HANNAH
Nochebuena, uno de los días más bonitos del año... todo es felicidad y alegría.
Para mí, nunca volverá a ser así porque, aunque estos días el peso del dolor ha menguado, sigue estando ahí y, eso es algo que nunca va a desaparecer. Todos los recuerdos y momentos no se olvidan y, aunque al recordarlos te acuerdas de la felicidad que sentiste, al instante recuerdas que esos momentos, esa alegría, esa sonrisa, ese brillo... nunca lo vas a volver a experimentar; es parecido a un copo de nieve: precioso y brillante mientras cae, pero al llegar al suelo desaparece y se convierte en nada.
En esa situación estoy yo ahora mismo. Son las primeras navidades que paso sin mis padres. Y, aunque esos días el dolor y la tristeza se desplazaron a un lado, esa mañana me desperté con el mismo dolor que había estado sintiendo todos esos meses.
Por eso, nada más abrir los ojos y saber qué día era se me empañaron de lágrimas que empezaron a deslizarse por la almohada. Intenté tranquilizarme y cuando miré hacia el lado y vi a Jake, me levanté corriendo, cogí la ropa y me fui directa al baño. No quería que se despertase y me viese así.
Abrí el grifo y me empecé a duchar. Lo único que quería era estar sola. No me apetecía nada así que, cuando salí de la ducha me sequé con tranquilidad mientras lloraba. Había intentado parar, pero no podía... me era inevitable.
Me desenredé el pelo y me lo sequé; ese fue el momento donde pude llorar a gusto porque no tenía el miedo de que me escuchase nadie gracias al ruido del secador. Cuando acabé, me vestí: me puse unos vaqueros azules y un jersey ancho de lana blanco con unas botas de tobillo negras. Me eché colonia y desodorante y me fui hacia abajo lo más rápido que pude, no quería que nadie me viese así que, cogí mi abrigo negro y un gorro del mismo color y me fui hacia la puerta trasera que estaba en la cocina... quería estar sola.
Al salir al porche me senté en el banco en el que hace dos días me había dado ese beso con Jake. Al recordar ese momento un escalofrío recorrió mi cuerpo y las mariposas volvieron a aletear en mi estómago. Con él, todo se esfumaba, nada existía y ese día necesitaba que nada existiera, porque si nada existía, el dolor tampoco y si el dolor no existía, a mí no me estaría matando algo por dentro tan lentamente a cada segundo que pasaba, lo que hacía que se convirtiese en una tortura lenta y pausada. Pero por otro lado no quería estar con nadie.
En ese momento me sentía como cuando ves las huellas en la arena de la playa... permanecen ahí, intactas, hasta que la marea sube y desaparecen como si nunca hubiesen existido, pues yo me sentía igual. Los momentos buenos de esos días, que me habían hecho olvidarme de todo, habían desaparecido como si nunca hubiesen existido, porque en este caso el tsunami de dolor que había dentro de mí los había sumergido por completo.
Me quedé mirando la nieve caer, como los pequeños y brillantes copos se formaban para luego deshacerse al llegar al suelo. De repente, noté cómo alguien se sentaba a mi lado, no me había dado ni cuenta de que la puerta de la cocina se había abierto.
Giré la cabeza y me encontré con Claire; su mirada me lo dijo todo... estaba preocupada. Nuestras miradas se cruzaron y se entendieron al instante, sin tener que abrir la boca y contarle nada, me abrazó. Yo no reaccioné, simplemente dejé que me abrazase, porque no tenía ganas ni fuerzas para decirle que quería estar sola.
- Cariño, te prometo que todo va a estar bien. - me dijo susurrando mientras me acariciaba el pelo.
Yo no respondí, cerré los ojos y respiré hondo.
-Te voy a traer una manta y chocolate caliente. Verás que bien te van a sentar. - me dijo y entró en la cocina.
Al cabo de unos minutos, salió con una taza y una manta de pelo granate que echó por encima de mis hombros y acto seguido me tendió la taza, que cogí al cabo de unos segundos. Disfruté del calor que esta desprendía y que hizo que mis manos congeladas y rojas del frío se fuesen calentando poco a poco. Claire se sentó a mi lado, me abrazó y ninguna de las dos dijo nada, solo nos quedamos mirando la nieve caer.
Me bebí la taza en silencio, a tragos pequeños, aunque a cada trago que daba mayor era la sensación de querer vomitar que me entraba, hasta que después de unos seis sorbos, me tuve que levantar e ir corriendo al baño, y al agacharme en el inodoro apareció Claire que me sujetó el pelo con una mano mientras con la otra me sostenía la frente. Las arcadas no cesaban, eran insoportables, me dolía el pecho como nunca antes y me lloraban los ojos sin parar; intentaba pararlo, pero no podía; en cuanto levantaba la cabeza, otra arcada aparecía.
Después de unos veinte minutos, pudimos salir del baño, cuando conseguí pasar más de un minuto con la cabeza levantada y sin que volviesen a aparecer las ganas de vomitar. Me aclaré la boca con agua, y Claire me trajo un analgésico del botiquín de la cocina.
Desde ese momento, no me volvió a pasar nada parecido, pero es verdad que no comí nada por miedo a volver a sentir igual de nuevo. Pasé todo el día leyendo uno de los libros que tenía empezados y que me había traído para distraerme y dibujando con Mary. Todos eran dibujos navideños; la peque me pidió que le dibujase todo el tiempo “los bambis grandes”, como ella les llamaba.
No vi a ninguno de los chicos durante todo el día, se habían ido después del desayuno y no habían vuelto todavía. Solo estábamos Christine, Claire, la pequeña Mary y yo.
- ¿Dónde están todos? - pregunté completamente desconcertada, sorprendiendo a Claire y Christine, ya que no había hablado durante todo el día salvo algunas frases sueltas.
-Los chicos se van a preparar en otro sitio y los vemos luego en casa de mi madre. - me dijo Christine.
- ¿Y Bryce y Jason?
-Ellos cenan con la familia de su padre, viven en el pueblo de al lado, después vienen también. - me dijo Claire con su radiante sonrisa.