Por un deseo

7.1

― ¿Ustedes se imaginaban esa historia de Don Evelio? ―preguntó Felipe mientras se secó el sudor de su nuca.

Habían transcurrido dos horas seguidamente de haber finalizado la entrevista del señor. Una vez que recabamos las tomas extras del interior del minisúper, agradecimos, y los cuatro nos fuimos al quiosco habitual donde me reunía junto a Lucía y Felipe; sin embargo, aquella vez, la presencia de Samuel nos acompañó.

―Sabía que Don Evelio amaba muchísimo a su esposa, de eso no hay duda, pero desconocía que ella fue quien lo impulsó a abrir el negocio ―dije yo, honesta―. Es una pena que no esté con vida y sea testigo del fruto del esfuerzo de su esposo.

―Ya decía yo que Don Evelio tiene un gran corazón. Si que le tuvo que patalear demasiado para hacerse de su local. Con razón es tan estricto y cuidadoso a la hora de contratar el personal ―comentó Samuel.

―Casi me suelto a llorar ―admitió Lucía, abanicándose el rostro―. Tuve que morderme la lengua. A veces olvido ser una profesional.

―Esta entrevista se queda ―sentenció Felipe―. Si no le conmueve aunque sea un mínimo a la maestra Rosaura, es porque carece de alma.

Lucía se levantó y agarró la mochila donde guardaba el equipo de grabación. ―Concuerdo contigo, Felipe. La entrevista de Don Evelio es de lo mejor que tenemos. A ver si mañana sacamos más. Me gustaría aprovechar el día de hoy, pero mi mamá quiere que le ayude con los últimos ajustes de la mojiganga.

Felipe también se levantó. ―Yo igual me voy. Mis padres invitaron a mi tío y su colega de las noticias, quieren que me vaya relacionando con los grandes. Si no nos vemos después, es porque me tiré de la ventana de mi cuarto.

―Tranquilo, verás que algo grandioso saldrá de esa comida, Felipe.

―Ojalá que así sea. Gracias Samuel.

Cuando me quedé sola con nuestro nuevo amigo, las palabras se quedaron atrapadas en mi mente. Me mordí el labio, insegura. Mi vida social se resumía en mis únicos dos amigos, los clientes y mi familia. En mis tardes libres, acostumbraba leer mis libros, el que fuese, pero ni eso tenía en casa y aventurarme entre las páginas de ejemplares académicos tampoco sonaba alentador. No quedaba de otra que volver a llegar tarde a la casa e ir a visitar al señor Miguel.

― ¿Tú también tienes planes? ―inquirió Samuel, mirándome como si esperara a que la respuesta fuese negativa.

Dije que no con la cabeza y le pregunté: ― ¿Tú?

―Quizás caminar por ahí ―respondió a la par que encogía los hombros.

―Bueno, pensaba en ir a la librería de Don Miguel. Si quieres, puedes acompañarme ―propuse, cuidando que mis palabras no sonasen efusivas ante la idea que complacía a mi corazón.

La sonrisa alegre dibujada en el rostro de Samuel me dio las buenas noticias. Ambos, salimos del quiosco, uno a lado del otro, acompañándonos bajo los rayos de la luna. Las siete de la noche era el número perfecto del reloj en que se podía andar en las calles de San Miguel y encontrarse a personas viviendo sus vidas ajenas al resto.

A esa hora, habían puestos de comida en la orilla del parque, niños corriendo y música alegre salida de las bocinas de los restaurantes.

―Este lugar es más hermoso de lo que soñaba ―admitió Samuel de la nada.

― ¿La avenida?

Él soltó una risa sonora. ―La ciudad.

― ¿Qué es lo que más te gusta? Descuida puedes ser honesto, si no te gusta nada lo entenderé.

―¿A quién puede gustarle nada? ―repuso él ―. Es como si estuviese dentro de un cuento de fantasía donde criaturas inimaginables pudiesen salir de cualquier lado. Se siente diferente a lo que estoy acostumbrado. Tampoco es como si en el mar haya mucho que ver. Para empezar, no hay casas. Suelo dormir sobre una colchoneta en el interior de la cabina.

― ¿Cuánto es lo máximo de tiempo que has estado en un barco? ―pregunté mientras nuestras piernas se movían en el caminar.

Samuel lo pensó. ―Dos semanas. Lo único que me salva de esos largos viajes son mis libros y cuaderno, de otro modo, creo que enloquecería.

― ¿Y no te da miedo? Es decir, que un día haya olas agresivas o que el barco choque contra algo y deban saltar a las aguas a mitad de la noche. Debe ser aterrador.

―Bueno, es una pregunta interesante y comprensible, pero el riesgo de que un barco se hunda en medio del mar es bastante bajo gracias a las normas de seguridad que siguen las embarcaciones modernas ―repuso ágilmente―. Pero, sí, es cierto que las condiciones extremas pueden ser inquietantes. Puedo decirte que los barcos están diseñados para resistir tormentas y olas grandes, y los tripulantes estamos capacitados para manejar situaciones de emergencia.

― ¿Alguna vez han estado en una situación de emergencia?

―Muy pocas, pero sin riesgos graves. No hay nada de qué preocuparse, lo juro. Los equipos de seguridad, como los botes salvavidas y los chalecos, están disponibles para situaciones extremas.

― ¿Cómo chocar con una ballena gigante?

―No lo creo ―respondió él, tomándose mi pregunta en serio―, si miramos los datos históricos, la mayoría de los incidentes marítimos se deben a una combinación de factores como fallos mecánicos, errores humanos o condiciones meteorológicas, y respondiendo a tu pregunta, no le tengo miedo al mar.

A esas alturas, ya me estaba acostumbrado a las respuestas complementarias de Samuel. ―No me gustaría estar en un bote salvavidas en medio de la nada ―le dije―. El mar desde hace mucho me ha causado escalofríos. Es grandísimo. Solo de pensar en los animales que debe haber en las profundidades, ya me desmayé. Ahora me imagino cayendo en medio de la noche sin ningún tipo de luz alrededor, debe ser una experiencia aterradora.

―Johan, nuestro capitán, suele citar a Van Gogh para darle la bienvenida a los nuevos integrantes y dice más o menos así: "los pescadores saben que el mar es peligroso y la tormenta, terrible, pero eso no les impide hacerse a la mar"

― ¿Es como esa frase conocida de: ningún marinero se forja en mar calmado?



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En el texto hay: mexico, romance, personajeliterario

Editado: 30.08.2024

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