Por todas las canciones que No eran para mí

S E I S

—¿Tocas la guitarra?

Me preguntó Ezra aquella tarde en mi casa, una semana después de haberlo visto en el salón de música de la preparatoria.

Acomodé sobre mis piernas la guitarra que acaba de sacar del armario de mi habitación. Lo hice de una manera tan torpe y poco profesional que Ezra tuvo que obligarse a reprimir una carcajada.

—No. Pero me gustaría aprender —respondí esbozando un teatral suspiro—. Si tan solo hubiera alguien que estuviera dispuesto a enseñarme.

Ezra comenzó a jugar con sus manos, y con pasos tímidos se fue acercando hasta mi cama, antes de tomar asiento junto a mí.

—¡Joder! —exclamó contemplando el instrumento entre mis manos—. Es una Gibson original, Liz —pronunció con completa admiración.

«Sí. Créeme que el vendedor me lo dejó bastante claro mientras arrancaba los billetes de mis manos»

Me vi tentada a repetir con ironía lo que se pasaba por mi mente, pero en cambio fingí una expresión de entera sorpresa antes de preguntarle:

—¿Tú conoces de guitarras?

Ezra inmediatamente se puso colorado y esquivó mi mirada.

Dios. Se me hacía tan tierno y a la vez tan sensual, que me entraban unas ganas enormes de abalanzarme sobre él y besarlo hasta quedarme sin aire.

Pero me contuve y esperé por su confesión:

—Bueno, la verdad... —comenzó a decir pasando su mano con insistencia por su cabello—, es que suelo... Yo suelo tocar a veces.

—¿En serio? —procuré parecer desentendida. Aunque por dentro estaba gritando de la emoción—. ¿Entonces tu podrías enseñarme?

Sus ojos se abrieron como en una caricatura.

—No, no —negó con las manos y la cabeza a la vez—. Verás, en realidad no es que yo sea muy bueno. Soy bastante malo, la verdad.

¿Estaba de broma?

Si es que bueno se quedaba corto. Ezra era fenomenal. Tocaba y cantaba de una forma tan maravillosa y profunda que era capaz de enamorar al instante.

O al menos de enamorarme a mí.

—No creo que lo seas —diferí, con una mirada juguetona para relajarlo.

—Créeme, lo soy —agachó la cabeza.

¿Como era posible que no creyera para nada en su propio talento?

—¿Y quién lo dice? —le pregunté entonces, pero él se quedó mirando al vacío, y al ver que no me respondía, agregué—: A ver, muéstrame —le pedí extendiéndole la guitarra.

Y el mero hecho de que se la acercara lo hizo entrar en pánico. Se puso de pie y me dio la espalda. Estaba tenso.

—No, yo... No puedo.

Tuve que apretar los labios para no reír. Era tan dulce, tan opuesto a todo lo que sé decía de mí, que simplemente me encantaba.

—Bueno, si no me quieres enseñar —pronuncié encogiéndome de hombros—, tendré que pedírselo a Nick, tengo entendido que toca bastante bien.

Ezra se dio media vuelta al escucharme, como si mis palabras hubieran tirado de él.

—¿Sabes qué? —pronunció esta vez en un tono lleno de firmeza—. Yo... Yo puedo. Te enseñaré.

La sensación de victoria me hizo sonreír de manera amplia y radiante.

Mi plan había funcionado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.