Por ti siempre

36

JAKE

Las palabras de Bryce no paraban de repetirse en mi cabeza.

Había pasado una semana desde la cena. Una semana en la que mi cabeza no dejaba de repetirme que Hannah se merecía algo mejor que yo. Una semana entera intentando no creerlo, intentando borrar todo, pero sin poder hacerlo ni un maldito día.

A pesar de mi actitud de aquellas noches, Hannah seguía hablándome... y eso solo me hacía sentir peor. Me había resultado realmente duro ser así con ella, pero necesitaba hacerlo, necesitaba alejarme; no podía soportar estar cerca de ella mientras esos pensamientos intrusivos me hundían.

A pesar de todas mis negativas, me escribía a todas horas, incluso mientras estaba en clase. No podía entender cómo, después de haberla tratado así, no se daba por vencida, y eso era justo lo que necesitaba.

Cada mensaje suyo era como una carta de esperanza constante. Pero no podía ceder, ella necesitaba algo mejor.

Cuando llegaba a casa del bufete, venía a buscarme como si quisiera asegurarse de que estaba ahí, de que volvía. Veía el pánico en sus ojos cada vez que me iba.

No podía ni imaginar lo que debía estar pasando. Sin quererlo, le estaba haciendo daño.

Yo quería creerla. Quería aferrarme a la idea de que no era cierto todo aquello que retumbaba en mi cabeza constantemente, y de que podría dejar a un lado las inseguridades y todos los miedos. Pero había una voz constante en mi cabeza que me decía que nunca sería suficiente para ella. Que por mucho que luchara, por mucho que quisiese, ella merecía algo mejor. Alguien mejor.

Quizás por eso me dolió tanto lo que dijo Bryce. Porque ni siquiera había pensado en el tema hasta que él lo nombro. En cualquier otra cosa no le habría hecho caso al imbécil ese. Pero si se trataba de Hannah... todo se volvía personal. Todo era importante. Todo dolía. Todo me hacía dudar.

Esa semana fue un desastre. No rendí bien en el bufete. Me costaba concentrarme. Leía los mismos párrafos una y otra vez sin retener nada. Mi cabeza no estaba ahí. Estaba en Hannah. En sus preciosos ojos pidiéndome que confiara. En su voz. Y en esa duda constante de si realmente estaba haciendo lo correcto, si realmente era suficiente.

<<>>

Llegué a casa tarde, otra vez. Había alargado las horas de trabajo por cobarde, ya que sabía que si volvía pronto me encontraría con Hannah despierta, esperándome, con ganas de hablar. Y después de la última vez no podía tener una conversación igual. No soportaba mirarle y saber que estaba herida por mi culpa, por mis inseguridades.

La casa estaba en silencio. Oscura. Apagada.

Subí a mi habitación, dejé mi maletín sobre el escritorio, sin deshacer la cama, me descalcé y me tiré en el colchón con el cansancio recorriendo cada terminación de mi cuerpo; no por el trabajo, no porque el día hubiese sido largo. Era el cansancio mental, ese que no se calmaba con un café ni con una siesta rápida. Ese que no se calma con nada.

Tirado en la cama, desbloqueé mi móvil. Tenía varios mensajes de Hannah. Me tomé un momento para leerlos, uno por uno.

“No te preocupes por nada, por favor.”

“Solo quiero que estés bien.”

“Recuerda lo bien que estamos juntos.”

Había más, cada uno de una hora distinta. Esos mensajes me hacían flaquear. Eran como pequeños recordatorios de que ella no se había ido, de que seguía ahí, a pesar de todo. A pesar de que yo quería que se alejase. Sentí una punzada en el pecho. Ella estaba luchando. Como siempre lo había hecho desde el primer momento en que nos encontramos.

Y yo... yo me estaba escondiendo.

Quería verla. No sabía si podría resistirme. Ella era mi debilidad. Siempre lo había sido.

Me levanté y fui a la ducha, esperando que el agua fría me despejase la mente, o al menos me ayudase a quitarme de encima ese deseo imparable de ir a su habitación y abrazarle entre mis brazos. De dejar de pensar de una vez.

Me duché. Me puse un chándal cómodo. Me metí en la cama dejando atrás un día más todos esos pensamientos insufribles.

Estaba agotado. No recuerdo en qué momento exacto me dormí, sólo sé que, tras unas horas, me desperté de golpe.

Mi cuerpo quedó completamente paralizado.

Un grito desgarrador atravesó el silencio de la noche.

El corazón me dio un vuelco. Me incorporé de un salto. Sin pensarlo, fui corriendo a la habitación de Hannah, dispuesto a partirle la cara a cualquiera que hubiese entrado en casa.

Abrí la puerta de golpe.

Hannah estaba sentada en su cama, con los ojos abiertos y llenos de lágrimas. Su mirada estaba clavada en el arco del vestidor, fija, como si hubiese algo o alguien ahí que solo ella podía ver. Sus gritos no cesaban; tardé unos segundos en darme cuenta de que no eran gritos de dolor físico, sino de puro terror.

Registré la habitación de arriba abajo buscando al culpable de sus gritos. No había nadie. Nada.

Mis padres aparecieron en el marco de la puerta. Sus caras estaban pálidas, descompuestas.

Los gritos de Hannah se escuchaban en toda la casa.

Me acerqué a ella y le abracé con fuerza, intentando que su miedo se disipase, que supiese que estaba a salvo. Pero no reaccionaba. Al contrario, cada vez gritaba con más fuerza, mientras su cuerpo comenzaba a temblar de forma violenta, y sus uñas se clavaron en mis antebrazos.

No sabía que hacer; no me miraba, no se movía... solo gritaba y lloraba.

Nunca en mi vida había tenido tanto miedo.

Verla así y no saber qué hacer me estaba matando.

Sentía que mi corazón se me iba a salir del pecho. Las manos me empezaron a temblar. Tenía un nudo en la garganta y una presión en el pecho que me dejaba sin aire.

-Hannah, cariño, estoy aquí. - susurré, intentando sonar tranquilo y tranquilizarle, pero fue en vano. - Hannah, soy Jake, estoy aquí... Estoy aquí, mi vida.

Nada.




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