Por tu sonrisa

Novena sonrisa

Si las miradas matasen no sé quién en toda la abarrotada sala estaría más muerto. La mirada de furia que me echó Erik pasó a una mirada de asco a mi acompañante, seguida de otra de decepción a Lucía. La forma en la que volvió a atravesar la puerta que daba al silencioso pasillo indicaba que todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión. La puerta probablemente habría hecho un ruido sordo de no ser por la música a todo volumen que sonaba aquí. 

— ¿Te ha dicho algo? — pregunté a Lucía nada más volver a mi puesto de trabajo sin siquiera decir nada a Rober.

— ¿Quieres decir con la boca?

Touché. Esa mirada que nos había echado hablaba sola, no hacían falta palabras. 

El resto de la noche transcurrió con normalidad. Mi compañero de clase se pasaba de vez en cuando a por una copa o simplemente a hacerse notar, en cambio Aarón, su amigo, era otro cantar ya que le había dicho abiertamente a la novia de mi hermano que quería pasar una noche con ella y le daban igual las consecuencias. La rubia, elegantemente le mandó a la mierda y le cobró algunos euros de más en cada cosa que pedía. No la iba a culpar, se merecía una propina por aguantarle.

Salí del baño cambiada antes que Lucía, con tan buena suerte que me encontré a Erik en la salida colgando una llamada que parecía que le había puesto de más mal humor, si es que eso era posible. Empezaba a pensar que ese hombre tenía más mala hostia que agua en el cuerpo.

— ¿Has ganado propinas? — me preguntó sin mirarme.

— Algunas, sí — contesté con un ligero temblor en la voz.

El frío cada vez era más evidente y a estas horas de la noche a pesar de no estar en invierno se formaba un curioso humo cada vez que hablaba. Apreté más la chaqueta que me había traído contra mi cuerpo y centré mis ojos en él.

— No me extraña en absoluto — me miró con sorna antes de añadir — si regalas ese tipo de bailes a cada tío que se deja un euro en ti.

Empecé a notar el calor bullir por todo mi cuerpo, probablemente mi cara estuviese roja, una mezcla por la vergüenza que me causaba que alguien pudiese pensar eso de mí y otra por la rabia que me causaba ese comentario hiriente cuando probablemente ni lo pensase.

— Que suelas conseguir acostarte con cada camarera que entra a trabajar y ella haya sido una excepción no te da derecho a hablarla así — la voz seca de Lucía sonaba a mi espalda.

Debió de abrir la puerta justo para oír ese último comentario. 

— Habló la que da lecciones de moral que ni ella misma se aplica — Erik cuadró sus hombros y se aproximo a la puerta donde estaba apoyada Lucía — Además no sabes nada.

— Dedícate a Verónica, Erik.

Nuestro jefe se tensó más si eso fuese posible, pero no contestó. Supongo que ahí ella había dado en el clavo. 

— A veces es un idiota cuando tiene una mala noche — comentó de nuevo una alegre Lucía — Vámonos a casa que hace un frío.

Extendió su brazo hacia mi hombro y así fuimos por el camino intentando ir lo más rápido posible porque si no tiritaba una tiritaba la otra. El próximo día me iba a llevar más ropa en la mochila, porque probablemente con un abrigo ya no me pasase esto. 

Cuando llegamos a la casa tampoco comentamos nada, ella se quedó en la cocina calentando un vaso de leche en el microondas mientras yo fui a mi habitación a ponerme el pijama de más invierno que encontré. 

No paré de pensar ni un segundo en todo lo que había ocurrido, desde los bailes con la rubia que ahora estaría comiendo cereales a la mirada gélida de mi jefe como si le hubiese hecho algo muy grave, yo personalmente. También pensaba en la forma en la que me había tocado cortando las tiras de la falda y el comentario hiriente que me hizo solo para hacer daño. Entre todo ese resonaba en mi mente la frase de Lucía que decía que se había acostado con todas. Quizás eso era lo que le pasaba conmigo, yo no había caído en ese rollo borde y altivo que lleva por muy buen físico que tuviese.

Me encaminé a la cocina con un pensamiento claro en mi mente.

— Debería trabajar en otro sitio — comenté a la novia de mi hermano que estaba terminándose su vaso de leche.

— Erik es difícil los primeros tres días, luego te deja a tu rollo en cuanto ve que no le vas a joder el negocio — se limpió con una servilleta las comisuras de los labios mientras fruncia el ceño pensativa para seguir hablando — Hoy tenía una noche complicada, podría haberle echado la bronca a cualquiera, pero te vio a ti fuera de tu puesto de trabajo.

— Pero no tiene derecho a tratarme como a una... — no quise ni decir la palabra porque me aborrecía pensar que alguien me pusiese ver de ese modo.

— ¿Puta? — preguntó la dulce Lucía que ahora tenía más cara de cansada que de dulce — No lo eres, él lo sabe, todos lo saben, por hacer lo que te de la gana no eres una puta Sol, debes asumirlo tú antes que el resto porque sino vas a llevar muy mal trabajar de noche. Por bailar como bailamos no somos unas putas y por tener sexo una noche tampoco, deja de pensar que alguien te puede prejuzgar de ese modo y vive como quieres.




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