Por Ti

EPÍLOGO

Quince años más tarde...

Al entrar a casa de inmediato ato mi pelo en un moño alto después de un largo día fuera, dado mi última conferencia del mes y ciertamente estoy agotada.

Aunque, cabe destacar, que dar esas charlas es sumamente gratificante para mí y todo comenzó cuando al siguiente año de mi matrimonio con William, después de resolver todo el papeleo que involucró obtener mi título de secundaria, me propuse entrar a la universidad. Elegir la carrera en un momento se me hizo bastante difícil, no sabía que escoger, hasta que me di cuenta de que, con la experiencia que pasé, podía ayudar a otras chicas para que no pasaran por la misma situación.

Por lo tanto, entré a la universidad a estudiar psicología con el único propósito de poder ayudar a aquellas jóvenes que por ser víctimas de acoso se ven impulsadas a comenten actos que no están preparadas para hacer o simplemente no desean. Actos como el que cometí cuando tenía dieciocho años. Y no es que me arrepienta de haber tenido a Austin, él es la luz de mis días, pero la verdad es que no era el tiempo adecuado para tener un bebé.

Generalmente me dirijo a varios centros educativos para interactuar dinámicamente tanto con chicas como con chicos, ya que ellos también son acosados por no tener relaciones sexuales a una edad equis. Muchas veces la presión a la que ellos son sometidos es mayor a la que son sometidas las chicas y por eso mi objetivo es hacerles ver que no deben sentirse inferiores por no hacer lo que los demás hacen o dicen que es cool, buena onda, u otra palabra que su generación emplee. Nadie debe sentirse presionado por los demás, todos somos diferentes y cada uno de nosotros tenemos nuestra propia opinión sobre lo que se debe o no hacer.

Además de las orientaciones a jóvenes que aún no sucumben a la presión, me dirijo a la fundación que cree junto a mi padre, con el fin de ayudar a aquellas mujeres y adolescentes que están embarazadas y pasando por una mala situación. Nuestro mayor objetivo en la fundación es orientar tanto a las chicas embarazadas como a sus familias para que les den todo su apoyo y que estas puedan superar este suceso con éxito. Y, en caso de que lamentablemente estas mujeres no tengan familias, nos encargamos de brindarles un techo en el que vivir mientras les proporcionamos cursos técnicos para cuando vuelva a integrarse a la vida cotidiana.

Muchas de las mujeres que reciben nuestra ayuda han terminado trabajando en nuestras instalaciones, contando su propia historia de superación.

Dejo mi cartera encima de la pequeña repisa que está al lado de la puerta y sonrío al ver la foto familiar que descansa en ella. La tomo en mis manos y deslizo distraídamente mis dedos por el cristal que la cubre.

Es una foto reciente que refleja lo bien que hemos afrontado cada obstáculo a través del tiempo. En ella se observan cuatro personas sonriendo hacia la cámara, sentadas en las escaleras del porche delantero del rancho. Austin se encuentra en medio de Will y de mí, mientras que nuestra pequeña hija, Violet, está sentada en el regazo de su hermano.  

Cuando estuvimos establecidos, con nuestra vida organizada, decidimos que ya era tiempo de tener otro bebé correteando por los campos del rancho. Austin tenía siete años cuando tomamos la decisión, él no sabía que planeábamos tener otro hijo pero aun así estaba bastante metido en la fase ‘‘Mami quiero un hermanito’’.

Lamentablemente las cosas no fueron tan fáciles como pensamos en un principio.

Dejé de tomar los anticonceptivos inmediatamente decidimos buscar ese bebé, pero múltiples veces fui decepcionada por pruebas de embarazos con resultados negativos. Al principio establecí en mi mente que debía ser por el efecto de los anticonceptivos que había estado tomando por años pero, luego de meses de decepción, decidí ir a consulta para recibir una noticia que ensombreció por mucho tiempo mi vida. Después de todo, Génesis había hecho más daño de lo que creímos en un principio, dejando secuelas y consecuencias en mí que, jamás perdonaré. Y que tampoco llegó a pagar pues, dos años después de que la sentenciaran a permanecer cinco años en la cárcel por lo que me hizo, terminó suicidándose en su celda.

Fueron tiempos difíciles, muy difíciles. La mayor parte del tiempo estuve retraída, deprimida…  mi humor no fue el mismo luego de esa visita. Y solo se volvió peor cuando después de haber probado tratamientos por tres largos años aun no quedé embarazada.

Recuerdo haber pensado un millón de veces en dejar a Will libre, para que pudiera tener un hijo propio. Me sentía egoísta por retenerlo a mi lado pero también me encontraba insegura porque creí, erróneamente, que por más que él amara a mi hijo, nunca estaría completo. Sentí que lo estaba privando de su felicidad, porque yo era la del problema. Tenía miedo de que recurriera a otros brazos para concebir a su propio hijo y se lo dije, entre tanta angustia y depresión un día exploté.  

Él solo trataba de subirme el ánimo y yo lo ataqué. De mi boca salieron todos esos pensamientos que guardé, todas aquellas inseguridades que callé. Le dije que lo dejaría libre y esa fue la gota que derramó el vaso.

Nos dijimos todo aquello que callamos por un largo tiempo y nos reconciliamos después de que me detallara todas y cada una de las razones por las que ninguna de mis absurdas suposiciones ocurrirían. Me sentí como una tonta por atacarlo de esa manera, por acusarlo de tantas barbaridades y lloré con todas las fuerzas que tenía cuando entendí que él era feliz con la familia que ya teníamos.




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