JAKE
Esa noche, cenamos temprano y convencí a Hannah para dormir con ella de nuevo, con la excusa de que descansaría mejor antes del viaje.
A pesar de tener que despertarme tan temprano, tanto mis padres como ella habían insistido en acompañarme al aeropuerto ignorando por completo todas mis negativas.
Cuando me desperté todavía no había amanecido. Muerto de sueño y con unas legañas más grandes que mis propios ojos pestañeé un par de veces consiguiendo enfocar bien; a mi lado un cuerpo diminuto dormía como un tronco. Intentando no hacer ruido ni movimientos bruscos para no despertarle, me dirigí a mi habitación para ducharme, prepararme y coger la maleta.
Más despierto y lúcido, revisé toda la habitación y repetí mentalmente todo lo que tenía que llevarme. Cuando terminé me dispuse a bajar a la cocina. Cada paso que daba me hacía pensar en cómo serían esos días sin ella, mi pecho parecía hundirse poco a poco y cada paso me costaba más. Todavía estaba a tiempo de no ir y quedarme en mi casa...
Toda la planta de abajo estaba a oscuras excepto por la tenue luz que surgía de la cocina. Allí estaban mis padres, ambos con chándales de marca de un tono beige, ambos impolutos como si no hubiesen tenido que madrugar... a veces me preguntaba si serían robots, era imposible estar perfecto siempre... eso solo lo conseguía Hannah.
Ambos hablaban susurrando mientras sostenían una taza enorme de lo que supuse que sería café. Una pequeña figura sentada en uno de los brazos del sofá llamó mi atención. Se frotaba los ojos con el dorso de su pequeña mano como si fuese un bebé cuando tiene sueño. Ese simple gesto me llenó de ternura. Verla abrigada hasta las cejas con un abrigo de pelo negro y una bufanda enorme, una trenza recién hecha que sobresalía un poco debajo de aquella enorme bufanda, sus ojitos hinchados al igual que sus mejillas... Sus ojos se cerraban para abrirse de golpe segundos después.
Todo para despedirse de mí. Era muy cabezota. No hacía falta que viniese y no sería porque yo no quisiera sino porque me parecía innecesario, prefería que descansase.
Mi presencia fue como una revelación, ya que en el momento que depararon en mi todos cogieron sus cosas y poco después uno de nuestros coches partía en dirección al aeropuerto.
Tardamos un rato en encontrar a Ben en aquel inmenso lugar. Nos acercamos a uno de los mostradores que había y esperamos nuestro turno en la cola de gente para poder tramitar nuestros pasaportes y billetes. Mis padres aprovecharon para charlar con su viejo amigo y yo me acerqué al adorable pitufo que estaba a mi lado intentando ocultar los bostezos que con frecuencia luchaban para salir.
Al cabo de un rato, embarqué... después de una despedida mucho más difícil de lo que jamás habría imaginado. Alejarme de ella me costaba más de lo que podía soportar. Intenté alargar ese momento hasta que ya no pude más. No me iba para siempre, lo sabía, pero mi cuerpo no parecía entenderlo. Me dolía estar lejos de ella... y ni siquiera sabía porqué.
El vuelo fue largo. No conseguí dormir nada, al contrario que Ben. Los ojos de Hannah y su sonrisa habían sido lo último que ví antes de subir al avión, y se me habían quedado grabados en la retina. Intenté, al menos, concentrarme en repasar los informes y anotar algunos puntos importantes que creía necesario aclarar durante el juicio. Pero me costaba. Ella seguía ahí, en mi mente, como una imagen que no quería irse.
Cuando Ben levantó la cabeza de mi hombro y dejó de babear, por fin pudimos repasar algunos puntos importantes. Necesitábamos concretar nuestras fortalezas y dejar claro en qué debíamos enfocarnos si queríamos ganar el juicio.
Cuando aterrizamos, un todoterreno negro con los cristales tintados nos esperaba a la salida. Saludamos al conductor con un apretón de manos cordial y, tras eso, colocamos con cuidado nuestras maletas en el maletero. Una vez en marcha, no dejaba de mirar por la ventana. No veía la hora de llegar al hotel. Estaba molido y solo quería descansar.
Tras media hora de trayecto, el coche se detuvo frente a un edificio completamente negro. Parecía la guarida de Batman, pero más grande y alargado. Las enormes puertas giratorias nos recibían flanqueadas por dos columnas doradas de acabados barrocos. No tenía muchas plantas; comparado con los rascacielos de mi ciudad, este apenas se acercaba. Agarré mi maleta y seguí a Ben hacia el interior de aquel majestuoso edificio.
Una vez dentro, me sorprendió que toda la estructura del edificio fuera de color negro, desde los suelos hasta los techos y las paredes altísimas, lo que le daba un toque de oscuridad a la estancia. Sin embargo, las grandes lámparas de araña doradas aportaban un aire de elegancia y luz al lugar. Había varios conjuntos de sofás dorados que rodeaban pequeñas mesas de cristal, en las que varias personas trajeadas hablaban por teléfono o trabajaban con sus ordenadores portátiles. Nos acercamos a la recepción donde un chico joven, yo diría que incluso más joven que yo, nos atendió. Mientras Ben hablaba con él y le mostraba la reserva desde su teléfono, yo aproveché para echarle otro vistazo al lugar.
No había prácticamente ruido; solo se escuchaba, fuera del edificio, el ruido de los motores de los coches que no paraban de recoger y dejar personas. No se oía una voz más alta que otra, ni siquiera podías enterarte de lo que hablaban a escasos metros de ti. Eso lo había visto en muy pocos lugares; normalmente, el silencio en una ciudad como Nueva York era imposible de conseguir. Una palmada en mi hombro me indicó que lo siguiera, así que, haciéndole caso, acompañé a Ben hasta uno de los seis ascensores que había allí.
El 'ding' que indicaba que había llegado a mi planta hizo que levantara la cabeza del teléfono y me enfocara en el camino que debía seguir. Analicé el espacio y vi un número dorado grabado en una placa del mismo color: 14.