No estaba ansiosa por el baño. Para nada.
La ancha espalda desnuda... Sí, desnuda. Rudof se desprendió de la ropa superior sin pudor alguno. Sin tener una pizca de misericordia con la mujer que permanecía mirándolo desde el lecho. Él era un foco maravilloso de músculos. Se mordió el labio con fuerza al verlo levantar el enorme barril. Lo depositó en el centro de la tienda justo cuando regresó la alta mujer con otras cinco robustas mujeres. Llenaron la cosa redonda con agua caliente, hicieron una pequeña reverencia y corrieron a la salida entre carraspeos exagerados.
—No tienen remedio, incluso le quitaron el trabajo a sus maridos para venir hasta aquí.
—¿Ellas?
—Los hombres se encargan de cargar el agua, es lo mínimo que podemos hacer cuando estamos en el campamento. —Con las manos en la cintura, negó con la cabeza—. Las tienes intrigadas a tal nivel. Impresionante. En años no he visto este derroche de atención hacia su señor.
Una vocesita llegó desde el otro lado de la carpa:
—¿Mi señor?
Rudof soltó una carcajada.
—Déjame adivinar, ¿tu madre te ha dado una importante misión, mi pequeña escudera?
—¡Su jabón, señor!
—Tráelo aquí.
Una maraña de pelo negro se asomó. Con timidez se acercó hasta Rudof y le ofreció la barra. Este negó y señaló a su mujer.
—Anda, dáselo, pequeña.
La niña se acercó lentamente, sus pasitos midiendo la reacción de la nueva señorita. Leonor estiró el brazo y la chiquilla se tomó su tiempo en entregar la barra. No se retiró.
—¿Puedo besar su mano, señorita?
—Aún eres joven, Fiona, no puedes ofrecerle tus servicios. —Rudof la sostuvo en brazos—. Tu madre y hermano aún necesitan tu destreza, pequeña, ¿le privará de tu ayuda?
La niña lo pensó, después se llevó un dedo a la boca y meneó la cabeza.
—Muy bien, mañana te prometo que mi señora hablará con tu madre y te asignará una misión. ¿Bien?
Asintió con una sonrisa de dientes incompleta.
La bajó y la condujo afuera. Con una palmadita la joven salió disparada entre brincos y cánticos tarareados.
—Ni un día. Ni un día completo llevas aquí y ya mis futuros guerreros desean servirte... —dijo pensativo tocando el agua, comprobando la temperatura—. ¿Debo sentirme orgulloso o celoso? Es difícil elegir cuándo el deber y la mujer que amo están en balanza. Ven, querida, el agua debe durar lo suficiente caliente para un baño.
«Querida...»
Leonor se sintió flotar hasta él. Rudof llevaba una expresión férrea mientras la ayudaba a desvestirse, una concentración admirable, como si necesitara la máxima atención para terminar el trabajo entre manos.
Le tocó el rostro con los dedos y... ¡Adiós al trabajo! Al hombre se le aflojó todo el cuerpo ante aquel simple toque.
—N-necesitas descaso, un baño caliente te ayudará con, con los músculos y...
Leonor lo apartó y terminó de desprenderse de la ropa.
—He recibido suficientes baños por tus manos, señor Undeeh, como vuestra esposa es mi deber regresar cada esfuerzo que ha hecho por mí desde que nos conocimos —Dio un paso a él, Rudof se tensó en el lugar—, permítame, mi señor.
Se deleitó en el repaso que le hizo. Una vez su atención regresó a sus ojos, él dijo hipnotizado:
—Como desees.
Cientos de noches recriminándose el hecho de que aquel montañés sumamente imparable en apariencia supiera lo suave, blanda y débil que era su piel, mientras Leonor se había quedado con las ganas de trazar aquellos fuertes brazos, aquellos hombros anchos, aquella piel caliente que pudo percibir a través de su toque. Cientos de noches anhelando haber tenido miles de oportunidades de entregarse a aquel rudo y atento montañés. Miles de pensamientos contradictorio sobre si lo que vivió fue real en aquel castillo helado, el cual odió desde el primer día, y el cual quería terriblemente regresar, para estar bajo aquel brazo sobre su cintura, su aliento lento y constante en su nuca.
No le importaba que anteriormente hubiera sido una pesadilla, pues el monstruo en que se transformó su padre la lanzó directamente a la dulce atención del huraño señor.
Rudof la cargó por la cintura metiéndole a la simulada bañera, detrás entró él sentándola dentro de las piernas. El calor del agua le lamió la piel y sintió como poco a poco sus nalgas dejaban de doler y al hundirse los hombros gritaron de gratitud. Una mano la atrojo hacia atrás hasta el pecho de su marido. Unos labios fríos sobre su hombro.
—¿Te gusta?
—Mucho, querido... — gimió dándole total acceso a su cuello.
Él se rio.
—Me refiero al agua.
—Oye —se quejó y se recargó sobre su pecho.
Casi que el vapor y lo gustoso que se sentía estar así contra él la hizo dejar de lado lo que realmente quería saciar. Se salió de entre sus piernas dobladas y lo hizo inclinarse adelante sentándose en la madera detrás de él.
—Te enfriaras si permaneces sentada fuera del agua.
—No, quédate quieto, debo hacer algo importante y que no puede esperar.
—Leonor, vuelve aquí y déjame sobarte los hombros, mirad —Le levantó el brazo donde tenía las marcas de sus dedos ya por completo borrados. Le beso la piel de la zona—. Déjame resarcir mis pecados, ¿no puedes hacerlo en otro momento? Prometo dejarte... ¡Ay!
Lo mordió. Justo en el músculo que unia el brazo con su cuello.
—Pequeña... ¿Hum? ¿Qué...? Leonor, por nuestro Dios no sigas tocándome o... O...
Oh, sí. Era como recordaba. No, no igual, mejor. Desde su posición privilegiada, el sir era mucho más que altura. Podría pasar días allí detrás disfrutando de la tersa piel...