Es casi increíble que Nolan haya tenido la desfachatez de siquiera presentarse aquí, demandando mierdas como si fuera amo y señor de todo lo que le rodea. Que se atreviera a entrar a esta casa exigiendo una abusiva suma de dinero a cambio de dejarnos a mí y a Austin en paz, como si él realmente tuviera derecho alguno después de lo que me hizo.
¿Cómo diablos puede intentar esto? ¿Cómo ha podido caer tan bajo, tener la cara tan dura?
Aunque no debería sorprenderme, siempre ha sido un patán, pero en estos momentos estoy más enojada conmigo misma que con él. Debí borrarle la cara a bofetadas.
Las imágenes de todo lo que debí hacerle pasan por mi mente como flashes, haciéndome sentir impotente y estúpida por no haberle asentado ni un solo golpe al muy maldito.
Un hombre que desde un principio dejó su punto claro, él no quería tener nada que ver con el bebé que en aquel momento estaba esperando, su primer y único razonamiento fue que buscaría clínicas para que abortara y ahora, ¿toma provecho de que no lo haya hecho?
Maldito sea él y su descaro.
Pero independientemente de lo idiota que sea, él no deberá preocuparse por el dinero, lo obtendrá, de alguna forma lo conseguiré, pero no sin antes asegurarme de que jamás, ni nunca, vuelva a cruzarse en nuestras vidas.
O que siquiera vuelva a tener un pensamiento sobre nosotros.
—Debes parar de llorar —dice Julián, acariciando mi pelo, con el ceño fruncido—, le estás dando la satisfacción que él buscaba.
Eso es verdad, aunque realmente no lloro de tristeza, sino de rabia.
Me levanto del sillón, con deseos de destrozar todo para calmar mi ira, más termino tomando aire de forma profunda, inhalando y exhalando paulatinamente, en busca de tranquilizar mi mente, mis impulsos, mientras Ana, Gisela y Julián despotrican sobre el progenitor de Austin.
Cuando estoy más calmada, vuelvo a sentarme donde estaba y justo cuando lo hago mi padre entra por la puerta principal, llevando una enorme sonrisa en la cara mientras carga con unas bolsas de comida.
— ¿Qué ha pasado? —pregunta, su sonrisa esfumándose al notar mi estado, dejando las bolsas en el suelo.
Llega hasta mí, revisándome con su mirada, viendo que no esté herida, y eso hace que mi pecho se hinche al ver que se preocupa por mí. Han cambiado tanto las cosas.
—No es nada, papá. Solo un problema que tengo que resolver… —contesto, no queriendo involucrarlo.
— ¡Claro que es algo! —replica Anastasia, enojada— Ha estado aquí el padre de Austin y la ha amenazado con un sinnúmero de barbaridades, chantajeándole, delirando sobre cómo le quitará el niño si no le da una suma de dinero que, si me permite decir, es ridícula y exorbitante.
La cara de mi padre es un poema. Su rostro se ha vuelto denota demasiado su enojo, sus esfuerzos por contenerse, y ciertamente noto de donde he sacado esas expresiones que me invaden cuando paso por lo mismo.
Su nivel de disgusto es tan grande que hasta sus orejas se han puesto rojas.
— ¿Cuánto quiere el degenerado ese? —pregunta, caminando de un lado a otro.
Le digo la suma y mi padre se molesta aún más, si es posible, sin embargo, va hacia su despacho, dejándonos solos, preguntándonos porque se ha ido de esa manera, para luego volver con un cheque en sus manos.
—Dame su maldito número para llamarlo y que venga de inmediato. No quiero que tenga nada que ver contigo y con mi nieto —ve a Austin en brazos de Gisela, lo busca y lo toma entre los suyos—. Nadie se va a meter con ustedes —nos abraza y no puedo evitar que más lágrimas rueden por mi rostro, esta vez causadas por el consuelo que me da poder contar con él.
Lo amo tanto.
—Papá —logro decir—, él quiere el dinero en efectivo —suspiro y él asiente, guardando el papel en su bolsillo—. Le daremos el dinero, pero antes habla con tu abogado para que este prepare un documento en el cual Nolan renuncie a sus derechos como padre de Austin. Si le damos el dinero sin una constancia que abale que nos dejará en paz, terminará volviendo por más en cuanto se acabe la suma que ha pedido.
—Tienes razón. Llamaré a mi abogado y para mañana temprano tendré todo listo, no te preocupes por nada.
Deja a Austin en mis brazos y se va hacia su despacho.
Cuando él no está, volteo hacia mis amigos y observo seriamente aquellos seis pares de ojos.
—No quiero que le digan nada de lo que ha pasado a William —digo y no paran de protestar, sin embargo, los corto en seco—. No se atrevan a hacerlo, no quiero molestarle con esto. Saldría para acá en el mismo instante en que se lo mencionen y es muy tarde como para que venga hasta aquí. Podría accidentarse.
Las gemelas suspiran, resignadas, entendiendo, y Julián hace lo mismo, antes de que subamos nuevamente hacia las habitaciones.
[…]
La mañana llega y mis ojos aun no son cerrados. No he podido descansar en toda la noche, pensando en la posibilidad de que Nolan se niegue a firmar el documento. Eso me aterra.
Editado: 16.08.2020