Por ti y tu dulzura

Capítulo 11

«Ya lo sé, ella siente lo mismo por mí. Y es razón suficiente para controlarme un poco más, por Leornor. Debo mantener a mi familia a salvo».

Rudof pensó en esos días de soledad, en la matanza en el campo de guerra, en la muerte de su familia, en aquella ocasión cuando casi la pierde y cuando la perdió. Invocó los peores recuerdos para calmar el deseo abrumador. Entonces fue cuando se permitió atraerla devuelta a su pecho.

—Relájate, amor mío, soy inofensivo —dijo con calma—. Hoy no haremos nada que no incluya el descanso.

Ahora fue Leonor la que se volvió. «¿¡Cómo que nada!?», quiso gritar Leonor.

Rudof aprovechó el momento para sumergir el cuerpo y colocarla sobre sí, de modo que quedaba con la cabeza reposada a la madera de la enorme vasija. Sus pechos quedando aplastados sobre el de él. Se miraron fijamente, Rudof acariciando la esbelta espalda.

—La... las reglas —Leonor se relamió el labio inferior—, dicta que debes tomarme como esposa.

—Y lo he hecho —Su toque subía y ella cada vez se acercaba un poquito más a su boca—, ahora eres mi esposa, mi señora, Leonor Undeeh.

Quizás ella esté un nivel superior a su excitación. El corazón le iba a un ritmo alarmante al lado del suyo. Probablemente por el duro entrenamiento exhaustivo que llevó durante toda su vida podía mantener un tranquilo palpito. O eso creía.

—No, sir Undeeh, en un matrimonio debes reclamar el derecho en el lecho o no se considera una unión real.

Por supuesto que lo sabía, pasara lo que pasara a partir de mañana, debía convertirla en mujer, en su mujer.

—Alguien te ha...

—No, nadie, fuiste el único que llegó a... Conocer mi desnudez pero...

Con la excepción de un caballero que le robó un beso en la oscuridad del carruaje mientras alguien afuera retenía a su hermano.

—¿Qué sucede? —preguntó preocupado, sentándose—. No importa lo que hiciste antes, ahora estás aquí, y eres mi esposa.

—Fui a una reunión en la capital con mi hermano hace un año, él estaba insistente, ya que, quería que conociera a unos de sus amigos. —¿La verdad? La vendería por el mayor precio, pero no enojaría a su esposo—. Después de recorrer el salón tropecé y él se enojó. Estábamos por partir a casa en el carruaje cuándo...

«... tomé por el cuello del chaleco a tu hermano y ocupé su lugar. Y te besé mientras Non sujetaba a un enojado heredero», recordó sabedor.

—¿Y? —Rudof quería oír su versión.

—No te enojes.

—Oh, ¿por qué lo haría? Eras libre.

«No en mi corazón». Leonor posó la mejilla en su torso antes de continuar.

—Ese hombre me sentó sobre sus piernas y me... Me quería absorber el alma, estoy segura, le dije a mi hermano que fue el mismo diablo quien lo hizo. Quizás si el demonio que aguardaba afuera no lo hubiera llamado, ahora fuera la esposa del señor oscuro.

La risotada que soltó Rudof la dejó desconcertada por un segundo, después lo acompañó al entender lo absurdo que se escuchó en vos alta.

—Por casualidad ese diablo te besó aquí —indagó con un dedo en la clavícula, ella asintió—. Después, ¿aquí también? —Tocó su nariz. Leonor dio otra cabezada con la confusión escrita—. Para después agarrarte así —siguió él introduciendo los dedos bajo su cabello para sostenerla por el cuero cabelludo y la acercó—, y, quizás, ¿te besó así?

Movió los labios sobre los de ella en lento reconocimiento, recordando esa noche que quiso llevársela, dónde se volvió inútil el cerebro y Non tuvo que arrastrarlo antes que hiciera una locura. En comparación de esa noche, Leonor le dio acceso de buena gana dentro de su boca. Danzó junto a él en una unión que lo hizo gemir y los esfuerzos anteriores se hicieron papilla. La alejó antes de que se esfume la caballerosidad.

—El mal nacido te besó así y te dijo... —Jadeaba como un mendigo. Le susurró al oído—: Te extraño.

—Eras... —Aquellas palabras se quedaron grabadas. Fueron dichas con dolor. La compresión de la añoranza le hizo desearle buena suerte en su búsqueda a aquel ser maligno, pues estaba segura de que se había equivocado de carruaje—. ¡Eras tú! —gritó y le dio una palmada en el pecho—. Serás desgraciado.

—¿Ves? Hay preguntas que debes hacerme, Leonor. —Dejó un sonoro beso en la frente y la cargó—. Hora de ir a la cama.




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