, amigo mío, ¿aún no te han contado que tu desfloradita ha vuelto?
— ¿Cuál de todas? —pregunto, aun sin caer en quien podría ser, pero con absoluto interés.
—Disculpa, casanovas, olvidé ser mas especifico —ríe otra vez—. Hablo de Madison.
— ¿La hija del maldito Marshall? —pregunto, esperando su confirmación, mientras mi rostro adopta una expresión burlona.
—Esa misma —responde y luego ríe—. Al parecer, su desaparición se debió a que estaba embarazada —vuelve a reir—. La vi en el centro comercial con otras chicas. Llevaba un bebé en brazos. ¿Quién diría que una Marshall terminaría así? —la línea se queda en silencio por unos segundos— ¿No serás tú el padre?
Jo. Der.
Mi mente se remota a meses atrás, a la confesión de Madison sobre su embarazo, de un hijo mío, a cómo le dije que buscaría clínicas de aborto, para que luego ella se retractara sobre lo dicho, alegando que solo había sido una confusión.
Debí percatarme de aquello, saber que su desaparición sería por eso… pero estuve demasiado ocupado follando chicas como para atar cabos.
Por mucho tiempo se especularon un millón de cosas, mucho más cuando su padre no quiso dar declaraciones y se quedó prácticamente todo el tiempo en casa, alejado de sus negocios.
Ahora ella está aquí otra vez, acompañada de un bebé y si lo que creo es cierto, si es mío, la vida me sonríe, poniendo la suerte de mi lado.
No pudiste aparecer en un mejor momento, querida Madison...
[…]
Estaciono mi auto en frente de la lujosa casa y espero a que su padre salga, en algún momento tendrá que hacerlo. ¿Por qué no entrar de una vez por todas? porque no soy tonto, no iré allí con Frederick estando dentro. El hombre casi me mata la última vez.
Y no es que sea un cobarde, simplemente necesito estar a solas con ella para lograr mis objetivos. Para que caiga en mi juego.
Momentos más tarde confirmo que la suerte realmente me acompaña, pues en menos de lo que esperé, su padre sale de la propiedad y, cuando desaparece, aprovecho que no hay nadie en la entrada para colarme dentro antes de que le reja se cierre.
¿Siento algún remordimiento por lo que estoy dispuesto a hacer si el plan A no sale como debe? No. Necesito el dinero para alejarme de esta ciudad y empezar desde cero, en un lugar donde no tenga que soportar a mi padre queriendo controlar mi vida.
Lo necesito y ella me lo va a dar. Cueste lo que cueste.
Camino con premura hasta la entrada, toco el timbre y, después de varios segundos, puedo escuchar su risa a través de la puerta, antes de que sea abierta.
De inmediato, sus ojos se posan en mí y su sonrisa se esfuma en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué haces aquí? —pregunta, Madison, sosteniendo al bebé, y no puedo evitar recorrerla, observando el cambio en sí. Está más candente que antes.
—He venido a hablar contigo sobre algo que tenemos en común —digo, señalando con la barbilla al niño.
Editado: 16.08.2020