Por ti y tu dulzura

Capítulo 7

El simple hecho de compartir el aire del Duque Sorg era fatídico.

Sabía lo que ocurriría al faltarle el respeto de esa manera innecesaria; al menos para el Duque lo era. Para Rudof significaba salvar su propia vida de la miseria.

—Sir Undeeh —saboreó su nombre—. Mi lady Derry, hija del Condado Brenno. —Ambos lo reverenciaron—. Tengo una información un tanto... —Le dio un trago a su vino desde lo alto del trono—. Errónea, General.

Rudof se arrodilló. Lo que venía a continuación debía afrontarlo con sumisión y respeto.

—Mi señor.

—Padre —El tercer hijo bajo los escalones hasta donde Leonor permanecía—, me la ha traído sana, aunque vestida como un muchacho, aquí está. —La rodeó recorriéndola con una mirada lascivia—. Firmaré lo necesario, padre, tomaré lo que ofreces.

—¡Espera! —El segundo hijo habló—. Padre, mi hermano tiene una prometida y amantes. Como el segundo heredero debería dejarme desflorarla y hacer de la joven una mujer digna antes de entregarla a Litos, es el único que falta por comprometerse.

Litos, indignado por las palabras de su hermano mayor, se planteó delante de su padre.

—Yo deseo mostrarle los placeres bajo las sábanas, después la compartiré como buen hermano e hijo.

Las dos hijas menores del duque arrugaron la cara.

—Son desagradable —murmuró una.

—Qué aberración —concordó la otra.

Una tercera hija bajó hasta Rudof.

—No me importa quién se quede con la mujer. —La mayor de tres hijas caminó con galantería frente a ellos—. Padre, me prometiste que podía tener un amante después de un año de luto por el príncipe, que en paz descanse su majestuoso espíritu. —Juntó las manos en una oración—. He cumplido, soy viuda, lo quiero a él.

Señaló al general.

Leonor veía la escena desarrollándose a toda prisa sin creer lo que escuchaba. «¿Qué clase de nobles eran aquellos?»

—¡Basta! —rugió el Duque—. Regresen a su lugar o los sacaré de aquí.

El tercer hijo abrazó el pequeño cuerpo de Leonor.

—Se siente bien —dijo sonriendo, después regresó rápidamente al lado de su padre.

Leonor no reaccionó al acercamiento.

Siguiendo el ejemplo de su hermano, la viuda lo obligó a ponerse en pie y, abrazádandolo, le plantó un beso en la garganta con descaro. Leonor esta vez se movió por mero instinto. No supo qué estaba haciendo, hasta que se vio colándose entre el cuerpo de la mujer y el de su esposo.

—Con el debido respeto, su majestad: él es mío. —Pegó la espalda al pecho fornido.

La viuda dio un paso atrás elevando las cejas. «Qué muchacha tan insolente», pensó ofendida.

Antes de que Rudof pudiera pensar en lo que estaba pasando, y lo que no debía hacer para dejarles saber lo que significaba Leonor para él, la envolvió entre sus brazos.

—¡No ensucies la mercancía! —gritó uno de los cuatro hijos, los otros se rieron.

—¡Ya basta! —Se levantó su majestad—. Dime, Sir, ¿es cierto lo de la petición real?

Rudof temía por la seguridad de Leonor. Temía lo que pudiera hacerle por su culpa. Así que, poniendo detrás a su esposa, respondió:

—Es verdad, su excelencia, lady Derry es mi esposa por la bendición del rey. Ella me pertenece, es una Undeeh, y mis costumbres me impiden compartir lo que es mío.

Leonor salió detrás de Rudof confrontando a la viuda nuevamente.

—Su majestad, princesa. —Se inclinó con respeto—. Mi esposo es Rudof Undeeh, así lo quiso Dios y mi padre que en paz descanse —mintió—. Le serviré a mi esposo y al señor que decida seguir.

El Duque bajó.

—Lo considero una traición, y como tal, deberán recibir el castigo. ¡Diez latigazos a cada uno! Es un pequeño precio que pagar, ¿no lo creé, general?

Rudof sudó frío.

—Lo reclamo. Lo recibiré por los dos, me hago responsable por la ofensa de mi señora.

Lo miró aburrido.

—Que digno. Como quieras. —Señaló a su mano que permanecía con una enorme sonrisa sádica de satisfacción—. Preparen lo necesario, mañana se llevará a cabo la enseñanza.

Este dio un paso al frente y realizó una leve reverencia. Con jactancia la mano canturreó:

—¡Oh, sí, mi príncipe!

—Ya, se pueden retirar. Fuera de mi vista. —Los despidió a todos con un movimiento de manos despectivo.

~

Rudof asintió. Agarró por el codo a su esposa, con brusquedad, sacándola de la pérfida vista de los Sorg.

«Maldición, malditos, maldita seas».

Los Sorg aún no debían enterarse de su debilidad, y mucho menos que dicha debilidad fuera una inofensiva dama. No, no debían. Por ello, sujetándola de mala gana, la arrastró a media ante sus ojos. Al notar cómo la camada de hienas salía detrás de él y lo seguían hasta su carruaje, supo que debía sumarle algo más. La hermosura que Leonor escondía en su encantador ser podría ser descubierto. Con un movimiento de cabeza unos de sus hombres le cedió un caballo.

Rudof tomó a su esposa por la cintura y la subió a la montura de Non. No debía subirla consigo. Se acomodó en su propia silla de montar y gritó la orden. De inmediato, la docena que lo acompañaba avanzó rumbo al norte. Donde el campamento y su gente lo esperaba. Esa zona era casi completamente desértica, por la excepción del estrecho río que se perdía bajo tierra justo en el centro del campamento, una fuente de vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.