Por ti siempre

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HANNAH

Mientras esperaba la maleta caí en la realidad, en que realmente no volvería a casa, y que a partir de ahora viviría con unos desconocidos... y que si no hubiera sido por la amistad de mis padres con ellos yo ahora mismo estaría completamente sola.

La verdad es que es un poco triste saber que sólo dependes de gente desconocida, que te habrá visto dos veces en toda tu vida y a los que tú ni siquiera recuerdas.

Tras el accidente todo ha ido a peor, es increíble como todo cambia en un instante... y es muy doloroso pensar en que si yo no me hubiera enfadado con mis amigas, mis padres no hubieran tenido que ir a buscarme, no hubiésemos tenido que ir por la carretera congelada por el frío, no hubieran resbalado las ruedas en aquella curva y no hubiésemos caído por aquel terraplén.

No me ahogaría todas las noches en lágrimas pensando que ya no están y que estoy por primera vez en mi vida completamente sola.

Mis amigas demostraron no serlo cuando todo sucedió, ni una llamada, un mensaje, ni siquiera se presentaron en el funeral. Y ahí fue cuando me di cuenta de que todo el esfuerzo que había tenido que hacer para que me aceptaran no había servido, porque yo no les importaba nada.

Hace ya tres meses desde el accidente; el primer mes lo pasé en el hospital entre pruebas y operaciones de mi pierna izquierda, el segundo con la rehabilitación y recuperándome de la conmoción cerebral tras el golpe con la ventanilla del coche y el tercer mes lo pasé con el tratamiento psicológico del hospital. Realmente, esos tres meses no fueron tan malos como a lo mejor piensas, porque necesitaba tantos calmantes para el dolor que la mayoría del tiempo lo pasaba dormida así que el sentimiento de culpa, ansiedad y el inmenso dolor desaparecían por unas horas, hasta que me despertaba y todo volvía.

Ahora tras haberme recuperado voy a irme a casa del mejor amigo y socio de mi padre, el señor John Thomas, un hombre de cincuenta años, con el pelo canoso, unos ojos verdes brillantes, corpulento y elegante. Se conocieron en la universidad, pero a él lo trasladaron a la sucursal de la famosa multinacional de coches Thomas Company en Nueva York. Era la empresa de su familia. Tras acabar la universidad comenzaron a trabajar allí, mi padre se encargaba de las ventas y el señor Thomas de los números de la empresa. Seguían en contacto pero hacía mucho tiempo que no se veían; desde que John heredó la empresa tras el fallecimiento de su padre. Cuando estuvo en su poder, ascendió a mi padre y le permitió tener más tiempo para estar con nosotras y tras ello, nos mudamos. Mi padre y él se trataban como hermanos y se querían mucho; de hecho el señor Thomas y su mujer vinieron al entierro de mis padres y estuvo conmigo en el hospital el tercer mes. Ahora mismo estaba a mi derecha llevando mi maleta. El resto de mis cosas las habían traído mientras estaba en el hospital.

Nos paramos al lado de un Mercedes-Benz con un negro mate precioso, realmente ese coche era increíble. A mí me encantaría tener un coche así, me tiraría los días metida dentro. De repente, reparé en que a su lado sujetándome la puerta trasera del vehículo estaba un señor de unos cincuenta y cinco años con un traje negro de chaqueta. Era muy elegante.

Cuando entré dentro del coche con el señor Thomas a mi izquierda, me sentí muy rara. Una ciudad nueva y enorme, señores trajeados y coches elegantes, realmente iba a ser un cambio grandísimo. Yo no había abierto la boca desde que sucedió lo del accidente de mis padres, no me salía la voz ni siquiera tenía ganas de sentir, ni de hablar, ni de casi respirar, solo me podía centrar en no derrumbarme, por eso la psicóloga tuvo tan difícil el evaluarme, pero realmente no había nada que evaluar, mi interior estaba roto, hecho añicos, no había nada más.

El señor Thomas me entendió y no me presionó. Al principio intentaba que hablásemos, pero cuando entendió cómo me sentía y que sería inútil intentarlo si yo misma no quería hacerlo, me dejó mi espacio. Durante el trayecto por aquella ciudad me limité a mirar por la ventanilla: los increíbles rascacielos, los coches, las personas...

La cantidad de historias que habría en esas calles detrás de cada una de ellas...

Cuando el coche paró en la entrada de un edificio gigante, nos bajamos y fui a coger mis maletas, pero cuando estaba a punto de cogerla, una mano enguantada de blanco agarró el asa, levanté la mirada y el portero del edificio llevaba en la mano mi equipaje. Lo miré sin ningún tipo de expresión y él me dedicó una sonrisa encantadora.

-Buenos días, señor Thomas- le dijo a mi nuevo tutor.

-Buenos días, Jeremy ¿Cómo estas?- le dijo posicionándose a mi lado y posando su mano en mi espalda.

Yo no hice absolutamente nada. Me quedé mirando a ambos escuchando lo que se decían.

- Muy bien señor- su mirada se dirigió hacia a mí y manteniendo esa sonrisa perfecta dijo:

- ¿Quién es esta jovencita tan guapa?

-Jeremy, ella es Hannah Hale, mi tutorizada.

El tal Jeremy volvió a mirarme y se dirigió a mí -Encantado de conocerla, señorita Hale, si necesita cualquier cosa hágamelo saber- y tras ello se fue hacia el ascensor.

Estaba muy confundida, nunca me habían tratado de usted y mucho menos me habían llevado las maletas. Cuando entramos al vestíbulo me quedé impresionada, con la boca abierta.

Era una sala enorme con techos altos, suelos de azulejos preciosos, paredes blancas con toques dorados, lámparas de araña colgando del techo y un mostrador con dos porteros más en sus sitios, tres puertas de ascensor en una de las paredes, dos conjuntos de sofás blancos junto con mesas de cristal enfrente, decoradas con centros de mesa de rosas rojas. Al fondo se alzaban unas escaleras de mármol que te llevaban a las casas. Todo era sumamente elegante y fino, todo parecía sacado de una revista.

Entré en uno de los ascensores junto con el portero y el señor Thomas. Me fijé en el piso que marcó este último. El piso 23, ¡ madre mía, 23 plantas! no sabía si podría acercarme a una ventana a esa altura. Cuando las puertas se abrieron entramos directamente a un salón enorme, con el suelo de madera marrón claro, un techo muy alto y una lámpara en forma de lluvia preciosa colgando de él. Unas escaleras marmoleadas negras se encontraban a su izquierda. Era un salón completamente equipado y moderno en tonos blancos y negros... toda la casa era así; la cocina se podía ver desde el salón y era exactamente igual de elegante que el resto del edificio. 




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