Entraba algo de luz por la ventana y eso fue lo que me despertó. No hacía el sol del día anterior, pero tampoco parecía que fuese a hacer frío. Apagué la alarma un minuto antes de que sonase y cogí mi toalla para meterme a la ducha.
Mientras me caía el agua caliente recordé como si estuviese ocurriendo en este preciso instante, todo lo que pasó ni doce horas atrás. La cara de Alex al verme quieta en la puerta, la velocidad con la que colgó su móvil sin siquiera despedirse, vi reflejado en sus ojos un rastro de ternura o incluso arrepentimiento, pero en seguida volvió a ser él. De hecho antes de girar su silla e irse lo único que dijo fue:
— No sabía que estabas ahí.
No sé si estaba llorando, el agua cubría mi cuerpo y en cierta parte ayudaba a que mis pensamientos negativos se fueran también por el desagüe. Cuando salí me sequé el pelo con una calma impresionante. La calma que precede a la tempestad, me dije a mí misma, pero aún así seguí en un estado medio relajado.
Desde la muerte de mi madre había tenido día terribles, días buenos, días tranquilos e incluso días medianamente felices, pero los días malos, eran muy malos y estaba aprendiendo a intentar tener pocos de esos. Ya había pasado un año, quizás debería de tenerlo más superado, o quizás menos, era algo que me preguntaba a mí misma muy a menudo, pero nunca he obtenido una respuesta.
Cuando miré el reloj era tarde, muy tarde. Corrí al armario con el pelo sin terminar de secar y me puse los primeros pantalones cortos que encontré y una camiseta básica de tirantes, no tenía tiempo ni para pensar si combinaba. Por suerte la bandolera estaba sin tocar del día anterior y no tenía que pensar qué meter. Salí de casa cogiendo las llaves y el móvil corriendo por las escaleras.
Cuando quise llegar a la parada me di cuenta de que estaba empezando a chispear. Al menos era precavida y siempre llevaba una sudadera en la mochila. Me la puse y me sentí un poco ridícula por estar en pantalones cortos y sudadera, pero no me daba tiempo a cambiarme.
El autobús no llegaba y cada vez llovía más y más. Estaba ya prácticamente mojada de arriba a abajo y claramente ya llegaba tarde. Para cuando vi el bus a lo lejos ya solo quedaban dos minutos para que empezara la clase y el día anterior tardé al menos quince en llegar.
Suspiré. Creo que un poco demasiado alto porque me llevé miradas de varias personas que se quedaron horrorizadas con mi vestuario o con mi pelo, no lo llego a saber. Pero es que mi yo misma debería de ser un poema, el pelo debería de estar empapado y revuelto casi negro, mi cara más pálida de lo normal por el frío y mi ropa pasada por agua.
Tenía pinta de ser un buen día, sí.
Cuando llegue a la facultad eran más de las nueve y cuarto, por lo que busqué la cafetería para al menos tomarme un café caliente y a ver si me secaba un poco en el interior. Pedí amablemente un café con leche bien caliente y una napolitana de chocolate. Al menos así iba a desayunar.
— ¿El segundo día y ya llegando tarde?
Me sobresalté con la voz profunda a mi espalda. En seguida le vi sentarse a mi lado con otro café, pero él completamente seco.
— Podría decir lo mismo de ti — contesté de mala gana, porque no tenía intención de que me amargase más el día — ¿Acabas de llegar?
— Sí, ¿por? — preguntó Rober un poco absorto en algún punto de mi cara, cuando le iba a contestar me interrumpió volviendo a hablar — La lluvia te sienta bien.
No pude evitar reírme irónicamente de su comentario. Cómo me iba a sentar bien la lluvia, no tenía ningún sentido, solo lo decía por cumplir.
— A nadie le sienta bien estar mojado — se le iluminó la cara y entendí que él había pensado en el doble sentido que eso podía tener y me puse un poco roja — Me has entendido.
— A ti te sienta bien, créeme — respondió él tajante y cada vez más sonriente.
Tenía una sonrisa que incitaba a jugar. Era la típica sonrisa de chiquillo revoltoso, era una sonrisa que te podía prometer disfrutar con él. Negué con la cabeza para quitarme esos pensamientos y también para indicarle que no le creía.
Pero Rober me cogió la cara con una mano y me obligó a mirarle directamente a los ojos. Tragué un poco de saliva extraña por su contacto, pero le aguanté la mirada congelando la cara para que no se notase que estaba cuanto menos expectante.
— El agua ha hecho que tu pelo esté revuelto, casi como recién levantada, tus largas pestañas tienen pequeñas gotitas que las unen como si fuese el primer rocío de la mañana — giró levemente la cara y me examinó de nuevo — tus ojos verdes son todo un escándalo junto con tus pecas nada ocultas con maquillaje y desde luego tus labios destacan también algo más rosas, pero aún sin todo su color — susurró un poco más cerca de mí.