Por tu sonrisa

Prólogo

El sol me impedía ver el cielo. En cierta parte siempre me gustó más la lluvia, porque aquel círculo rojo que solo desprendía calor me hacía sudar y entrecerrar los ojos para poder distinguir al menos las figuras que tenía delante.

— No tengas esa cara, Sol.

Era irónico mi nombre, algo que yo odiaba me perseguiría de por vida. Era la forma de identificarme, la que había elegido mi querida madre hace exactamente diecinueve años.

— Sonríe Sol, nunca sabes quién se puede enamorar de tu sonrisa.

Mi madre siempre era positiva, tan llena de vida a pesar de estar haciendo una excursión por la montaña a pleno sol. Ni siquiera le molestó que ya se nos hubiese acabado el agua, mejor dicho que yo hubiese acabado el agua para refrescarme la cara, el pelo y todo mi cuerpo en general. Me estaba muriendo de calor y me daba asco a mí misma, pero mi madre amaba estos días familiares.

Celebrábamos mi cumpleaños. El 22 de agosto. Como no mi nombre va muy acorde con la fecha. Siempre hace sol el día de Sol. Esa frase la repite mi hermano cada año para despertarme.

La pareja de mi madre, ella misma, mi hermano y yo, estábamos subiendo la pequeña montaña para llegar al claro que un día encontró Alex, o sea mi hermano.

Después de cuatro horas de risas, de comida, de bromas por parte de Alex y de alguna colleja de mi madre la cual me llevé yo, bajamos de nuevo la montaña. Y justo en esos momentos es cuando adoro un poquito el día de mi cumpleaños.

Cogimos el coche de mi hermano, ya que como se lo había comprado hacía solo un mes se empeñó en llevarnos él. Esta vez iba mi madre delante a su lado, yo me había pedido ese puesto a la ida, pero ahora mi madre fue más veloz y Enrique, su pareja, nunca se quejaba mientras que viese a mi madre sonreír.

— Sol, ¿qué tal te lo has pasado? — me preguntó Enrique en tono jovial.

— Maravillosamente, como todos los años — respondí con un amago de sonrisa - pero...

— Un año podríamos ir a la playa — contestaron mi hermano y mi madre a la vez terminando la frase que decía cada trecientos sesenta y cinco días.

Los tres se echaron a reír como hacían siempre y yo hice un mohín con la boca. Mi madre que fue la primera que dejó su ataque de risa me empezó a decir:

— Sonríe Sol, nunca...

Pero su frase se quedó en el aire porque mi hermano dio un volantazo en cuanto paró de reírse. Vi las luces de un camión casi a nuestro lado y después... Pues después no vi nada.

Todo era negro. El sol se apagó.




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