Era una noche fría llena de bichos musicales, una noche de luna distante y aura siniestra. Una noche más que Lady Leonor no lograba conciliar el sueño.
Sentada en la ventana, como todas las noches, juraba que una figura se paseaba por el jardín congelado. O, quizás, su imaginación le jugaba una mala broma. Tembló por el despiadado viento. «Despreciable», pensó enojada. Ni lo que tanto le gustaba hacer al desvelarse podía permitirse.
No quería estar allí, no quería seguir ahí. Y para el caso, no quiso nunca viajar lejos de su pomposa ciudad. Tuvo que ser una señorita caprichosa y proponérselo a Lord Brenno.
Si bien extrañaba pasar tiempo con su padre, jamás tuvo que sacrificar el sueño por él. Una tonta. Mientras él se retorcía con una amante al final de pasillo, la dulce Leonor jadeó de terror al ver la silueta bajo su ventana, el espectro la había descubierto.
Con prisa soltó las cortinas y corrió a la cama. Temblaba por el suceso y por la extraña sensación de euforia en su corazón.
Desde su llegada al castillo el sueño le huía al igual que su padre. Una desgracia lo primero y una enorme decepción lo segundo.
«Madre tenía razón».
¿Qué hacía una joven señorita en tierras salvajes como aquellas? Nada, era un absoluto desperdicio. Ninguna hora del té. Ni un avistamiento de caballeros respetables, solo hombres ariscos con miradas frías por doquier, al igual que sus tierras y castillos helados.
A Lady Leonor no le agradaba el joven señor del castillo, y estaba segura de que él pensaba igual, después de todo, esperaba cualquier oportunidad para repelerla. Desde hace dos noches sospechaba que era la misteriosa sombra en el jardín. Pero ¿por qué? ¿Qué ganaba acechando bajo su ventana?
¡Auuuu! Un largo aullido nostálgico se escuchó a lo lejos. ¡Auuuu! Se cubrió la cabeza con las sábanas gruesas.
«¡No es gracioso!»
Después de acostumbrarse al lamento del animal, se durmió anhelando la partida del día siguiente. Regresaría con su madre y jamás volvería a aquel lugar tenebroso. Lord Brenno, su padre, podía irse al demonio. Por fin aceptó la realidad: el Conde no la quería como profesaba.
Dos años después.
Una guerra civil ocasionó daños relevantes en la nación vecina, incitando a los rebeldes de los otros reinos a rebelarse contra los monarcas. Por desgracia, el rey de Neurut decidió abandonar su puesto e irse del continente. O algo parecido, los rumores al paso del tiempo se transformaban. Los acontecimientos de la guerra afectaron las familias nobles, ocasionando múltiples problemas; era peor si en dichas familias no contaban con un heredero nacido del lado correcto de la naturaleza. Un enorme eufemismo, claro está.
Lady Leonor se sentía culpable por sumar otra tragedia al título Brenno. Fue así como terminó sacrificada. Pensamientos cómo: «Quizás si hubiera acudido al llamado de mi padre, él aún seguiría con vida», nadaba en su conciencia. Sin embargo, se juró ser fiel a su palabra. Y de todos modos, Lord Brenno debía llamar a sus amantes, ¿por qué acudía a su familia en el lecho de muerte cuando las abandonó a su suerte hace dos años?
—¿Mamá? —La mujer no le daba cabida a ociosa opinión.
—Tranquila, Leonor, estoy segura que este caballero te gustará. Es todo lo que necesitamos. Alto, con presencia, un hombre debe hacerse sentir con una mirada, escucha mi sabiduría, hija, no cometas el mismo error de tu tonta madre. —Ella siguió—: Es rico, apuesto y además...
Leonor entendía que, de todas las virtudes vistas por su madre, el que sea rico se llevaba el puesto número uno.
La dejó hablando sola en la biblioteca.
Sin importar quién fuera, debía depender de un hombre con estatus y estabilidad. Un caballero que la defendiera de la guerra que se avecina, y en el proceso bridar honor al título manchado Brenno.
Por cierto, ¿qué hombre se encuentra primero con la madre de su esposa que con la implicada principal? Leonor tenía el derecho de verlo en persona y no a través de la necesidad de su madre.
Desde el día anterior que fue invitada a encontrarse con Rudof Undeeh no dejaba de hablar de sus virtudes.
—Leonor, ¿adónde te diriges? —El ama de llaves le cortó el camino—. Tu esposo…
—Sí, Liry, mi madre ya me dio los detalles.
La rodeó.
—¿En serio?
Asintió y siguió de largo.
—Pero ¡Mi señora!
—Después hablamos, Liry.
—No, mi señora, es que su esposo ha llegado y la está esperando en el salón del té.
Oh, maravilloso. Ya no había tiempo de salir al jardín. Le dio las gracias a la señora encaminándose a su destino.
Leonor con su atractivo podría ser el centro de atención de hombres aceptables, por desgracia, ninguno quería la carga que venía con la novia. Una enorme deuda herencia de su hermano mayor, hermano que murió un mes después de heredar el título: Conde de Brenno. Desgracia tras desgracia.
«Nos dicen los amantes malditos», recordó.
Padre e hijo muerto en las mismas circunstancias: fornicando. Y anteriormente, la tía Dinnia, hermana de su padre. ¿Quién querría casarse con esta familia maldita? Un valiente sin duda.