Capítulo 3

Después de dormir bajo un cielo estrellado y hacer muchas cosas por primera vez en los últimos dos días, se sentía libre. Podía decidir si cabalgar o viajar en carro, aunque debía compartir el caballo con Rudof él no parecía molestarle. Podía seguir vistiendo como la dama que esperaba que fuera o elegir la comodidad del cuero y un par de botas que la protegieran del camino. Lo dudó un par de veces, sin embargo, al notar el cambio de temperatura, comprendió que los lugareños femeninos optaran por la comodidad. ¿Quién era ella para ir en contra de los azotes invernales?

Al tercer día, al parar cerca de una arboleda desprendida de hojas, el sir decidió que era buen lugar, pues los robustos árboles impedían los vientos de las montañas.

Rudof paró el caballo en un cruce mientras los demás se adelantaban siguiendo órdenes. Leonor, que iba con él, reconoció el camino al instante. Imposible de olvidar una entrada como aquella: dos enormes montañas dejaban un camino apenas transitable para cuatro caballos juntos. Había cantidades de piedras de color negro y gris adornando el sendero. Árboles sobresaliendo de ambas montañas que creaba un túnel natural. Era hermoso ante la última luz del día.

Un momento... ¿Por qué los demás siguieron de largo si la entrada al castillo se encontraba aquí?

Miró detrás de ella al guerrero. Se había quedado mirando la entrada con nostalgia. Olvidando su presencia por completo. Leonor, al sentir bajo sus manos la tensión de los brazos masculinos, frunció el ceño. Rudof le ordenó sostenerlo de esa manera para aprender a guiar al animal, si aprendía a mover las riendas lo demás sería pan comido.

—¿Qué sucede? —se atrevió hablar después de un largo rato.

Él parecía centrado con la mandíbula apretada. Rudof no reaccionó ante la pregunta.

Leonor acarició tiernamente la piel que mostraba sus mangas dobladas, tratando de llamar su atención. El guerrero por fin reaccionó alentando el caballo hasta la caravana. La ayudó a bajar y se fue a recolectar madera.

Lo miró alejarse junto a los demás sin entender su reacción. Además, no le permitió preguntar a donde se dirigen.

—Se pone sensible cuando pasamos por estos lares, mi señora —dijo Sila. La hizo saltar un poco por la sorpresa, salió de la nada. La chica no se perdía ningún cambio a su alrededor—. Perdón por espantarla, es que se veía decaída.

Sali corrió al ver a su hermana hablándole. Leonor la veía venir a toda prisa por detrás de Sila.

—¡Bruta, no le digas eso! —Le jaló una oreja—. Está mal hablarle de cosas que no nos incumbe, tonta. Ven aquí y ayúdame. —Empujó la cabeza de su gemela obligándola hacer una reverencia—. Perdone a mi hermana, mi señora, ella se cayó de chiquita y algo se aflojó en su cabeza. Mire. —Agarró la cabeza de Sila y la meneó—. Si acerca la oreja puede oír, está hueca.

—¡Suéltame, hermana!

—¡Que no! Te vienes conmigo.

—Pero la señora y el llorón...

Un fuerte golpe con el nudillo la hizo chillar.

—¡Ay, ay, ay! —Se sobó—. ¡Hasta aquí viviste espejo maligno!

—Soy tu gemela, no tu reflejo, ¡tonta!

Las dos corrieron por el improvisado campamento.

—¡Niñas! ¡Niñas! —gritaron sus esposos.

Leonor veía la escena sin moverse del lugar. Sonrió cuando ambas fueron levantadas e inmovilizadas por los gigantes gemelos rubios. Con un suspiro de agotamiento fue ayudar a extender los improvisados lechos junto a la futura fogata. Luego se acercó a las gemelas que, ya calmadas, preparaban una olla de sopa. Quiso encender el fuego, ya que quería demostrar que podía hacerlo. Práctico un montón con su hermano en la cabaña del sur, allí se recreó al aire libre con él. Le enseñó a ser útil, también la mejor manera de soportar el frío. Aunque, esto último no lo había puesto en práctica por distintas razones. ¿Su esposo la abrazaría si se lo pidiera?

Pensativa, golpeó el eslabón contra el pedernal creando suficientes chispas que avivaron la paja seca.

—Vaya, si decías la verdad —se sorprendió Non—. Es una habilidad útil, ¿no creé?

Asintió maravillada. Valió la pena aplastarse los dedos un par de veces.