Por todas las canciones que No eran para mí

Q U I N C E

Aquella noche era Noche Buena.

«Para mí es solo otra noche de mierda más.»

Me reí ironía pensando en eso mientras bajaba las escaleras para cenar.

Porque eso era lo que creía hasta que llegué al comedor, deteniendo mis pasos cuando lo vi ahí, con esa camisa a cuadros azul que le quedaba demasiado bien, con algunos mechones de cabello ondulado cayéndole por frente, con esa sonrisa tímida que se le comenzaba a formar a medida que sus ojos negros se fijaban en mis piernas descubiertas, subiendo poco a poco hasta el escote de mis pechos y deteniéndose finalmente en mis ojos, que lo esperaban con las cejas arqueadas en cuestionamiento por un descaro que era impropio de él.

Entonces, sus mejillas se bañaron con ese rojo que tanto había aprendido a adorar.

Porque sí, ese era Ezra, sentado en mi mesa junto a su madre.

Y sin embargo yo, aunque lo estuviera viendo con mis propios ojos, simplemente no me lo podía creer.

«¿Qué está haciendo ahí?»

—Los he invitado yo —me susurro Adam al oído, respondiendo a mi pregunta, antes de pasar por mi lado para tomar asiento junto a mi madre.

—Lizzy, ¿no piensas saludar a nuestros invitados? —inquirió papá para que espabilara.  

Ya todos estaban en sus sillas menos yo.

—Eh, sí —emití, intentando controlar el bombeo enloquecido de mi sangre—. Hola, buenas noches —le sonríe con cortesía a su madre—. Gracias por acompañarnos hoy. Están en su casa.

Ella me devolvió el saludo con una sonrisa, agradeciéndole a mi hermano por haberlos invitado y elogiando mi vestido negro de tipo coctel.

Ya nos habíamos conocido antes, pero esa noche, durante la cena, me pareció una señora tan dulce como su hijo. Se notaba a leguas que era una madre excepcional.

«¿Sería también una buena suegra?»  

Alejé esos pensamientos y decidí centrarme en la comida. Lo que me estaba costando una vida tomando en cuenta que estaba sentada junto a él, y que sentía sus ojos siguiendo cada uno de mis movimientos. ¿Qué ganaba torturándome así?

—Lizzy… —me llamó en un susurro bajito, aprovechando que los adultos hablaban entre ellos de qué sé yo. Yo lo ignoré como si no lo hubiera escuchado, pero entonces él se acercó a mi oído para finalmente darle respuesta a una pregunta que ya creía olvidada—: Quizá ya sea tarde, lo sé, pero necesito que sepas que sí me gustas, me gustas mucho.

Me giré de manera tan violenta que nuestras narices por poco se rozaron.

—¿Cómo dices? —le pregunté en el mismo tono moderado, pero sin poder ocultar la emoción que una simple frase había ocasionado dentro de mi sistema.

Ezra en ese momento me sonrió con una sensualidad que por primera vez se atrevía a mostrarme.         

—Digo que me tienes loco desde el primer momento en que te vi, Elizabeth Taylor. Y que soy un idiota por no haberte pedido antes que salieras conmigo.

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Fin del Maratón 5/5

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